Taller del Escriba II
(LIBRO COMPLETO)
Taller literario
De la biblioteca Córdoba
Coordinado por Leonor Mauvecin
Prólogo
El lenguaje nos refleja a manera de un espejo tan cambiante y escurridizo como el agua .A través de las palabras dotamos de realidad al mundo ilusorio que construimos desde nuestra singularidad, ésta se elabora día a día con nuestros actos, nuestros sueños, nuestras ilusiones, nuestras verdades y certezas. Singularidad que se manifiesta en la manera particular y única con que empleamos el universo del lenguaje, el que nos justifica como seres pensantes, como constructores de mundos posibles, como renovadores del hoy. El lenguaje es a la vez, ese sitio que nos mira desde del horizonte, desde las diferencias y las similitudes de lo ajeno que nos permite ver, escuchar y reconocernos.
El habla, espejo de nosotros mismos también nos refleja en la superficie huidiza de la vida. Como huidiza es el agua y nos lleva hacia un destino común en el océano.
E l habla fluye hacia ese otro mar que es el lenguaje, espacio de aparente intemporalidad que nos contiene. Parte de él somos, parte y sentido que nos permite, con las palabras, ser en el pensamiento del otro, en esa alteridad que completa el vínculo del habla en el oyente.
He aquí el poder de la palabra, capaz de modificar nuestro propio universo, vehículo que nos permite acercarnos a las cosas desde nuestra mirada y transformarlo.
En su Pequeño universo nos introduce Belén Atuña poblado con las imágenes del sentimiento, un universo propio donde sueños y fantasías se hacen realidad, donde el amor y el desamor se desgranan en palabras.
Cecilia Barrera desde el discurso poético nos dice: -pobre de ti /que por las noches/padeces/tus palabras. Resume allí el conflicto del que escribe, de aquel que como una bendición o como un martirio, lleva en sus espaldas la necesidad imperiosa de la escritura.
La muerte es el motivo de Hugo Caparroz, pasa del humor en la anécdota del picnic a enfrentarnos con la cara más terrible: Yo, que me había preguntado tantas veces acerca del rostro de la muerte, desde mí petrificada posición, pude observar en la serpiente, una metáfora perfecta.
El choque de la realidad y la ficción, lo vivimos con Elsa Carranza; dueña de un lenguaje fluido y preciso, su personaje Manuela López vive la fantasía de una novela en carne propia, no reconoce los límites de la realidad, y con ella nos identificamos cuando un cuento o una novela nos introduce en ese mundo fantástico de lo literario.
A la infancia, con Quebracho herido nos remite Alicia Díaz Crespo, pero inmediatamente nos enfrenta a la dicotomía de la vida y la muerte en Presagio, cuento narrado desde la segunda persona donde aparece de nuevo el poder de la palabra:"ya me lo anticipó la Gregoria". Dice la vieja que anuncia el destino del hombre.
Las experiencias personales, la vida y sus conflictos son la materia que alimentan los cuentos de Cristina Díaz. El amor filial se manifiesta en estas historias con fuerza, superando los prejuicios y los obstáculos que el destino pone en el camino de los personajes.
La imagen de la mujer grabada en el muro, la metáfora del puente como vínculo , la otra cara de la realidad , el choque doloroso entre la vida y la muerte, son algunos de los innumerables caminos ficcionales por los que transita Luis Garay en esta búsqueda narrativa a través del lenguaje y la imaginación.
“Sé que seré viento en tu boca de Octubres” nos dice Francisco Malvarez a través de una poética dolorida y profunda, donde el lector puede sumergirse en un viaje hacia el centro del hombre, hacia su hueso más duro. El poeta desgrana sus metáforas con soltura en un estilo propio que se descubre poeta y narrador.
El Miracielo, el oidor, Belisa Crespusculario, la justiciera, la rezadora, son los encantadores personajes que nos llegan de la mano de María Moreno .Con un leguaje fluido, con perfume de historias de tierra adentro y con vuelo poético, la autora nos regala cuentos entrañables.
José Luis Oliva, nos desconcierta con un lenguaje poético joven y audaz. En sus poemas lo cotidiano se descubre a través de metáforas construidas con los giros propios del mundo real sin concesiones ni disfraces.
La infancia con sus miedos y fantasías, la nostalgia del paraíso perdido, la dulzura y los conflictos de las relaciones de familia, la lucha por la vida se muestran con sutileza en los cuentos de Alicia Osuna.
Nilda Paz, con el largo camino recorrido en ésta incesante búsqueda, nos muestra el amor y l a dedicación del artista en su cuento La creación, acertada metáfora del diálogo entre el creador y su obra. La vida y la muerte se manifiestan, pero la infancia y su inocencia tienen fuerte presencia muchos de sus cuentos.
Con una gran economía Dora Piñero presenta una síntesis de la vida. La ironía, el doble sentido, el humor, la entrelínea no faltan en sus trabajos breves pero bien logrados, donde con pocas palabras nos dice mucho.
Quiere alcanzar la estrella más brillante, vuela montada sobre una gigante paloma, descubre la viva imagen del pasado, supera los obstáculos de la muerte. Elena Riskin, con sus escritos precisos y bien logrados nos sorprende y nos deja un mensaje de fortaleza y esperanza.
Ella huele y descubre así el mundo que la rodea, y los mitos vuelven a escribirse con ingenio y maestría en Aroma de jacintos. Una palabra es capaz de modificar el universo. El hombre que escribe se busca en su escritura. Un personaje puede escapar de la ficción en que vive. Éste es el maravilloso mundo en el que nos sumerge Daniel Santoro, mundo donde la palabra recobra el poder y la magia.
La mujer, ordena los útiles de trabajo. Parece cumplir un ritual dice Teté Torres, ese es el mismo ritual que ella realiza con su escritura , así como su personaje descubre la obra oculta en la piedra o en la madera ella la visualiza en el lenguaje .Cuentos que rescatan al ser humano y su pasado.
En este grupo de poetas y narradores la literatura ha tenido su lugar, y por lo mismo surge la necesidad del libro .El libro como parte de ese proceso creador, la necesidad imperiosa de ser en el otro, de no existir sino cuando nuestra materialidad cobra sentido vista desde el opuesto, desde el que escucha o lee.
El Taller del Escriba en la búsqueda de ese otro que llamamos lector, ofrece este nuevo libro para que se que complete el sentido de lo dicho.
María Belén Antuña
María Belén Atuña:
Nació en General Cabrera Pcia de Córdoba. Asiste al taller hace un año, ha participado en mesas de lectura de la feria del libro 2006
Es el primer taller al que concurre. Comenzó el mismo día de su cumpleaños el 4 de abril del 2006 y dice que sin dudas fue su mejor regalo
PEQUEÑO UNIVERSO
“Todo mi pequeño universo,
Ese que observo cada amanecer
al borde de mi cama.”
Leonor Mauvecin
Despierto como cada mañana, ni tan temprano ni tan tarde, espero que Turquesa, nuestra perra, se baje de la cama y entonces, por un momento observo mi pequeño universo. Desde la puerta del cuarto alcanzo a ver el espejo del pasillo, a esa distancia es imposible reflejarme en él, pero lo imagino y comienza a tomar forma mi propio mundo.
Recorro todos los rincones y me encuentro con mis cosas más queridas, esas sin las cuales no podría vivir feliz, cosas materiales sí, en su mayoría, pero llenas de una carga emotiva que las hace parecer vivas ante mis ojos.
No puedo ordenarlas ni por importancia, ni por prescindencia, sólo van apareciendo: mis libros, las cajas donde guardo mis recuerdos, los ángeles que se esparcen por toda la casa vigilando tanto mi sueño como mi vigilia. Las fotos que mezclan a los que están y a los que ya se fueron, no de mi corazón en el que vivirán por siempre, como mi padre y mis abuelos. Los discos de Sabina y Luis Miguel, mi gusto por la música es bastante amplio. Mi esposo sentado frente a la tele viendo algún programa en el History Chanel . El teléfono que suena ante la llamada de Sol o Sil, mis amigas del alma.
Y la enumeración podría continuar, llena de ambigüedades, como en aquella enciclopedia china que cita Borges en Otras Inquisiciones, pero ya me estoy despertando, mi perra lame mis manos pidiendo salir al patio, me levanto, camino hacia la puerta de la cocina, el aire frío del invierno me da en la cara y acabo de despabilarme. Miro a mí alrededor y todo continúa en su lugar, suena el teléfono, es mi amiga Sil, mi pequeño universo está en orden.
EL VESTIDO NEGRO
Miranda le tiene miedo a la muerte y al dolor que provoca. Desde niña siempre sufrió la visita al cementerio. Debía acompañar a su abuela todos los domingos y aniversarios, a visitar al abuelo, a los tíos, a algún vecino muy querido.
Después, cuando la abuela también se fue a vivir allí, ella sintió la obligación de seguir realizando el recorrido en su nombre, pero nunca pudo quitarse el miedo al fantasma de la muerte.
Más de una vez la había visto entre los pasillos del gran cementerio, veía flamear su vestido negro entre las tumbas, pero jamás la tuvo enfrente. Desde que ella recordaba su abuela, también llevaba puesto un vestido de ese color y eso la espantaba.
Temía ese encuentro cara a cara, no deseaba conocer a la dama de negro, pero un raro escalofrío la recorrió esa tarde al mirarse por última vez en el espejo antes de salir, le pareció ver el reflejo del vestido detrás de su figura, sacudió la cabeza y salió sin dejarse influir por la sombra.
Puso un CD. en el auto camino a la casa de su abuela donde todavía vivía una de sus primas solteras, la canción de un famoso cantante español hablaba de la muerte: “aunque salga con la pálida dama, y ande más muerto que vivo, dormir el sueño eterno en su cama me parece excesivo”, él también la ve, pensó Miranda.
Para ahuyentar el miedo decidió cambiar el CD y fue en ese instante cuando vio la foto de su abuela con el vestido negro, todo se oscureció, sintió un frío intenso que le recorrió el cuerpo y el silbato del tren retumbó en sus oídos.
DIARIO ÍNTIMO
Entro en la habitación, la luz está encendida, la puerta del placard de madera clara está abierta, en su interior la ropa no está muy ordenada, en un estante bajo, una caja color chocolate con manija de cuero, típica de alguien que se deja guiar por las revistas de decoración. La saco, levanto la tapa, está llena de papeles. Empiezo a hurgar, hay cuentos de autores no muy conocidos, poemas de Borges, letras de canciones y en el fondo, escondido, un cuaderno de tapas rojas, no puedo resistirme y lo abro, en su primera página dice:
“Hoy decidí trasladar todas las cartas que te escribí y nunca envié, a este cuaderno, así poder guardarlas en un lugar más seguro…Busco de esta manera tenerte a mi lado…”
Sigo atentamente la lectura de más de ciento veinte cartas, cartas de amor:
“ ..Me pasan cosas y no puedo ocultarlas, quizás todo quede encerrado en estas palabras que tal vez nunca leas, pero el solo escribirlas me libera, me estoy enamorando…”
Por la mitad de las páginas del cuaderno se deja leer lo siguiente:
“…No sé qué me pasa hoy, lloré todo el día, me parece que nada de lo que hice me ayudó, ni el día gris y frío, ni la música, ni la tele, ni revolver papeles viejos impregnados de recuerdos, cartas de amigos que están lejos, de personas que ya no están y tu recuerdo que llena mi alma a veces de alegría y otras de lágrimas por saber que está mal quererte…”
Más adelante las cartas comienzan a tener fecha y se entretejen con poemas y aparecen Neruda y Benedetti, algunas canciones también, de Serrat, de Sabina y algunos boleros:
“…Intento todo para olvidarte, pero me resulta imposible manejar este amor que llena mis días, te quiero y no me importa ni cómo, ni hasta cuándo ni por qué… Leo a Neruda y me reflejo:
…te amo como se aman ciertas cosas oscuras
secretamente, entre la sombra y el alma…” *
En las páginas finales del cuaderno dice:
“…Espero, no se muy bien qué, pero estoy esperando que algo suceda. Es algo incierto, algo que modificará mi vida para siempre, no se si para bien o para mal, pero lo siento en mi corazón intranquilo, en mi insomnio, en mi ánimo cambiante…
El amor no resiste tanto análisis…
La última hoja enuncia lo siguiente:
“...Este cuaderno que nos mantuvo unidos todo este tiempo hoy llega a su final, sólo espero que sea la última página del cuaderno y no de este amor que se expresa en él…
Lo único que quiero que sepas es que estoy aquí esperándote, soñando que en algún desvío, tus ojos se encuentren con los míos y puedas leer en ellos…”
Cierro el cuaderno, tomo mi taza de café, en la radio Joaquín canta una canción de amor no correspondido…
Hoy es tu cumpleaños, abres tu regalo sorprendido, detrás del papel de seda y el moño azul se dejan ver las tapas gastadas de un cuaderno rojo…
*Soneto nª17 Pablo Neruda
QUERIDA AMIGA
Te escribo para contarte que todo aquello que alguna vez me unió a Federico hoy se ha terminado.
¿Te acordás del amor que nos teníamos? Ese amor parecía eterno y tal vez lo sea amiga, tal vez…
¿Te acordás de la complicidad de nuestras miradas ante un personaje de esos que solíamos encontrar en las galerías de arte que recorrimos juntos?
¿Y nuestro placer de pasear por las calles de San Telmo, buscando antigüedades y libros viejos para nuestra biblioteca?
¿Y nuestras cenas en el patio de la casa de verano, rodeados de amigos, en las cálidas noches cordobesas?
¿Y la fobia compartida a las arañas? ¿Y mi manía de arreglarle el cabello y la suya de levantarme los pantalones desde atrás?
¿Y su gusto exagerado por el mate amargo y el mío por el té verde? Nunca nos pusimos de acuerdo…
¿Y mi miedo a la muerte y su manera tranquila de nombrarla en cada conversación sin inmutarse?
¿Y mi amor por García Márquez y el suyo por Borges? ¿Y su placer por ver películas repetidas y el mío por las de amor que él interrumpía con sus comentarios irónicos?
¿Y la música? él Charly García, yo Luis Miguel.
Y tantas cosas más que me vienen hoy a la memoria y me llenan de nostalgia, de alegría, de ausencia.
Federico ha muerto amiga mía y se llevó todo lo que encontró a mano.
TARDE
Escucho música, la letra de la canción me conmueve más de lo esperado, dice algo así: “Ganas de besarte, de coincidir contigo, de acercarme un poco y amarrarte en un abrazo, de mirarte a los ojos y decirte bienvenido…”
Tu ausencia duele tanto y es irremediable, nunca vas a estar a mi lado, porque como dice esta misma canción, llegamos tarde…
Recuerdo hoy el día en que te encontré, ese bendito o maldito día en el que estuviste frente a mí. Sólo necesitaba los horarios de clase, tomaste un papel, los escribiste con letra clara y tus manos llamaron mi atención, manos morenas, seguras, extendiste el papel hacia mí, con amabilidad y me miraste a los ojos. Supe en aquel momento que mi vida empezaba a cambiar… Te había encontrado, vos también lo notaste, yo no podía hablar, rompiste el silencio con palabras tan triviales como: ¿te espero el lunes? y para mí fue una cita, el lunes a las diez de la mañana, dije, sin haber mirado siquiera el papel con los horarios, sonreíste y todas mis barreras cayeron por completo…
La canción sigue: “pero llegamos tarde, te vi, me viste, nos reconocimos enseguida, pero tarde…” y me golpea tanta verdad, es y será tarde para nosotros, en principio tu edad y la mía, en el medio toda la vida ya construida y al final los demás, todos los demás a los que involucraría esta historia…
Termina la canción y no puedo evitar las lágrimas, dice: “ganas de rozarte, que ganas de tocarte, de acercarme a ti y golpearte con un beso, de fugarnos para siempre, sin daños a terceros.”
Lloro, por vos, por mí y por este sueño que se desliza como sal entre mis dedos, sal que no dará sabor a nuestras vidas, ni hará escocer las heridas de terceros…
Cecilia Barrera
Cecilia Barrera:
Lic. en Psicología, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba Obtuvo distinción Honorífica en el Certamen Literario Nacional “Francisca Elena García”
ANGEL DE LA NOCHE
Caminas despacio la rivera del tiempo.
Desmientes
la felicidad de un dios.
Libras a los hombres a su angustia.
¿Dónde posarás la negritud de tus alas
para dormir los sueños
de quién te teme?
LA SIN NOMBRE
En la cima de la noche
ella.
Se busca en un nombre
un nombre, que se busca
…sólo un nombre.
Y no se encuentra en la cima de la noche.
Y el viento la aproxima.
Y el silencio le susurra.
Y el vacio la atempera.
Y la mirada no ve.
En la cima de la noche, ella ya no se busca
…es sólo
su nombre.
SOY
Por fuera
un muro.
Por dentro
Escombros
Ruinas de mi
que intentan
ser yo.
CAIDA
¿Qué sabes de la sufriente en mí?
Desde antes que tú
extinguida
en un amor anterior.
Súbita vida
derramada al margen.
En la espesura del exceso
- donde habito-
es medianoche.
El cristal marino de tus ojos
me guía.
- sueño taciturno –
Me dejo llevar
fatigada de sombras.
Y me detengo
- aliento breve –
entre tus besos.
OTREDAD
Yo, que partí hace tiempo
por los sueños de la que se contempla.
Regreso
a apaciguar la verdad de la que observa.
Mirada amable y bestial
- esconde –
una rara belleza.
Esqueleto que hieres la maleza.
en el cofre antiguo de la tierra.
Es tu fango oscuro-el espejo vano – donde me busco.
Mientras navego, hacia el centro
tu espuma - ala inquieta-
me cobija en tu lecho.
Y bebo la leche negra de tu seno.
CAMINANTE LUNAR
Sigo tu luz, de pasos
que se anticipan en sonidos antiguos
como subiendo
como buscando
las huellas de la noche.
Señales arrumbadas, ebrias de sentido
bajo tantos pies de pasos ciegos
canta
donde la muerte, sabe
de la búsqueda insensata
-oruga nocturna – que corroe la carne.
Esperada señora, bajo la luz de nácar.
camino la noche
entre tus espigas blancas.
Mi pregunta es tu pregunta
enigma, la palabra
Ella soñaba.
Ilusa
arrojada a la vida
como una puerta, que se abre
hacia un adentro.
Le dije:
-pobre de ti
que por las noches
padeces
tus palabras.
Hugo Caparroz
Hugo Caparroz:
Licenciado en Ciencias Políticas, Sociales y Diplomacia, Docente, sus cuentos han sido seleccionados y publicados en el concurso de cuentos policiales del diario Hoy día Córdoba, asiste al taller hace dos años. Ha participado en mesas de lectura en la feria del libro Córdoba 2005 y 2006
UN PICNIC CON LA ABUELA
Subieron todos a la 4x4 y exultantes partieron rumbo al sur, para tomar sus vacaciones. El matrimonio, sus dos hijos jóvenes....y la abuela, más cargada de años, que de equipaje.
El recorrido, se hizo fácil. Pocas paradas, pocas discusiones de él con la suegra y uno que otro tironeo entre los muchachos. El paisaje, era un gran devorador de inquietudes, impaciencias y desasosiegos. Al fin, el grupo arribó a destino. Lugar confortable. Amable atención. Cena deliciosa. Dulces sueños, hasta la mañana siguiente. Como estaba previsto, después del desayuno: carpa y vituallas, a la camioneta. El picnic sería a unos veinte kilómetros de la hostería. Un pequeño lago los esperaba, con una arboleda añosa.
Las condiciones estaban dadas para un día inolvidable. Todo era paz y tranquilidad , a media tarde la poca gente ya se había retirado del lugar y la espesura de los árboles, hacia adelantar las sombras de la noche. De repente, la abuela comenzó a sentirse mal. Se tomaba el pecho y con un ronquido, cayó de bruces sobre el pasto. Hija y yerno corrieron hacia ella. Aparentemente no respiraba. El hombre ensayó resucitación de inmediato, con la metodología conocida. Todo fue en vano. La abuela, se había ido, en aquel bucólico lugar, dejando a su hija sumida en el dolor. Los nietos no salían de su asombro y recorrían los alrededores con sus miradas. El más joven preguntó:-¿Qué haremos? Aquí no hay nadie…Las miradas se entrecruzaron. Entre sollozos, la madre levantó la vista, como preguntando Su esposo le retuvo la mirada, y se animó a balbucear:
-Esto es un verdadero problema. Si llamamos al médico para que certifique el fallecimiento, él seguro, avisará a la policía. La policía informará al juez y el juez dispondrá la autopsia. La policía tendrá que continuar la investigación, pues la muerte es natural, pero las circunstancias podrían llegar a considerarse dudosas. Los interrogatorios serán inevitables y de aquí nadie podrá moverse hasta que todo se aclare. Testigos, no tenemos. Si los forenses encuentran algo raro, seguramente, van a retener el cadáver…
-¿Y si la enterramos aquí? Total, ya no va a resucitar… -sugirió el hermano mayor.
-Si, pero ¿qué le decimos a la familia?-respondió el menor.
-Por favor, todo esto es una locura, -dijo la madre tapándose la cara con un pañuelo, humedecido por las lágrimas.
-Bueno querida. Algo tenemos que hacer. Aquí no la podemos dejar.
-Por supuesto que no, -respondió ella con mortificación, a lo que el esposo agregó:
-Creo que deberíamos meterla en una bolsa de dormir y colocarla en el portaequipaje. Porque dentro del auto, va a ser difícil que la policía no la descubra. En cambio como si fuera una valija, es fácil que pase -¿qué te parece querida?-preguntó él como pidiendo autorización a su esposa.
-Y…bueno…creo que es lo único posible…-Con esa especie de venia filial, los tres varones se pusieron manos a la obra.
El más joven, trajo su bolsa de dormir. El otro y su padre, tomaron a la anciana por sus extremidades y procedieron a ponerla en posición de poder zambullir el cuerpo en la improvisada mortaja. Abrió las piernas sobre la bolsa el más joven y con sus dos largos brazos, estiró lo que más pudo la boca de aquel improvisado necro- recipiente, y los otros dos, embocaron primero, los pies y después todo el cuerpo hasta el cierre. El mayor de los jóvenes acomodó los restos desde afuera como pudo, y el yerno procedió a presentarlo en el portaequipaje, asegurándolo con los tensores elásticos que usaban para las valijas. Cargaron el resto del equipo de picnic en el baúl y se aprestaron a retirarse del lugar.
Con un vistazo final, el padre le dijo a los hijos, que el bulto se veía sospechoso, por las formas que había tomado el “paquete”. El mayor de los jóvenes, sugirió que rellenándolo con papel pasaría inadvertido. El padre, sin dudarlo, les dijo que a ocho kilómetros había un pueblito y podrían comprar diarios para completar el llenado. Así fue. El kioskero del lugar, no salía de su asombro, cuando este señor y sus dos hijos, comenzaron por comprarle todo el remanente de los diarios del día, pero al ver que con esa cantidad no podrían “completar la carga”, comenzaron a comprarle revistas y si eran repetidas, no importaba. El hombre, calculadora en mano, no dejaba pasar una sin registrar. Como ya se agotaba el stock, echaron mano a unas pocas revistas de circulación condicionada que había, y el diariero le observó al padre:-Mire señor, esas son medio porno, -a lo que el padre respondió: -No importa, métalas también. El kioskero pensaba: este es un padre comprensivo o un degenerado.
Impaciente por la curiosidad y como quien quiere sacar de mentira verdad, arriesgó:
-Y…¿dónde va a ser el asado?
-¿Qué asado? preguntaron casi a coro los tres, con más susto que interés, pues pensaron de inmediato en una enorme pira, pero, antes que nadie respondiera, el señor del kiosko acotó:
-Bueno, llevan aquí mucho material para leer o una considerable cantidad para varios fuegos… -dijo sin aflojar en su meloneo de curioso.
Ninguno de los tres contestó y los dos jóvenes comenzaron a sacar los paquetes rumbo a la camioneta. La zozobra no terminaba para el señor, al escuchar que en ese pequeño negocio, no se recibían tarjetas y que el pago debía ser en efectivo. El turista, desencajado y cara de culpable, era la imagen viva del antiturista. Contó el efectivo y orejeando los billetes, sacó hasta los más chicos para pagar la cuenta.
Continuaron el camino de regreso y se detuvieron en un boquecillo. Bajaron a la abuela, despedazaron diarios y revistas y fueron introduciendo trabajosamente los bollos de papel, hasta que la bolsa de dormir quedó bien rellena y dura. Seguramente la abuela, que era un poco cholula, nunca se hubiera imaginado este postrer homenaje periodístico, rodeada de figuras del espectáculo y hasta de algunas artistas de películas eróticas.
De nuevo en su lugar, en el portaequipaje, la abuela parecía un torpedo. Llegaron muy tarde a la hostería y nadie quería cenar, así que dejaron el auto en las cocheras y se fueron a dormir. (No podríamos decir, que con la conciencia del deber cumplido). Cada uno hizo el esfuerzo, pero ninguno de los cuatro pudo conciliar el sueño. Bien temprano salió primero el esposo, diciéndole a la mujer:
-Ya vengo…
Pero más rápido de lo previsto, el esposo, compungido y pálido, regresó a la habitación y parándose al pie de la cama, le dice a su esposa:
-Querida…¡se llevaron a la vieja!…(como él sabía decirle de entre casa)
-¡¿Qué?! Exclamó ella, mientras los jóvenes en la otra habitación, se incorporaban nerviosos al escuchar semejante novedad.
-Si, se la llevaron ¡Los ladrones! A las valijas también. Al otro auto le sacaron las maletas y mochilas Pero ¡se llevaron a la vieja!.
El desayuno de los cuatro fue más bien, un concierto de preguntas sin respuestas. Cargaron lo poco que les quedaba y decidieron callar. El joven mayor solo acotó:
-¿Qué le podríamos decir a la policía? ¿Que nos robaron la abuela empaquetada?. Bueno…en el viaje, pensaremos qué le diremos a la familia…quizás, que se quedó, que le gustaba el paisaje.
Y el menor, sin poder evitar una sonrisa solo comentó:
-¡Qué sorpresa se habrán llevado los ladrones! ¿O pensarán devolverla?
EL ROSTRO DE LA MUERTE
Caminamos mucho, con la esperanza de encontrar en aquel monte, un lugar donde pasar la noche. La sequía había dejado sus huellas, y el rigor del paisaje castigado por el sol, había tornado cada rincón polvoriento, en una expresión quejosa y ruda, ajena a toda hospitalidad.
En un recodo de la senda dibujada por cabras y vacas, nos detuvimos, pues el espacio entre dos árboles con espinas, era escaso. En ese instante, junto al tronco de uno de ellos, se encontraba una serpiente en actitud amenazante semi-enroscada. Era tal la proximidad de mi pierna, que el ofidio mostró relampagueante su lengua, acompañada por un casi imperceptible movimiento de la punta de su cola. Yo, que me había preguntado tantas veces acerca del rostro de la muerte, desde mi petrificada posición, pude observar en la serpiente, una metáfora perfecta. Al fin, como colofón del duelo de quietud entre ella y yo, el reptil abandonó su bélica postura y se deslizó entre unas ramas secas.
Esa tarde, pude ver el rostro de la muerte con un realismo que desbordaba la metáfora. Por unos momentos, mi interrogante quedó satisfecho, pero el recorrido no había terminado.
Continuamos la marcha con Romualdo, por el improvisado sendero marcado por bajorrelieves de vasos y pezuñas y nos cruzamos con un niño del lugar de no más de diez años, quien a bordo de un carro precario, transportaba un tanque de agua de doscientos litros, que trasladaba desde el pozo hasta su rancho. En el largo recorrido que el niño había hecho, el agua había entrampado muchos palitos y hojas secas que la brisa ardiente le traía, junto con algunos insectos, que eran batidos por el bamboleo del carruaje y de su deshidratado caballo. La boca de aquel tanque mostraba vida y muerte en alocada danza.
El niño nos dijo que su rancho estaba cerca, y que iba a tomar por un atajo. Su sonrisa franca, fue la señal de aceptación, cuando le propusimos acompañarlo para hablar con sus padres. Romualdo hizo pie en el carretón, juntó sus manos en improvisado cuenco, y bebió agua hasta calmar su sed.
El rechinar del carretón y el resoplido frecuente de la bestia ya casi sin sudor, eran el acompañamiento de nuestra silenciosa marcha. Monte y más monte y de vez en cuando, el chillido de una urraca.
Abatido por el cansancio y la sed, reflexioné una y otra vez, sobre qué seria “cerca” para aquel niño, y cuando pensaba que jamás llegaríamos al rancho, me sorprendió la rústica silueta, que en semejante entorno, me pareció la imagen viva de un oasis montesino.
Los padres del niño nos recibieron con pocas palabras, pero amables. De un cántaro de barro sacaron agua y la bebí con un placer irrepetible. Nos ofrecieron unos catres para pasar la noche. El niño sacó agua del tanque, aún sobre el carro, con un viejo lavatorio enlozado y se lo ofreció a “pituco”, su escuálido perro, que se entusiasmó con la bebida como si fuera la última vez.
El rancho no era muy espacioso, así que optamos por colocar los catres bajo un alero de chapas. Nos acostamos después de una frugal cena, de pan casero y un jarro de mate cocido. Los catres nos parecieron suntuosos aposentos y para conciliar el sueño, casi no necesitamos del arrorró de los grillos.
El único gallo del despoblado gallinero, anunció desafinado el nuevo día. Los pensamientos acompañaban a mis ojos, recorriendo aquel agreste entorno, cuyos recovecos eran todos sospechosos para mi urbana sensibilidad.
Justo en ese marco de asombro, me llamó la atención la rigidez de “pituco”, que se había acomodado muy cerca del catre de Romualdo. Éste, boca arriba, mostraba idéntico “rigor mortis”.
Mi inquietud se transformó en horror, cuando al tocar la frente de Romualdo estaba fría y seca. Cerca de “pituco”, el viejo lavatorio mostraba la quieta turbidez del agua. Las manos de Romualdo, estaban muy abiertas como queriendo desarmar el cuenco. Me arrimé al tanque y por segunda vez, pude ver la contradictoria imagen de la muerte.
Elsa Carranza
Elsa Carranza:
Licenciada en pintura de la Escuela de Artes de la Universidad Nacional de Córdoba . Docente .Profesora de plástica
Publicó en la Antología Gente de Palabra Año 2004
(LIBRO COMPLETO)
Taller literario
De la biblioteca Córdoba
Coordinado por Leonor Mauvecin
Prólogo
El lenguaje nos refleja a manera de un espejo tan cambiante y escurridizo como el agua .A través de las palabras dotamos de realidad al mundo ilusorio que construimos desde nuestra singularidad, ésta se elabora día a día con nuestros actos, nuestros sueños, nuestras ilusiones, nuestras verdades y certezas. Singularidad que se manifiesta en la manera particular y única con que empleamos el universo del lenguaje, el que nos justifica como seres pensantes, como constructores de mundos posibles, como renovadores del hoy. El lenguaje es a la vez, ese sitio que nos mira desde del horizonte, desde las diferencias y las similitudes de lo ajeno que nos permite ver, escuchar y reconocernos.
El habla, espejo de nosotros mismos también nos refleja en la superficie huidiza de la vida. Como huidiza es el agua y nos lleva hacia un destino común en el océano.
E l habla fluye hacia ese otro mar que es el lenguaje, espacio de aparente intemporalidad que nos contiene. Parte de él somos, parte y sentido que nos permite, con las palabras, ser en el pensamiento del otro, en esa alteridad que completa el vínculo del habla en el oyente.
He aquí el poder de la palabra, capaz de modificar nuestro propio universo, vehículo que nos permite acercarnos a las cosas desde nuestra mirada y transformarlo.
En su Pequeño universo nos introduce Belén Atuña poblado con las imágenes del sentimiento, un universo propio donde sueños y fantasías se hacen realidad, donde el amor y el desamor se desgranan en palabras.
Cecilia Barrera desde el discurso poético nos dice: -pobre de ti /que por las noches/padeces/tus palabras. Resume allí el conflicto del que escribe, de aquel que como una bendición o como un martirio, lleva en sus espaldas la necesidad imperiosa de la escritura.
La muerte es el motivo de Hugo Caparroz, pasa del humor en la anécdota del picnic a enfrentarnos con la cara más terrible: Yo, que me había preguntado tantas veces acerca del rostro de la muerte, desde mí petrificada posición, pude observar en la serpiente, una metáfora perfecta.
El choque de la realidad y la ficción, lo vivimos con Elsa Carranza; dueña de un lenguaje fluido y preciso, su personaje Manuela López vive la fantasía de una novela en carne propia, no reconoce los límites de la realidad, y con ella nos identificamos cuando un cuento o una novela nos introduce en ese mundo fantástico de lo literario.
A la infancia, con Quebracho herido nos remite Alicia Díaz Crespo, pero inmediatamente nos enfrenta a la dicotomía de la vida y la muerte en Presagio, cuento narrado desde la segunda persona donde aparece de nuevo el poder de la palabra:"ya me lo anticipó la Gregoria". Dice la vieja que anuncia el destino del hombre.
Las experiencias personales, la vida y sus conflictos son la materia que alimentan los cuentos de Cristina Díaz. El amor filial se manifiesta en estas historias con fuerza, superando los prejuicios y los obstáculos que el destino pone en el camino de los personajes.
La imagen de la mujer grabada en el muro, la metáfora del puente como vínculo , la otra cara de la realidad , el choque doloroso entre la vida y la muerte, son algunos de los innumerables caminos ficcionales por los que transita Luis Garay en esta búsqueda narrativa a través del lenguaje y la imaginación.
“Sé que seré viento en tu boca de Octubres” nos dice Francisco Malvarez a través de una poética dolorida y profunda, donde el lector puede sumergirse en un viaje hacia el centro del hombre, hacia su hueso más duro. El poeta desgrana sus metáforas con soltura en un estilo propio que se descubre poeta y narrador.
El Miracielo, el oidor, Belisa Crespusculario, la justiciera, la rezadora, son los encantadores personajes que nos llegan de la mano de María Moreno .Con un leguaje fluido, con perfume de historias de tierra adentro y con vuelo poético, la autora nos regala cuentos entrañables.
José Luis Oliva, nos desconcierta con un lenguaje poético joven y audaz. En sus poemas lo cotidiano se descubre a través de metáforas construidas con los giros propios del mundo real sin concesiones ni disfraces.
La infancia con sus miedos y fantasías, la nostalgia del paraíso perdido, la dulzura y los conflictos de las relaciones de familia, la lucha por la vida se muestran con sutileza en los cuentos de Alicia Osuna.
Nilda Paz, con el largo camino recorrido en ésta incesante búsqueda, nos muestra el amor y l a dedicación del artista en su cuento La creación, acertada metáfora del diálogo entre el creador y su obra. La vida y la muerte se manifiestan, pero la infancia y su inocencia tienen fuerte presencia muchos de sus cuentos.
Con una gran economía Dora Piñero presenta una síntesis de la vida. La ironía, el doble sentido, el humor, la entrelínea no faltan en sus trabajos breves pero bien logrados, donde con pocas palabras nos dice mucho.
Quiere alcanzar la estrella más brillante, vuela montada sobre una gigante paloma, descubre la viva imagen del pasado, supera los obstáculos de la muerte. Elena Riskin, con sus escritos precisos y bien logrados nos sorprende y nos deja un mensaje de fortaleza y esperanza.
Ella huele y descubre así el mundo que la rodea, y los mitos vuelven a escribirse con ingenio y maestría en Aroma de jacintos. Una palabra es capaz de modificar el universo. El hombre que escribe se busca en su escritura. Un personaje puede escapar de la ficción en que vive. Éste es el maravilloso mundo en el que nos sumerge Daniel Santoro, mundo donde la palabra recobra el poder y la magia.
La mujer, ordena los útiles de trabajo. Parece cumplir un ritual dice Teté Torres, ese es el mismo ritual que ella realiza con su escritura , así como su personaje descubre la obra oculta en la piedra o en la madera ella la visualiza en el lenguaje .Cuentos que rescatan al ser humano y su pasado.
En este grupo de poetas y narradores la literatura ha tenido su lugar, y por lo mismo surge la necesidad del libro .El libro como parte de ese proceso creador, la necesidad imperiosa de ser en el otro, de no existir sino cuando nuestra materialidad cobra sentido vista desde el opuesto, desde el que escucha o lee.
El Taller del Escriba en la búsqueda de ese otro que llamamos lector, ofrece este nuevo libro para que se que complete el sentido de lo dicho.
María Belén Antuña
María Belén Atuña:
Nació en General Cabrera Pcia de Córdoba. Asiste al taller hace un año, ha participado en mesas de lectura de la feria del libro 2006
Es el primer taller al que concurre. Comenzó el mismo día de su cumpleaños el 4 de abril del 2006 y dice que sin dudas fue su mejor regalo
PEQUEÑO UNIVERSO
“Todo mi pequeño universo,
Ese que observo cada amanecer
al borde de mi cama.”
Leonor Mauvecin
Despierto como cada mañana, ni tan temprano ni tan tarde, espero que Turquesa, nuestra perra, se baje de la cama y entonces, por un momento observo mi pequeño universo. Desde la puerta del cuarto alcanzo a ver el espejo del pasillo, a esa distancia es imposible reflejarme en él, pero lo imagino y comienza a tomar forma mi propio mundo.
Recorro todos los rincones y me encuentro con mis cosas más queridas, esas sin las cuales no podría vivir feliz, cosas materiales sí, en su mayoría, pero llenas de una carga emotiva que las hace parecer vivas ante mis ojos.
No puedo ordenarlas ni por importancia, ni por prescindencia, sólo van apareciendo: mis libros, las cajas donde guardo mis recuerdos, los ángeles que se esparcen por toda la casa vigilando tanto mi sueño como mi vigilia. Las fotos que mezclan a los que están y a los que ya se fueron, no de mi corazón en el que vivirán por siempre, como mi padre y mis abuelos. Los discos de Sabina y Luis Miguel, mi gusto por la música es bastante amplio. Mi esposo sentado frente a la tele viendo algún programa en el History Chanel . El teléfono que suena ante la llamada de Sol o Sil, mis amigas del alma.
Y la enumeración podría continuar, llena de ambigüedades, como en aquella enciclopedia china que cita Borges en Otras Inquisiciones, pero ya me estoy despertando, mi perra lame mis manos pidiendo salir al patio, me levanto, camino hacia la puerta de la cocina, el aire frío del invierno me da en la cara y acabo de despabilarme. Miro a mí alrededor y todo continúa en su lugar, suena el teléfono, es mi amiga Sil, mi pequeño universo está en orden.
EL VESTIDO NEGRO
Miranda le tiene miedo a la muerte y al dolor que provoca. Desde niña siempre sufrió la visita al cementerio. Debía acompañar a su abuela todos los domingos y aniversarios, a visitar al abuelo, a los tíos, a algún vecino muy querido.
Después, cuando la abuela también se fue a vivir allí, ella sintió la obligación de seguir realizando el recorrido en su nombre, pero nunca pudo quitarse el miedo al fantasma de la muerte.
Más de una vez la había visto entre los pasillos del gran cementerio, veía flamear su vestido negro entre las tumbas, pero jamás la tuvo enfrente. Desde que ella recordaba su abuela, también llevaba puesto un vestido de ese color y eso la espantaba.
Temía ese encuentro cara a cara, no deseaba conocer a la dama de negro, pero un raro escalofrío la recorrió esa tarde al mirarse por última vez en el espejo antes de salir, le pareció ver el reflejo del vestido detrás de su figura, sacudió la cabeza y salió sin dejarse influir por la sombra.
Puso un CD. en el auto camino a la casa de su abuela donde todavía vivía una de sus primas solteras, la canción de un famoso cantante español hablaba de la muerte: “aunque salga con la pálida dama, y ande más muerto que vivo, dormir el sueño eterno en su cama me parece excesivo”, él también la ve, pensó Miranda.
Para ahuyentar el miedo decidió cambiar el CD y fue en ese instante cuando vio la foto de su abuela con el vestido negro, todo se oscureció, sintió un frío intenso que le recorrió el cuerpo y el silbato del tren retumbó en sus oídos.
DIARIO ÍNTIMO
Entro en la habitación, la luz está encendida, la puerta del placard de madera clara está abierta, en su interior la ropa no está muy ordenada, en un estante bajo, una caja color chocolate con manija de cuero, típica de alguien que se deja guiar por las revistas de decoración. La saco, levanto la tapa, está llena de papeles. Empiezo a hurgar, hay cuentos de autores no muy conocidos, poemas de Borges, letras de canciones y en el fondo, escondido, un cuaderno de tapas rojas, no puedo resistirme y lo abro, en su primera página dice:
“Hoy decidí trasladar todas las cartas que te escribí y nunca envié, a este cuaderno, así poder guardarlas en un lugar más seguro…Busco de esta manera tenerte a mi lado…”
Sigo atentamente la lectura de más de ciento veinte cartas, cartas de amor:
“ ..Me pasan cosas y no puedo ocultarlas, quizás todo quede encerrado en estas palabras que tal vez nunca leas, pero el solo escribirlas me libera, me estoy enamorando…”
Por la mitad de las páginas del cuaderno se deja leer lo siguiente:
“…No sé qué me pasa hoy, lloré todo el día, me parece que nada de lo que hice me ayudó, ni el día gris y frío, ni la música, ni la tele, ni revolver papeles viejos impregnados de recuerdos, cartas de amigos que están lejos, de personas que ya no están y tu recuerdo que llena mi alma a veces de alegría y otras de lágrimas por saber que está mal quererte…”
Más adelante las cartas comienzan a tener fecha y se entretejen con poemas y aparecen Neruda y Benedetti, algunas canciones también, de Serrat, de Sabina y algunos boleros:
“…Intento todo para olvidarte, pero me resulta imposible manejar este amor que llena mis días, te quiero y no me importa ni cómo, ni hasta cuándo ni por qué… Leo a Neruda y me reflejo:
…te amo como se aman ciertas cosas oscuras
secretamente, entre la sombra y el alma…” *
En las páginas finales del cuaderno dice:
“…Espero, no se muy bien qué, pero estoy esperando que algo suceda. Es algo incierto, algo que modificará mi vida para siempre, no se si para bien o para mal, pero lo siento en mi corazón intranquilo, en mi insomnio, en mi ánimo cambiante…
El amor no resiste tanto análisis…
La última hoja enuncia lo siguiente:
“...Este cuaderno que nos mantuvo unidos todo este tiempo hoy llega a su final, sólo espero que sea la última página del cuaderno y no de este amor que se expresa en él…
Lo único que quiero que sepas es que estoy aquí esperándote, soñando que en algún desvío, tus ojos se encuentren con los míos y puedas leer en ellos…”
Cierro el cuaderno, tomo mi taza de café, en la radio Joaquín canta una canción de amor no correspondido…
Hoy es tu cumpleaños, abres tu regalo sorprendido, detrás del papel de seda y el moño azul se dejan ver las tapas gastadas de un cuaderno rojo…
*Soneto nª17 Pablo Neruda
QUERIDA AMIGA
Te escribo para contarte que todo aquello que alguna vez me unió a Federico hoy se ha terminado.
¿Te acordás del amor que nos teníamos? Ese amor parecía eterno y tal vez lo sea amiga, tal vez…
¿Te acordás de la complicidad de nuestras miradas ante un personaje de esos que solíamos encontrar en las galerías de arte que recorrimos juntos?
¿Y nuestro placer de pasear por las calles de San Telmo, buscando antigüedades y libros viejos para nuestra biblioteca?
¿Y nuestras cenas en el patio de la casa de verano, rodeados de amigos, en las cálidas noches cordobesas?
¿Y la fobia compartida a las arañas? ¿Y mi manía de arreglarle el cabello y la suya de levantarme los pantalones desde atrás?
¿Y su gusto exagerado por el mate amargo y el mío por el té verde? Nunca nos pusimos de acuerdo…
¿Y mi miedo a la muerte y su manera tranquila de nombrarla en cada conversación sin inmutarse?
¿Y mi amor por García Márquez y el suyo por Borges? ¿Y su placer por ver películas repetidas y el mío por las de amor que él interrumpía con sus comentarios irónicos?
¿Y la música? él Charly García, yo Luis Miguel.
Y tantas cosas más que me vienen hoy a la memoria y me llenan de nostalgia, de alegría, de ausencia.
Federico ha muerto amiga mía y se llevó todo lo que encontró a mano.
TARDE
Escucho música, la letra de la canción me conmueve más de lo esperado, dice algo así: “Ganas de besarte, de coincidir contigo, de acercarme un poco y amarrarte en un abrazo, de mirarte a los ojos y decirte bienvenido…”
Tu ausencia duele tanto y es irremediable, nunca vas a estar a mi lado, porque como dice esta misma canción, llegamos tarde…
Recuerdo hoy el día en que te encontré, ese bendito o maldito día en el que estuviste frente a mí. Sólo necesitaba los horarios de clase, tomaste un papel, los escribiste con letra clara y tus manos llamaron mi atención, manos morenas, seguras, extendiste el papel hacia mí, con amabilidad y me miraste a los ojos. Supe en aquel momento que mi vida empezaba a cambiar… Te había encontrado, vos también lo notaste, yo no podía hablar, rompiste el silencio con palabras tan triviales como: ¿te espero el lunes? y para mí fue una cita, el lunes a las diez de la mañana, dije, sin haber mirado siquiera el papel con los horarios, sonreíste y todas mis barreras cayeron por completo…
La canción sigue: “pero llegamos tarde, te vi, me viste, nos reconocimos enseguida, pero tarde…” y me golpea tanta verdad, es y será tarde para nosotros, en principio tu edad y la mía, en el medio toda la vida ya construida y al final los demás, todos los demás a los que involucraría esta historia…
Termina la canción y no puedo evitar las lágrimas, dice: “ganas de rozarte, que ganas de tocarte, de acercarme a ti y golpearte con un beso, de fugarnos para siempre, sin daños a terceros.”
Lloro, por vos, por mí y por este sueño que se desliza como sal entre mis dedos, sal que no dará sabor a nuestras vidas, ni hará escocer las heridas de terceros…
Cecilia Barrera
Cecilia Barrera:
Lic. en Psicología, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba Obtuvo distinción Honorífica en el Certamen Literario Nacional “Francisca Elena García”
ANGEL DE LA NOCHE
Caminas despacio la rivera del tiempo.
Desmientes
la felicidad de un dios.
Libras a los hombres a su angustia.
¿Dónde posarás la negritud de tus alas
para dormir los sueños
de quién te teme?
LA SIN NOMBRE
En la cima de la noche
ella.
Se busca en un nombre
un nombre, que se busca
…sólo un nombre.
Y no se encuentra en la cima de la noche.
Y el viento la aproxima.
Y el silencio le susurra.
Y el vacio la atempera.
Y la mirada no ve.
En la cima de la noche, ella ya no se busca
…es sólo
su nombre.
SOY
Por fuera
un muro.
Por dentro
Escombros
Ruinas de mi
que intentan
ser yo.
CAIDA
¿Qué sabes de la sufriente en mí?
Desde antes que tú
extinguida
en un amor anterior.
Súbita vida
derramada al margen.
En la espesura del exceso
- donde habito-
es medianoche.
El cristal marino de tus ojos
me guía.
- sueño taciturno –
Me dejo llevar
fatigada de sombras.
Y me detengo
- aliento breve –
entre tus besos.
OTREDAD
Yo, que partí hace tiempo
por los sueños de la que se contempla.
Regreso
a apaciguar la verdad de la que observa.
Mirada amable y bestial
- esconde –
una rara belleza.
Esqueleto que hieres la maleza.
en el cofre antiguo de la tierra.
Es tu fango oscuro-el espejo vano – donde me busco.
Mientras navego, hacia el centro
tu espuma - ala inquieta-
me cobija en tu lecho.
Y bebo la leche negra de tu seno.
CAMINANTE LUNAR
Sigo tu luz, de pasos
que se anticipan en sonidos antiguos
como subiendo
como buscando
las huellas de la noche.
Señales arrumbadas, ebrias de sentido
bajo tantos pies de pasos ciegos
canta
donde la muerte, sabe
de la búsqueda insensata
-oruga nocturna – que corroe la carne.
Esperada señora, bajo la luz de nácar.
camino la noche
entre tus espigas blancas.
Mi pregunta es tu pregunta
enigma, la palabra
Ella soñaba.
Ilusa
arrojada a la vida
como una puerta, que se abre
hacia un adentro.
Le dije:
-pobre de ti
que por las noches
padeces
tus palabras.
Hugo Caparroz
Hugo Caparroz:
Licenciado en Ciencias Políticas, Sociales y Diplomacia, Docente, sus cuentos han sido seleccionados y publicados en el concurso de cuentos policiales del diario Hoy día Córdoba, asiste al taller hace dos años. Ha participado en mesas de lectura en la feria del libro Córdoba 2005 y 2006
UN PICNIC CON LA ABUELA
Subieron todos a la 4x4 y exultantes partieron rumbo al sur, para tomar sus vacaciones. El matrimonio, sus dos hijos jóvenes....y la abuela, más cargada de años, que de equipaje.
El recorrido, se hizo fácil. Pocas paradas, pocas discusiones de él con la suegra y uno que otro tironeo entre los muchachos. El paisaje, era un gran devorador de inquietudes, impaciencias y desasosiegos. Al fin, el grupo arribó a destino. Lugar confortable. Amable atención. Cena deliciosa. Dulces sueños, hasta la mañana siguiente. Como estaba previsto, después del desayuno: carpa y vituallas, a la camioneta. El picnic sería a unos veinte kilómetros de la hostería. Un pequeño lago los esperaba, con una arboleda añosa.
Las condiciones estaban dadas para un día inolvidable. Todo era paz y tranquilidad , a media tarde la poca gente ya se había retirado del lugar y la espesura de los árboles, hacia adelantar las sombras de la noche. De repente, la abuela comenzó a sentirse mal. Se tomaba el pecho y con un ronquido, cayó de bruces sobre el pasto. Hija y yerno corrieron hacia ella. Aparentemente no respiraba. El hombre ensayó resucitación de inmediato, con la metodología conocida. Todo fue en vano. La abuela, se había ido, en aquel bucólico lugar, dejando a su hija sumida en el dolor. Los nietos no salían de su asombro y recorrían los alrededores con sus miradas. El más joven preguntó:-¿Qué haremos? Aquí no hay nadie…Las miradas se entrecruzaron. Entre sollozos, la madre levantó la vista, como preguntando Su esposo le retuvo la mirada, y se animó a balbucear:
-Esto es un verdadero problema. Si llamamos al médico para que certifique el fallecimiento, él seguro, avisará a la policía. La policía informará al juez y el juez dispondrá la autopsia. La policía tendrá que continuar la investigación, pues la muerte es natural, pero las circunstancias podrían llegar a considerarse dudosas. Los interrogatorios serán inevitables y de aquí nadie podrá moverse hasta que todo se aclare. Testigos, no tenemos. Si los forenses encuentran algo raro, seguramente, van a retener el cadáver…
-¿Y si la enterramos aquí? Total, ya no va a resucitar… -sugirió el hermano mayor.
-Si, pero ¿qué le decimos a la familia?-respondió el menor.
-Por favor, todo esto es una locura, -dijo la madre tapándose la cara con un pañuelo, humedecido por las lágrimas.
-Bueno querida. Algo tenemos que hacer. Aquí no la podemos dejar.
-Por supuesto que no, -respondió ella con mortificación, a lo que el esposo agregó:
-Creo que deberíamos meterla en una bolsa de dormir y colocarla en el portaequipaje. Porque dentro del auto, va a ser difícil que la policía no la descubra. En cambio como si fuera una valija, es fácil que pase -¿qué te parece querida?-preguntó él como pidiendo autorización a su esposa.
-Y…bueno…creo que es lo único posible…-Con esa especie de venia filial, los tres varones se pusieron manos a la obra.
El más joven, trajo su bolsa de dormir. El otro y su padre, tomaron a la anciana por sus extremidades y procedieron a ponerla en posición de poder zambullir el cuerpo en la improvisada mortaja. Abrió las piernas sobre la bolsa el más joven y con sus dos largos brazos, estiró lo que más pudo la boca de aquel improvisado necro- recipiente, y los otros dos, embocaron primero, los pies y después todo el cuerpo hasta el cierre. El mayor de los jóvenes acomodó los restos desde afuera como pudo, y el yerno procedió a presentarlo en el portaequipaje, asegurándolo con los tensores elásticos que usaban para las valijas. Cargaron el resto del equipo de picnic en el baúl y se aprestaron a retirarse del lugar.
Con un vistazo final, el padre le dijo a los hijos, que el bulto se veía sospechoso, por las formas que había tomado el “paquete”. El mayor de los jóvenes, sugirió que rellenándolo con papel pasaría inadvertido. El padre, sin dudarlo, les dijo que a ocho kilómetros había un pueblito y podrían comprar diarios para completar el llenado. Así fue. El kioskero del lugar, no salía de su asombro, cuando este señor y sus dos hijos, comenzaron por comprarle todo el remanente de los diarios del día, pero al ver que con esa cantidad no podrían “completar la carga”, comenzaron a comprarle revistas y si eran repetidas, no importaba. El hombre, calculadora en mano, no dejaba pasar una sin registrar. Como ya se agotaba el stock, echaron mano a unas pocas revistas de circulación condicionada que había, y el diariero le observó al padre:-Mire señor, esas son medio porno, -a lo que el padre respondió: -No importa, métalas también. El kioskero pensaba: este es un padre comprensivo o un degenerado.
Impaciente por la curiosidad y como quien quiere sacar de mentira verdad, arriesgó:
-Y…¿dónde va a ser el asado?
-¿Qué asado? preguntaron casi a coro los tres, con más susto que interés, pues pensaron de inmediato en una enorme pira, pero, antes que nadie respondiera, el señor del kiosko acotó:
-Bueno, llevan aquí mucho material para leer o una considerable cantidad para varios fuegos… -dijo sin aflojar en su meloneo de curioso.
Ninguno de los tres contestó y los dos jóvenes comenzaron a sacar los paquetes rumbo a la camioneta. La zozobra no terminaba para el señor, al escuchar que en ese pequeño negocio, no se recibían tarjetas y que el pago debía ser en efectivo. El turista, desencajado y cara de culpable, era la imagen viva del antiturista. Contó el efectivo y orejeando los billetes, sacó hasta los más chicos para pagar la cuenta.
Continuaron el camino de regreso y se detuvieron en un boquecillo. Bajaron a la abuela, despedazaron diarios y revistas y fueron introduciendo trabajosamente los bollos de papel, hasta que la bolsa de dormir quedó bien rellena y dura. Seguramente la abuela, que era un poco cholula, nunca se hubiera imaginado este postrer homenaje periodístico, rodeada de figuras del espectáculo y hasta de algunas artistas de películas eróticas.
De nuevo en su lugar, en el portaequipaje, la abuela parecía un torpedo. Llegaron muy tarde a la hostería y nadie quería cenar, así que dejaron el auto en las cocheras y se fueron a dormir. (No podríamos decir, que con la conciencia del deber cumplido). Cada uno hizo el esfuerzo, pero ninguno de los cuatro pudo conciliar el sueño. Bien temprano salió primero el esposo, diciéndole a la mujer:
-Ya vengo…
Pero más rápido de lo previsto, el esposo, compungido y pálido, regresó a la habitación y parándose al pie de la cama, le dice a su esposa:
-Querida…¡se llevaron a la vieja!…(como él sabía decirle de entre casa)
-¡¿Qué?! Exclamó ella, mientras los jóvenes en la otra habitación, se incorporaban nerviosos al escuchar semejante novedad.
-Si, se la llevaron ¡Los ladrones! A las valijas también. Al otro auto le sacaron las maletas y mochilas Pero ¡se llevaron a la vieja!.
El desayuno de los cuatro fue más bien, un concierto de preguntas sin respuestas. Cargaron lo poco que les quedaba y decidieron callar. El joven mayor solo acotó:
-¿Qué le podríamos decir a la policía? ¿Que nos robaron la abuela empaquetada?. Bueno…en el viaje, pensaremos qué le diremos a la familia…quizás, que se quedó, que le gustaba el paisaje.
Y el menor, sin poder evitar una sonrisa solo comentó:
-¡Qué sorpresa se habrán llevado los ladrones! ¿O pensarán devolverla?
EL ROSTRO DE LA MUERTE
Caminamos mucho, con la esperanza de encontrar en aquel monte, un lugar donde pasar la noche. La sequía había dejado sus huellas, y el rigor del paisaje castigado por el sol, había tornado cada rincón polvoriento, en una expresión quejosa y ruda, ajena a toda hospitalidad.
En un recodo de la senda dibujada por cabras y vacas, nos detuvimos, pues el espacio entre dos árboles con espinas, era escaso. En ese instante, junto al tronco de uno de ellos, se encontraba una serpiente en actitud amenazante semi-enroscada. Era tal la proximidad de mi pierna, que el ofidio mostró relampagueante su lengua, acompañada por un casi imperceptible movimiento de la punta de su cola. Yo, que me había preguntado tantas veces acerca del rostro de la muerte, desde mi petrificada posición, pude observar en la serpiente, una metáfora perfecta. Al fin, como colofón del duelo de quietud entre ella y yo, el reptil abandonó su bélica postura y se deslizó entre unas ramas secas.
Esa tarde, pude ver el rostro de la muerte con un realismo que desbordaba la metáfora. Por unos momentos, mi interrogante quedó satisfecho, pero el recorrido no había terminado.
Continuamos la marcha con Romualdo, por el improvisado sendero marcado por bajorrelieves de vasos y pezuñas y nos cruzamos con un niño del lugar de no más de diez años, quien a bordo de un carro precario, transportaba un tanque de agua de doscientos litros, que trasladaba desde el pozo hasta su rancho. En el largo recorrido que el niño había hecho, el agua había entrampado muchos palitos y hojas secas que la brisa ardiente le traía, junto con algunos insectos, que eran batidos por el bamboleo del carruaje y de su deshidratado caballo. La boca de aquel tanque mostraba vida y muerte en alocada danza.
El niño nos dijo que su rancho estaba cerca, y que iba a tomar por un atajo. Su sonrisa franca, fue la señal de aceptación, cuando le propusimos acompañarlo para hablar con sus padres. Romualdo hizo pie en el carretón, juntó sus manos en improvisado cuenco, y bebió agua hasta calmar su sed.
El rechinar del carretón y el resoplido frecuente de la bestia ya casi sin sudor, eran el acompañamiento de nuestra silenciosa marcha. Monte y más monte y de vez en cuando, el chillido de una urraca.
Abatido por el cansancio y la sed, reflexioné una y otra vez, sobre qué seria “cerca” para aquel niño, y cuando pensaba que jamás llegaríamos al rancho, me sorprendió la rústica silueta, que en semejante entorno, me pareció la imagen viva de un oasis montesino.
Los padres del niño nos recibieron con pocas palabras, pero amables. De un cántaro de barro sacaron agua y la bebí con un placer irrepetible. Nos ofrecieron unos catres para pasar la noche. El niño sacó agua del tanque, aún sobre el carro, con un viejo lavatorio enlozado y se lo ofreció a “pituco”, su escuálido perro, que se entusiasmó con la bebida como si fuera la última vez.
El rancho no era muy espacioso, así que optamos por colocar los catres bajo un alero de chapas. Nos acostamos después de una frugal cena, de pan casero y un jarro de mate cocido. Los catres nos parecieron suntuosos aposentos y para conciliar el sueño, casi no necesitamos del arrorró de los grillos.
El único gallo del despoblado gallinero, anunció desafinado el nuevo día. Los pensamientos acompañaban a mis ojos, recorriendo aquel agreste entorno, cuyos recovecos eran todos sospechosos para mi urbana sensibilidad.
Justo en ese marco de asombro, me llamó la atención la rigidez de “pituco”, que se había acomodado muy cerca del catre de Romualdo. Éste, boca arriba, mostraba idéntico “rigor mortis”.
Mi inquietud se transformó en horror, cuando al tocar la frente de Romualdo estaba fría y seca. Cerca de “pituco”, el viejo lavatorio mostraba la quieta turbidez del agua. Las manos de Romualdo, estaban muy abiertas como queriendo desarmar el cuenco. Me arrimé al tanque y por segunda vez, pude ver la contradictoria imagen de la muerte.
Elsa Carranza
Elsa Carranza:
Licenciada en pintura de la Escuela de Artes de la Universidad Nacional de Córdoba . Docente .Profesora de plástica
Publicó en la Antología Gente de Palabra Año 2004
¿DÓNDE ESTUVO USTED…?
El negro Tobías fue asesinado en un callejón de los arrabales de la ciudad, la mañana del 29 de abril. Un cuchillo de cocina estaba clavado en su cuerpo a la altura del hígado, lo que había ocasionado su rápida muerte. La zona del barrio Las Rosas donde acaeció el suceso, era un lugar de prostíbulos y conventillos.
La policía comenzó a investigar y así encontró una primera sospechosa: Manuela López, ex amante del Negro Tobías, prostituta de profesión, alcohólica y habitante del conventillo de La Paloma. Según lo dicho por varios testigos, en medio de una borrachera, Manuela juró matar al Negro Tobías por haberla abandonada y fugado con una muchacha mucho más joven que ella. Pero en realidad, la mujer tenía sólo tres pasiones: el alcohol, las novelas y las películas de televisión, en las que ponía su alma.
El día de la primera audiencia, la sala desbordaba de gente. Todo el barrio Las Rosas estaba presente. El hombre muerto y la supuesta asesina, eran muy conocidos.
Manuela entró por el pasillo, secundada por dos policías. Se había arreglado para la ocasión. El vestido rojo floreado le quedaba ajustado y marcaba su vientre, su trasero y sus pechos en forma bastante escandalosa. Caminaba taconeando con desparpajo, la cabeza erguida. El cabello parecía una llamarada, sacudiéndose a cada paso. Un vaho de alcohol se derramaba por la sala a medida que avanzaba.
-¿Viene borracha? - preguntó una vieja desdentada que estaba entre el público.
-Me parece que no -le contestó su vecina -Camina bastante derecho.
Manuela parecía muy contenta, saludando a sus conocidos hacia uno y otro lado. Además su coartada era perfecta y aunque su abogado defensor (de oficio) le había rogado no lo hiciera, ella pensaba contar toda la verdad.
Por fin asentó sus amplias posaderas en el banquillo de los acusados. La sala era una algarabía.
El juez, desde el estrado, comenzó a golpear con su martillo mientas gritaba ¡Silencio, silencio o desalojo la sala! La gente se calló por fin y comenzó el interrogatorio.
El fiscal se acercó a la acusada y preguntó:
-¿Cómo se llama usted?
-Manuela López, para servirlo.
-¿Dónde vive?
-¿Usted no lo sabe? -preguntó Manuela, y con orgullo prosiguió- ¡en el conventillo de La Paloma, cuarta puerta a la derecha!
-¿En qué calle? -preguntó el fiscal sin inmutarse.
-¡Hombre! -gritó la mujer, sobresaltando al juez- Quién no lo sabe? Calle El Rosal 171.
-¿Cuántos años tiene? -continuó el fiscal, conteniendo un gesto de desagrado.
Luego de un pequeño silencio, Manuela dijo entre dientes:
-Veinticinco.
-¡Veinticinco! -gritó el fiscal.
-Bueno -concedió la mujer- cuarenta.
Unas risitas se escucharon entre el público.
-¡Silencio!- gritó el juez golpeando con su martillo.
El fiscal continuó: Sra. Manuela López ¿Dónde estuvo usted la mañana del viernes 29 de abril?
Todos estaban expectantes, pero nadie se imaginaba la respuesta de la acusada.
Haciendo un mohín, como para quitarle importancia, dijo con voz muy segura: En África.
Se hizo un silencio profundo antes de que se desatara la algarabía “En África, en África” repetían. Algunos reían, otros se preguntaban adonde quedaba ese lugar. El juez quedó con la boca abierta y el abogado defensor tomándose la cabeza con las manos, decía “Lo hizo, lo hizo, estamos perdidos”
-¡Silencio! Empezó a gritar el juez y los martillazos se escuchaban desde la calle.El único que guardó la compostura fue el fiscal, que una vez recuperada la calma entre el público, acercó su cara a la de Manuela y le dijo socarronamente:
-¿Y se puede saber señora cómo llegó usted a África?
Manuela estaba contentísima. Por fin podría contar todo lo que le había sucedido.
-Muy simple Señor. En un barco muy grande, cómo el de esa película… que se llama…La mujer titubeaba.
- ¡Titanic! -gritó alguien entre la gente.
-¡Eso! -dijo Manuela echándose hacia atrás. Pero éste no se hundió.
-¡Señora.! - gritó el juez. -¡Esto es improcedente!.
Manuela reaccionó inmediatamente. Miró furiosa al juez y le dijo:
-¡Oiga juez, yo he venido a decirles adónde estuve el viernes 29 de abril y eso es lo que voy a hacer!¡Tengo mis derechos! Además recuerdo todo muy bien, porque el día 28 de abril fue mi cumpleaños y al pobre negro lo mataron al día siguiente y yo ese día estuve en África. ¡Si señor! -Puntualizó.
La gente del público gritaba “¡que siga, que siga!”
El juez cedió. Impuso orden nuevamente Y Manuela López tuvo su momento de gloria contando todas las odiseas que le ocurrieron, tanto en el barco, como una vez llegada a África.
Todos estaban absortos en el relato, olvidados ya de que en realidad se trataba de una declaración.
-Cuando llegué al harem el dueño se enamoró de mí y me nombró su primera esposa. Todo era como en la novela…en la novela…No recordaba el nombre, pero el fiscal la ayudó:
-El Clon -dijo.
-¡Eso! No sabe juez el hombre que era mi esposo. Si mal no recuerdo se llamaba Emir o así le decían. Mire que yo tengo mucha experiencia, ya sabe usted en qué, pero nunca vi. cosa igual…
En ese momento el juez que se había sentido como el rey de las Mil y una Noches, volvió a la realidad y tomando su martillo comenzó a gritar:
-¡Cállese señora, cállese! ¡Esto es improcedente! Ordeno señor abogado, que a su defendida se le practique una pericia psiquiátrica y también Quiero un detector de mentiras ¡Despejen la sala!
La gente gritaba indignada, querían saber las cualidades del marido árabe de Manuela. Pero la policía los fue empujando hacia la salida, sin ningún miramiento. Al día siguiente un oficial se presentó ante el juez, para presentarle el resultado del detector de mentiras, practicado a Manuela López.
-La mujer no miente Señor Juez - informó el oficial.
A los pocos días los tres especialistas encargados de la pericia psiquiátrica, se dirigieron a la corte.
-¡Por fin llegaron ustedes! -dijo el magistrado- Este asunto me tiene sin dormir. ¿Saben que el resultado del detector de mentiras dio como respuesta que la mujer no miente?
Los psiquiatras se miraron entre si.
-Así es Sr. juez, la señora no miente -dijo uno.
-Ella vivió realmente todo lo que contó -dijo otro.
-¿Pero cómo es posible que ustedes digan una cosa así?
-Muy simple señor. Manuela López es alcohólica, pero a un grado tal que ha comenzado a confundir la realidad con la fantasía. El día 28 de abril, jueves, fue su cumpleaños. Hicieron una fiesta en el conventillo, Manuela se emborrachó de tal manera que durmió todo el viernes 29 de Abril y allí estaba ella esa mañana, soñando con el viaje y el harem, fantasías y anhelos que en su triste vida jamás se cumplirán. Eso es todo Señor Juez.
Manuela López fue absuelta y nunca fue tan visitada como entonces. La gente del barrio quería saber la continuación de la historia.
En cuánto a la muerte del Negro Tobías, no se sabe aún la identidad de su asesino.
LA FOTOGRAFÍA
El fotógrafo puso el ramo de flores sobre una mesita alta. Las nubes del decorado parecían venírsenos encima. El señor se ubicó detrás de una máquina, frente a nosotros y después de taparse la cabeza con un trapo negro, gritó: ¡Miren el pajarito! Se oyó un click! Y un fogonazo se desprendió de su mano en alto. ¡Qué susto! Mamá me dio un golpecito en las rodillas para que dejara de mover los pies. Desde abajo del trapo negro, volví a oír lo del pajarito, click! y la explosión blanca me dejó viendo estrellas. Por fin pudimos salir a la calle. Me molestaba el saco y el moño, pero mamá quería que los parientes de España nos vieran como niños ricos. Yo pienso que cuando vean la fotografía creerán que estamos en el cielo o que un aguacero nos pescó antes de poder salir. Pero mamá quiere demostrarle a la abuela que puede criarnos muy bien a pesar de estar sola. ¿Por qué no querrá mandarles las fotos que tenemos en casa? Ella amasando el pan, nosotros haciendo corderitos, ella ordeñando la vaca, nosotros bebiendo la leche caliente y espumosa. Me da un poco de asco tomarla, pero mamá dice que nos hará crecer fuertes.
Me gustaría mandarles una foto de la vertiente, de donde sacamos el agua para tomar y el berro para el asado. O una de Martina, sentada en su sillita, la cara arrugándose aún más cuando toma mate. O cuando rezamos el rosario y empezamos a reírnos sin razón, hasta que mamá nos reta. Y ya que saldremos en medio de una tormenta ¿por qué no mandarles una fotografía de cuando la lluvia pasa a través de la paja del techo y nosotros corremos con cacerolas para recoger el agua que después mamá usará para lavarse el pelo? Pero no, mamá decidió ponerse el vestido negro que usó para el entierro de papá, mi hermana Luisa parece una muñeca tonta, yo, con un perrito de felpa a mi lado, parezco más tonto todavía y con la cara de santo que me hicieron poner, van a pensar que soy un monaguillo.¡No entiendo a la gente grande!
Alicia Díaz Crespo
Alicia Díaz Crespo:
QUEBRACHO HERIDO
Una tarde de verano, con mi gran trompo en la mano, caminaba por la calle polvorienta. Un pie en la vereda y otro en la calle, levantaba tierra con el pie de abajo. Caminaba hacia la canchita, donde solían acampar los gitanos; allí me encontraba con los chicos para jugar.
¡Qué lindo! El trompo redondo, rechoncho, lustroso, con púa de acero ¡Qué madera más fuerte! ¡De quebracho! ¡Nadie te va a romper! -Somos fuertes trompito –le dije.
La cuerda era gruesa, fuerte, firme. La trabé, la fui envolviendo vuelta a vuelta en su cuerpo colorado y gris y la sujeté fuerte.
Allá en la canchita donde suelen acampar los gitanos, estaban los chicos esperándome. Un círculo estaba ya marcado. Me acerqué y tiré mi trompo con fuerza, con maestría, con toda seguridad.
Cayó justo en el centro, quedó como vencedor.
-Yo tiro primero, -dijo Esteban con su trompo rompedor. Me miró jactancioso, risueño, y fue envolviendo lentamente con la soga, su trompo alargado, flaco, desnutrido con púa de acero, acero de eje de tren de ferrocarril. Trabó la cuerda a su cuello, fuerte, y me miró con mirada intensa, irónica. Giró su mano hacia atrás, luego lo lanzó con toda su fuerza hacia delante. Salió disparado su trompo, el rompedor.
Seguí su trayecto seguro, perfecto, sin un milímetro de desviación y lo que vieron mis ojos no lo pude creer, estaba lejos de toda suposición inadmisible. Su rompedor pegó justo en el centro del mío y así como un higo maduro, el corazón de mi dormilón se dividió en dos.
Alcé el trompo entre mis manos, mirándolo di la espalda a la canchita, y con un pie en la vereda y otro en la calle volví triste.
PRESAGIO
Ves Prudencio, hacía unos días que andabas preocupado, como asustado. En este día en particular, 13 de marzo, te levantaste angustiado. Los otros peones que estaban mateando bajo el algarrobo, te vieron con los ojos enrojecidos; parecía que no habías podido dormir. Al pasar por delante de la Gregoria –mujer dada a las brujerías-, te dijo: "andate con cuidado Prudencio, la muerte ti anda buscando". Pero vos no la miraste, bajaste más la cabeza y te sentaste a la rueda del mate. Los peones respetaron tu silencio. Te levantaste enseguida. Tenías que traer a la cincha un toro medio arisco. Montaste tu caballo, te metiste por la huella hacia las sierras. Allí seguramente viste al toro entre un algarrobo rodeado de quimilos y aromos. El toro y vos, Prudencio, se midieron. El toro se empacó, afirmó sus cuatro patas esperando lo que vendría. Te acercaste, tiraste el lazo. Al unísono viste una rama en forma de horqueta que caía como a un metro del gajo principal del algarrobo. Sabías que si llegabas a entrar allí, en esa trampa mortal, no tenías como zafar, quedarías colgado. Veías que el toro al tirar te llevaría directo a la horqueta. Tus pensamientos seguro volaban, pensando como evitar lo inevitable. Seguro que pensaste "ya me lo anticipó la Gregoria". El caballo pasó por debajo de la horqueta y se quedó sin jinete. Todo el campo parecía llorar en silencio. El sol se ocultó a tus ojos, Prudencio, y quedaron mirando el cielo. El sol ya estaba justamente arriba tuyo, seguro que tus brazos se movieron tratando de alcanzar el gajo. Y bajar de allí, imposible. Sentías que el cuello no aguantaba el cuerpo. Te dolía todo, pensabas que estabas decapitado.
El toro, tironeando con el caballo, rompió la cincha y escapó con la montura. El capataz vio llegar tu alazán. Gregoria rezongó: "ya le dije yo, la muerte lo andaba buscando". Los peones salieron a buscarte siguiendo el rastro de tu caballo. Los minutos parecían horas. Las uñas de gato y los garabatos arañaban los guardamontes, parecía que lloraba el campo. Ya el sol bajaba hacia el poniente, los jinetes no te encontraban, Prudencio. Pero sabían que estabas cerca.
La brisa suave y cálida movía tu cuerpo en forma de péndulo. El rozar de las hojas parecía entonar una canción siniestra. El sol declinaba, vos ya no sentías nada, estabas muerto.
Al fin te encontraron los peones. Tieso, duro, muerto.
Te bajaron con cuidado. El graznar de las aves de rapiña rompió el silencio. Ramón dijo: "entuavía está vivo". Te trajeron en el auto y aquí estás, Prudencio, como nuevo. "Pa tironear otro toro", dijo José.
ECOS EN LAS SIERRAS
Amanecía, los guijarros con los primeros rayos de sol se teñían de rojo, amarillo, naranja y coloreaban los vasos de mi caballo, subí por una huella angosta, donde los pastos todavía brillantes por el rocío de la noche, también iban variando de color.
El sol aparecía entre las sierras y yo en medio de ellas, guiando mi caballo, me sentía sola y libre. Los algarrobos, las manzanillas del campo y los quebrachos formaban un túnel.
Mis pensamientos volaban lejos. Inesperadamente el caballo frenó y lanzó un bufido, un zumbido de moscas indicaba un animal muerto, así que le calvé los talones al caballo y me adentré en el claro del monte donde encontré un ternero muerto y a medio comer.
Comprendí que era el puma que andaban buscando. No me detuve, apuré el tranco y seguí la huella tratando de tomar el atajo que me llevaba por el arroyo.
El sol apretaba más, los rayos lucían un color plata. El caballo frenó de golpe, no quería seguir, paró las orejas, a unos veinte pasos, una masa amarillenta cruzó la huella. El puma me venía siguiendo. Oí ladridos y gritos , volví sobre mis pasos y vi al peón con los perros que habían acorralado al puma.
Me subí a un algarrobo y desde allí miré. El puma se defendía, de pronto una mancha blanca voló por el aire, era el dogo; pero éste no se doblegó y volvió a la lucha junto con el manto negro y eran una sola cosa perros y puma.
El fragor de la lucha no daba lugar a tiro certero para matar al animal, la sangre brotaba y las sierras repetían el grito de los animales.
Sonó un tiro de escopeta, el puma cedió y cayó fulminado.
- Por fin matamos a este, –oí decir al capataz – nos iba a dejar sin terneros si seguíamos así.
Bajé del árbol y monté nuevamente.
Volvimos con los perros medio maltrechos, pero eran animales acostumbrados a luchar.
Al puma lo trajeron después.
Atrás quedaron las sierras con sus senderos esperándome cada amanecer.
ENTIERRO MEMORABLE
Este pueblo era muy particular. La gente nunca estaba conforme con nada y menos con el intendente, opinaban que era un vago indolente, que nada hacía por el pueblo.
Un día con bombos y platillos reunió a la gente e inauguró un dispensario, el médico venía dos o tres veces por semana y tenían una enfermera todos los días. Una ambulancia recorría el pueblo aturdiendo con su sirena, de una punta a otra. Nueva adquisición del intendente aunque no había muchos enfermos que trasladar. Aún así el pueblo no estaba conforme porque a la siesta, la “sirena” pasaba. Anoticiado de este malestar, el intendente mandó acallar a la ambulancia.
Entonces, para hacer algo, blanqueó a la cal la comisaría, arregló la plaza, alquiló una banda para la inauguración y reunió a la gente. Pero como después de esto no se hizo nada más, de nuevo comenzaron las críticas.
Entre la a gente creció el comentario de que allí no había cementerio donde enterrar a sus muertos. Protestaban por que los tenían que trasladar a otro pueblo con todos los trastornos que acarreaba llevarlos por caminos malos, barquinazo tras barquinazo. Los cajones se rayaban, a la Petrona se le salió la manija y cuando llovía, los autos se quedaban. Hasta que un día se quedó empantanado medio cortejo, y el auto que llevaba el cajón de Pedro.
El intendente no se pudo hacer el sordo. Buscó un ingeniero civil y le encargó la construcción de un cementerio bien lujoso, con sus tapias bien altas, - No vaya a ser que se roben algún muerto, -dijo. Total lo pagará el pueblo, y seguro los Álvarez y los Vásquez van a mandar a hacer sus panteones además de algún otro que se las da de poderoso, como el carnicero Don Julián.
Ya todo estaba previsto. La fuente de agua, los floreros para las flores. Todo en orden, sólo faltaba inaugurarlo. Pero como no tenían un muerto, el intendente le dijo a su ayudante:
-Andá a pedirle a Indarte, intendente de Soto, que me preste un muerto para inaugurar nuestro cementerio.
. Indarte, el intendente de Soto, oyó paciente, se rascó la pera, pensó, frunció el entrecejo y dijo: -Si, te lo llevo a Gumersindo Pereyra, ha muerto ayer, te lo acomodo bien y se lo llevás. Yo arreglo con la familia. Les mando también diez lloronas, de las mejores, de las que se tiran el pelo, lloran y se desmayan.”
Indarte lo mandó en un cajón de lujo. El primer muerto que ingresaría al cementerio era: Gumersindo Pereyra y allí quedó su placa: “Primer muerto enterrado en el cementerio de media Naranja”.
Se dijeron dos discursos. Alabaron al muerto, “que no era tan de alabar” pero allí quedó él y su placa y el recuerdo de este entierro memorable.
Hubo de todo, entre la gente que se atropellaba para ver el cajón, las lloronas gritaban y algunos de los presentes acompañaban con sus lamentos.
La inauguración del cementerio fue todo un éxito y por mucho tiempo dejaron tranquilo al intendente.
Cristina Díaz
Cristina Díaz:
EL CAZADOR
Abandona el hospital triste y acongojado, pero con la decisión tomada. No queda otra alternativa.
Se coloca el abrigo y camina la calle fría del suburbio hasta el número indicado. Oprime el botón y una voz cavernosa le indica pasar.
Los peldaños centenarios lo llevan hasta una puerta maciza con una placa que anuncia "Marcos Ger, solución a sus problemas económicos".
La puerta se abre dando paso a una pequeña oficina, decorada sólo con un enorme calendario. Es el momento donde comienza una invertida cacería.
El cazador, un ave de rapiña; al frente, su presa. Un hombre humilde entre ambos un gran escritorio como coto de caza. Los documentos, la trampa. En la mano de la víctima, una lapicera para sellar su sentencia.
El ave negra con corbata de ancho nudo, la nariz ganchuda y ojo calculador, despliega la red de pagarés con el doble del importe que la víctima recibe. En breve plazo devuelve el total o pierde su casa.
Es la vida de su hijo. Firma y regresa al hospital con el monto del transplante.
En su oficina el prestamista abre la caja fuerte disimulada bajo el panel de una moldura. Imposible descubrirla. Su puerta está blindada por una combinación de varios números que sólo él conoce y computa en su memoria paquidérmica. Guarda los documentos. Oculta su fortaleza. Asegura los cerrojos de su bunker y sale.
Con su abrigo oscuro disimula su esencia rapiña. Camina con paso felino para caer sobre la próxima víctima. Oculta la garra derecha en su bolsillo como aparente mano generosa a punto de repartir limosna. La izquierda es el cepo de su maletín. Siempre aferrado a él.
Adentro del portafolios, lloran apretujados, los hogares perdidos por otras firmas.
Tan absorto camina pensando en su fortuna, que su visión de gavilán no detecta el color de advertencia en el semáforo. Cruza, y el accidente es inevitable. El maletín vuela. Se abre. Los papeles desaparecen con el viento.
Sale ileso. El golpe en la cabeza lo sume en una amnesia total. No recuerda la oficina, la caja fuerte ni los números. Del pasado, nada.
En el hospital el transplante fue un éxito.
Se cumple el plazo del primer pagaré. Acude a suplicar una prórroga. Sube la escalera. En la puerta no existe la antigua placa.
El nuevo locatario no conoce a ningún señor llamado Marcos Ger.
PAULA
Apoyada en la baranda de la cubierta, se despedía de una parte de su vida.
Mientras el barco se alejaba, su memoria la llevó a Buenos Aires, destino final del viaje. Entonces volvió a ser niña, era su cumpleaños.
A la hermana Julia, le extrañó que fuera su padre a retirarla del jardín antes del horario de salida del colegio. Tomada de su mano, subió al taxi y asustada vio como vaciaba el contenido de su mochila y la llenaba con ropa nueva.
Sólo quedó de mi pasado esa estampita de la Virgen que pasó desapercibida en un pequeño bolsillo -pensó-. Su madre, muy devota, debió colocarla allí en algún momento.
Recordaba haber viajado en ómnibus, cruzar ríos en lancha, otra vez en ómnibus. Residir transitoriamente en varias ciudades hasta establecerse en Cartagena.
Ante su dolor, su llanto y la ausencia, su padre respondía con evasivas y frases adversas hacia su madre. Nunca supo de ella y su rostro se diluyó en el tiempo. Sin embargo, no olvidó el nombre del colegio que figuraba en el reverso de la estampa.
Cumplida su mayoría de edad, pudo contactarse con la superiora, anotó la dirección y salió del país sin consentimiento paterno.
Afuera, el sol incendia el mediodía mientras que mi habitación oscurece al repasar las fotos de mi boda. Las imágenes otrora felices y coloridas, entristecen, se agrisan, se desgranan. Nuestro matrimonio agoniza.
Paula es la boya que mantiene este naufragio. Hoy es su cumpleaños. Apuro mis pasos hacia el colegio, le llevo la muñeca ansiada, esa que la atrapa tras el cristal del escaparate.
-Hermana Julia, vengo a buscar a Paula.
-¿Paula?, hace dos horas la retiró su marido.
-Virgen Madre, ¡Qué mi presentimiento no sea cierto! ¡Qué llegue a casa y allí esté esperando su regalo!
Tropiezo con la ausencia, me estrello contra el silencio.
Cuanto vacío…
Su muñeca aún la aguarda. Sólo mi fe mantiene la esperanza.
Es un insomnio de noches y de rezos.
Mi fe vacila.
Mis súplicas callan .No pediré más.
Alguien golpea con urgencia la puerta.
-¿Qué desea señorita?
-Señora, es tan largo de contar. Vengo viajando desde muy lejos. Mi padre me llevó del colegio a los cinco años. Me llamo Paula, creo que soy su hija.
PRESENTIMIENTO
El sol asomó oscuro, el viento arremetió en las calles, giró en las esquinas y llegó al cementerio como alertando muertos.
Sólo dos mujeres ignoraban el dramático encuentro. Cada habitante, sin pacto previo, lo había ocultado para ellas. Todo el pueblo conocía el lugar, la hora y los protagonistas. Las casas permanecían con sus puertas y ventanas clausuradas. Contaban los minutos, nadie asomaría hasta conocer el desenlace.
En el parque se acalló el viento. Dos hombres jóvenes caminan, uno hacia el este, el otro al poniente. Los segundos empujan los minutos.
Las puertas de dos hogares se abren al unísono, los segundos apuran y dos figuras vestidas de negro corren hacia un mismo sitio, impulsadas por un presentimiento.
Cuando los hombres giran con el arma en la mano, las dejan caer. Frente a ellos, sus propias madres vestidas de negro, protegen con su cuerpo, cada una, al hijo ajeno.
Luis Garay
Luis Garay:
Excelente lector , concurre a este taller hace varios años y nos regala siempre con magníficos cuentos .Ha publicado en la Antología del taller del Escriba 2004 y pertenece al Caldero de los cuenteros .
MICAELA
Allí está, con su ropa oscura, su pañuelo oscuro cubriéndole la cabeza, y sus ojos oscuros taladrando la nada. Micaela es su nombre. Está sola en la casa. Hace años que está sola. Su trajinar con seres queridos, extenuó el sendero que lleva hacia el camposanto.
¿Y ahora? No lo sabe, ni le importa. Se limita a cocinar, lavar, fregar, una rutina para seguir viviendo, aunque no sabe el motivo.
Cuando el día atardece, se sienta a la puerta de su hogar con la secreta esperanza de que ese sol, que ametralla el horizonte con proyectiles de fuego, la calcine incrustándola en forma de sombra, en la pared desteñida de olvido y de tiempo.
A veces su memoria se remite a los inicios, cuando su rostro sonreía porque el amor la insolaba por dentro, y el hombre responsable de haber encendido su corazón de alondra, la levantaba entre risas como si pretendiese verla remontar el vuelo.
De vez en cuando alguna vecina, se acerca a intercambiar unas palabras. Palabras que evocan el pasado, cuando ese pequeño poblado era alegre, placentero, y la vida les amagaba un futuro que nunca se concretó.
Generalmente está sola, mirando morir la luz cada veinticuatro horas.
Pero un día. el sol, al agonizar desusadamente luminoso, lanzó sus llamas hacia Micaela calcinándola, y la proyectó en la pared. Su piel, su carne, su sangre fueron imprimiéndose en el muro. Cada espacio, cada intersticio, cada poro de la pared, fue cubriéndose con las partículas de ese cuerpo que había sido en vida Micaela.
Ha pasado el tiempo. Hay gente que viene de lugares lejanos a rezarle, a pedirle cosas.
El rezar no es mi fuerte, pero esta noche quiero hacerlo. Voy a orar por una imagen, si, una imagen que habita un viejo muro, con su ropa oscura, su pañuelo oscuro cubriéndole la cabeza, y sus ojos oscuros taladrando la nada.
CONTRACARA
Se llamaba Elisa Gálvez. Era una mujer mayor de complexión fuerte y rostro marcado por arrugas debidas más al dolor que al transcurso del tiempo. Era de misa diaria. Esta práctica se había acentuado con la pérdida de su hijo, Luciano, que murió apuñaleado sorpresivamente por un matón de nombre Isidro Castañeda. Ambos tenía la misma edad, veinticinco años.
Por algún tiempo su vida se repartió entre su casa, la iglesia y las visitas al cementerio donde yacía Luciano.
El asesino cumplía condena en la cárcel. Fue sentenciado a doce años, de los que sólo cumplió siete. Buena conducta y el famoso dos por uno.
El vecindario que la apreciaba se solidarizó con ella. Una de sus vecinas acotó,
-Lo siento doña Elisa, es la justicia de siempre.
El homicida regresó al barrio integrándose a su antiguo entorno, un grupo de marginales a los que inspiraba cierto temor por su condición de tipo peligroso e imprevisible. Cierta tarde, Isidro se encontraba como de costumbre en un boliche de la zona conversando con amigos. La entrada de Elisa lo sorprendió. Ella se acercó con paso firme expresándole:
-Estos años que han pasado y la compañía del Dios en el cual creo, me han hecho ver que odiar es sembrar en el vacío y la cosecha es siempre amarga. Tenés la misma edad que tendría mi hijo, la puerta de mi casa abierta siempre para todo el mundo, a partir de hoy también lo estará para vos. Lo besó en la mejilla y se retiró. Castañeda era la imagen de la confusión y el desconcierto. Esa noche le costó dormirse.
Con el transcurso de las semanas, hizo algunos intentos de llegarse hasta la casa en que moraba la madre de su víctima, pero se echaba atrás a último momento. Un día se decidió y golpeó la puerta. Esta se abrió y en el vano estaba doña Elisa, quien sonriendo le dijo:
-Te estaba esperando, y le cedió el paso.
A partir de entonces, su figura empezó a hacerse familiar en el entorno de las vecinas de Elisa Gálvez. Ya sea compartiendo con ella como único visitante, o sumándose a algún grupo de amigas de la dueña de casa, que terminaron aceptándolo al ver el afecto que ella le dispensaba.
Un grato acontecimiento alteró la rutina de ese grupo de seres humanos. Elisa cumplía años. La reunión fue realmente animada. Algunas de las vecinas fueron con sus esposos. Presidía la mesa una hermosa torta obra de la cumpleañera, acompañada por viandas de todo tipo preparadas por sus amigas. Isidro se hizo presente con un gran pañuelo de hermoso diseño.
La velada, por lo entretenida, se prolongó hasta que poco a poco los invitados se fueron retirando, restando sólo Isidro y Silvina, la mejor amiga de la anfitriona y compañera en el grupo de oración.
Mientras ellos cambiaban unas últimas palabras, la señora Gálvez del interior de un aparador extrajo un objeto y lo guardó entre su ropa. Luego se acercó a ellos y sonriendo propuso un último brindis. Cortó un pedazo de torta y se la sirvió a su amiga acompañada con una copa de vino. Luego parada ante Castañeda le ofreció el trozo de postre que éste recibió con la mano derecha, extendiendo la copa de vino para que él la tomara con la izquierda. No bien lo tuvo con las manos ocupadas, Elisa se movió con la velocidad del rayo, extrayendo de la parte posterior de su ropaje el objeto sacado del aparador.
Se lo clavó en el pecho, una, dos, tres, cuatro veces, y en la cuarta y última dejó clavado el cuchillo en el tórax de su víctima, ante la mirada atónita de su amiga.
Dio un paso atrás, mientras Isidro retrocedía tambaleante mirándola con ojos en los que se reflejaban el dolor, el desconcierto y el horror. La pared detuvo su retroceso, y ya agonizante inclinó la cabeza mirando el mango de ése puñal que emergía de su pecho, mientras escuchaba la despiadada voz de doña Elisa:
- Sí. Es el mismo cuchillo con el cual asesinaste a mi hijo. Cerdo hijo de puta.
Curiosamente, ésa fue la primera y única vez en su vida, que Elisa Gálvez dijo una mala palabra.
LOS AMIGOS
Era un anciano solitario. Pasó por la vida como si temiera llamar la atención. Introvertido por naturaleza no tuvo amigos y menos aún: “Él amigo”.
A lo largo de su juventud trató a compañeros de trabajo, conocidos y algún que otro vecino. Las mujeres fueron casi una anécdota. Todas terminaban alejándose de ese ser tan metido en sí mismo. Y así fue envejeciendo, sin caer en la amargura pero sí en la tristeza.
Un año todo comenzó a cambiar, fue en el banco de una plaza. Pensativo, con la mirada ausente, una voz lo sacó de su ensimismada actitud:
-Diez centavos por tus pensamientos.
Giró la cabeza, un anciano como él lo miraba sonriente.
-¿ Ofreces dinero por mis pensamientos?.
-Sí. Y te ofrezco poco, porque son tristes, y esos nunca valen más de diez centavos.
Jaime amagó una sonrisa. La conversación empezó a desarrollarse con naturalidad. El viejo solitario contestaba, preguntaba, y en esa tarde, por primera vez en mucho tiempo su risa emergió
Quedaron en encontrarse en el mismo lugar al día siguiente, y a partir de allí alternaron con largas caminatas mientras charlaban y discutían.
Jaime por fin conoció la felicidad al lado de un amigo; en días soleados, en atardeceres lluviosos en que caminaban por el pavimento para escuchar la resonancia de sus pasos, y cerraban sus paraguas para que la lluvia mojara sus rostros riendo a carcajadas. El regreso a su departamento dejó de ser rutinario y melancólico. Tenía un amigo. ¡ Él amigo!.
Reparó en la gente que se cruzaba con ellos en sus largos recorridos, todos los miraban con una sonrisa o con una expresión de extrañeza..
-Deben creer que estamos locos pensó divertido.
Cierta vez que hablaban de sus respectivas vidas, no pudo evitar referirse a la suya con amargura:
-Ha sido una existencia marcada por la soledad y la tristeza. Nadie se acerca a mí. Ismael lo miró:
-La vida es una vieja herida que duele, pero también tiene sus aspectos positivos. ¿ Por qué piensas que la culpa sólo es de los demás?.
-No lo sé.
-Tal vez, en ves de tender puentes levantaste muros.
Jaime lo miró pensativo.
-Tienes razón, toda la razón. –dijo- Pero…qué hermosa metáfora.
-No es mía. Los humanos nos pasamos repitiendo frases o palabras que fueron dichas en diferentes lugares y épocas. Ya los antiguos griegos expresaban que no había nada nuevo bajo el sol. Lamentablemente, nos está vedada la originalidad.
Mientras admiraban el espejo de agua de un dique que reverberaba al sol, Jaime comentó:
-Me gustaría correr por ese lago, y saltar girando como un bailarín para caer sobre su superficie sin romperla, como esos insectos que pueden caminar sobre ella sin hundirse.
-¿ Nunca lo intentaste?
-¿ De qué hablas, estás loco?.
-Tienes razón, ¿ de qué hablo?.
Era pleno otoño, muy animados se adentraron en un parque. Por el sendero que transitaban se cruzaron con un paseante, en su rostro Jaime vio la misma expresión de extrañeza que observara en otras personas.
Unos metros más adelante unos árboles habían tapizado el suelo con hojas de color ambarino. Una ráfaga de viento las levantó y las dispersó alrededor de los amigos, rodeándolos, avanzando con ellos, en un desborde de amarillos increíbles realzados por los rayos del sol atardeciendo.
El paseante que había quedado detenido y con la expresión de extrañeza aún reflejada en su rostro, quedó cautivado por ese ballet fantástico protagonizado por las hojas, que servían de entorno a ese viejo que caminaba con el brazo derecho extendido hacia un costado, como si lo llevara apoyado en los hombros de un ser querido, mientras un poniente infinito esperaba paciente a ese anciano que por fin, había encontrado un amigo.-
Francisco Malvárez
Francisco Malvárez:
Poeta y narrador. Ha publicado en la Antología del taller del Escriba 2004 y pertenece al Caldero de los cuenteros.
ESTEPARIO
Yo, estepario
lobo,
lobo de luna y soledad,
libre,
derramo mi sal, lágrima silenciosa
sobre este páramo insulso.
De mis ojos, el infinito se conmueve
y vuela el pájaro sobre la sombra de hielo,
Yo, estepario,
estallo libertades,
me arrodillo,
no pido perdón,
sé que no hay clemencia,
sé que la lluvia lavará mi sangre,
sé que la lluvia sembrará mi nombre,
sé que seré viento en tu boca de Octubres,
CONQUISTADOR
Casi azul,
como un puñal de agua,
el grito se hizo viento para clavarse en el pecho
del hombre que conservó en su memoria,
su piel de animal,
y en el alma el vuelo silencioso de los pájaros libres.
Casi azul, después,
con una lágrima arrancada a un huracán impiadoso,
y sosteniendo por los pelos el infinito,
templó su sable y su pluma para parir la revolución.
Así conquistó de oriente a occidente la utopía,
sin derramar ni una sola gota de vino, ni de sangre,
como todo poeta.
COMO UNA LÁGRIMA DE AIRE
Me quedo.
Me quedo como una lágrima de aire,
espero que un puñado de pájaros
atraviese mis ojos y aniden en mi alma.
Inmóvil me quedo,
no quiero despertar los sueños
ni que a la calle, la invadan los bandidos.
Y ese dolor que arremete,
que asfixia,
y llama a gritos la muerte.
Me quedo quieto,
que no se mueva el tiempo,
que este llanto no caiga,
que no me venzan las sombras,
que la bala no salga,
que renazcan los pájaros
y revoloteen en mi alma.
Me hago silencio.
Quedo rígido, en silencio,
y espero,
espero que el milagro ocurra
o que la lluvia lave la sangre.
Me quedo (de todas formas me quedo) y espero.
TRIUNFO
Es la palabra quién zanja el pecho,
saca la muerte en abanicos de versos.
Te retuerces,
golpeas el aire con el puño
y el alarido se ahoga en una cortina de lluvia.
Te retuerces y sangra la idea
y sangran tus ojos,
tus dedos y tus pies.
Sangras el agua,
alma húmeda
transparente
y en un poema te confundes con la hoja,
con la tinta, sangre negra
y te haces silencio otra vez.
Otra vez triunfas, sobre el olvido y la tumba.
LLUVIA
Hay un pájaro oculto tras mi llanto,
un vuelo largo y silencioso de naranjos,
una montaña desnuda,
una mujer desnuda,
otro llanto.
Detrás de él hay cientos de pájaros,
montañas y naranjos.
Así hasta el alma
lloro, sin saber desde cuando
se me llueve
la vida por los ojos.
MEDIA MUERTE MÁS MEDIA MUERTE
La mitad de la muerte estaba en su ojo, era un asesino perfecto, franco tirador. La otra en la punta de la bala.
Tomó aire, lo contuvo. Apuntó lentamente. La víctima ignoraba...y disparó.
La muerte por fin se juntó, se hizo una. Al estallar el fusil, la bala le entró por el ojo.
IRONÍA
Una lluvia de naranjos empapaba el campo, un otoño de aguas se esparce sobre el pasto y las vacas mojadas y mojados los caballos van bordeando el alambrado.
Un auto detenido al borde de la carretera, apoyados en el una pareja se besa. Él la abraza, ella levanta el pié izquierdo; mojados como los caballos, como las vacas, detenidos en el amor.
(Unos se van, otros se quedan)
Mientras en la ciudad no llueve, hay un acogedor sol otoñal y desde un octavo piso un hombre, se lanza al vacío, se suicida.
Que ironía.
En la planta baja del mismo edificio, en el mismo otoño, en el mismo momento, el portero barre las hojas, limpia la vereda sin imaginar.
María Moreno
María Moreno:
Asiste al taller hace dos años .Ha cursado el seminario anual de literatura hispanoamericana del anexo de la facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba .
Ha participado en mesas de lectura en la feria del libro de la ciudad de Córdoba. EL MIRACIELO
“A ratos el hombre miraba
las presas y pensaba:
-Este será cazador.”
César Altamirano
Severo, oteaba el horizonte en la claridad que precede al sol. El paisaje que se desplegaba ante sus ojos lo hacía sentir ínfimo y un aleteo de pájaro le visitaba el corazón. En ese instante, los huéspedes de su mente, como siempre eran Aurora, su mujer, que calmaba sus fuegos en la tibieza de sus brazos; y sus hijos Inocencio y Consuelo, que cerraban el círculo de sus anhelos.
Un grito agonizante surgido de las entrañas del monte lo volvió a su realidad: el duro trabajo de hachero lo esperaba.
Ese día una extraña inquietud lo hizo adelantar el regreso a su rancho.
Lo recibió un cuadro familiar que no olvidaría. Sobre una cama improvisada en el suelo, Aurora, dormía bajo el algarrobo añoso. A su lado, sentada, estaba Consuelo, que había heredado de la belleza de su madre, los ojos color moca y una cabellera anochecida que le daba marco a su cara inmaculada, jugando aparentemente con una larga cinta teñida de grises que maltrataba bastante, queriendo sujetarla entre sus brazos.
Noel, se le adelantó unos metros, ladrando, con el pelo encrespado.
Como en un sueño, el hombre recordó días después que al pisar la sombra de ese árbol, con espanto vio que una yararà lograba escapar de su carcelera y se deslizaba sobre el cuerpo de su mujer, que sólo abrió los ojos cuando sintió el escozor de la picadura mortal en su brazo derecho.
Queriendo cambiar el destino de su compañera, levantó el machete decidido a cortar el torrente fatal.
La mujer lo miró despavorida
El hombre vaciló. En ese instante decisivo, bajó el brazo armado y estrenó sus primeras lágrimas de hombre ante un desenlace inevitable.
Inocencio, el hijo mayor, que se había ganado el mote de “Miracielo” por esa costumbre de prender su mirada en la copa de los árboles, en busca de los pájaros que lo embelesaban con su canto y lo hacían retroceder al tiempo de su niñez, cuando devolvía pichones a sus nidos; quiso vengarse, pero la atacante ya había desaparecido entre los yuyales que circundaban el patio, y se sintió impotente.
Dotado de un físico endeble lo perseguía la humillación de un padre frustrado que repetía: “Y pensar que yo quería un hijo varón que fuera cazador”, a lo que Aurora respondía: “Unos nacen para matar. Otros para defender la vida. Es una ley de la diosa Naturaleza”.
Severo quedaba asombrado por las respuestas sabias de esa mujer y se preguntaba: ¿Se las habrán soplado las voces del monte?
Inocencio se arrodilló y besó a su madre en la frente perlada de un extraño sudor frío.
Su hermana Consuelo rompió en llanto, y recordó que la pequeña aún era amamantada por su madre. Como ante una revelación, vislumbró la posibilidad de un nuevo desafío, del que quizás su padre se sintiera orgulloso.
Apesadumbrado la alzó, la apretó contra su pecho y se encaminó hacia el corral. Eligió una cabra recién parida y prendió a la niña de esos pechos tan distintos a los de las mujeres. La escogida quiso conocer a esa extraña cría de largo pelaje, que lejos de darle topetazos, le acariciaba el vientre, y la olió una y otra vez. Luego de los reconocimientos mutuos, la niña sació su hambre y se quedó dormida.
El Miracielo, con el orgullo empañado por la tristeza y con la tierna carga en sus brazos, se encaminó al rancho enlutado.
La madre sustituta, perdió su mirada indescifrable en la tarde que moría.
CASTIGOS CELESTIALES
El tiempo ha transcurrido en ese pueblo impregnado de olores montunos, permitiendo ciertos olvidos.
Pero algunos recuerdos perduran, como el caso donde la hosca e inabordable Cleo fue testigo de dos ejecuciones:
En la primera como ejecutora, de donde se alejó sombríamente mascullando resabios de ira, sin imaginar las consecuencias del acto.
En la segunda, besando los pies de su hijo, fue hundiéndose y apostrofada pidió clemencia para su alma condenada a las llamas del arrepentimiento, de las que no saldría indemne.
Pasaron muchas lunas, nadie recuerda cuántas. Sus pasos vacilantes parecían no encontrar rumbo. Su mirada otrora desafiante se hizo esquiva y sus labios musitaban palabras ininteligibles.
Una noche alrededor de un fogón de ascuas crepitosas, donde una botella de ginebra pasaba de boca en boca, fue propicia para una confesión inesperada. Detrás de los circundantes, en un rincón sollozaba la Cleo.
Respetuosos, los demás bajaron el tono de la conversación y la voz queda de la “Belisa Crepusculario” le habló.
- Olvide comadre -dijo el oidor-. Déjelo descansar. Quizás el de arriba ya lo haya perdonado. Hágale una promesa a nuestra patrona. Ella la aliviará. Por si no lo sabe, las penas y las recompensas siempre están ligadas a su voluntad.
Ella arrimó su silla al que le hablaba y revivió los hechos. El oidor, los transmitió a los ocasionales concurrentes:
“Esa mañana que se anunciaba luminosa, se despertó sobresaltada por el alboroto – mezcla de aleteos y cacareos – que provenía del gallinero. Rápidamente se dirigió al lugar. Ante sus ojos, el gato gris, única herencia que recibió al morir su madre “La Rezadora”, mostraba su cara y bigotes teñidos con una viscosidad sanguinolenta salpicada de plumones amarillos que lo acusaban del estrago.
La gallina despojada desafiaba al felino que no dejaba de relamerse, y la Cleo, fuera de sí, con los ojos encendidos por la ira, lo amenazaba con una negra cadena. Éste asustado ronroneaba para tranquilizarse a sí mismo y la dejó hacer. Pero “La Justiciera”, al dar la media vuelta, se encontró con un testigo inesperado. Valerio, su hijo, horrorizado contemplaba el espectáculo: el gato aún se balanceaba debajo del viejo algarrobo... y él recordó a su abuela Zoraida, acariciando su mascota, único compañero de sus horas solitarias. Balbuciente se alejó del lugar. Y ella tuvo la sensación de que a lo largo de su espalda se deslizaba una serpiente para anidar justo en su corazón, y supo que en algún lugar se iba a consumar un sacrificio.
Durante muchos días no tuvo noticias de él, porque faltó a los lugares que lo tenían como asiduo concurrente, sobre todo los dos boliches que como “llamadores de ángeles” estaban en las dos entradas principales del pueblo.
Valerio volvió y con la mirada huidiza le pidió que por ser el día de su cumpleaños, le permitiera hacer un asado en el patio, al que concurrirían sus amistades. La Cleo que les tenía aversión por considerarlos malas compañías, negó el permiso y adujo que eran borrachines y pendencieros.
Los escuchas se miraron sorprendidos, si ella misma en fiestas familiares, mientras vaciaba vasos, hacía temblar a los infieles, porque a más de uno desenmascaró delante de sus respectivas parejas. En el punto culminante de la fiesta, tambaleante se paraba frente al infractor, lo miraba fijamente y con su dedo acusador le hacía saber que iba a ser delatado.
El oidor prosiguió:
“Al otro día del desencuentro entre madre e hijo, alguien vino a buscarla y la Cleo sintió que una serpiente le envenenaba el corazón.
En la casa vacía, estaba su hijo, con una expresión que no olvidaría.
Cuando levantó la vista reconoció el arma homicida: la cadena de la primera ejecución y recordó a sus hermanos vaticinándole a ella, castigos celestiales.”
Luego de la confesión, la Cleo escondió la mirada detrás de la maraña de su pelo del color de la ceniza; mientras acariciaba el rosario que dejaba deslizar entre sus dedos, con paciencia infinita, de su madre “La Rezadora”.
HUELLAS IMBORRABLES
¿Por qué tu imagen lacera mis nostalgias de huellas sin rumbo?
¿Por qué en mis mejillas anhelantes están ausentes tus marcas?
¿Por qué no encuentro una señal de tu ternura en mis muros desiertos?
¿Por qué tu imagen no estuvo rondando mis sueños desvelados?”
M. M.
Corría el año 1952 y las horas transcurrían jubilosas en ese poblado que sólo figuraba en la memoria de los que allí regresaban para participar de las fiestas patronales.
La niña de manos desdibujadas inspeccionaba a los peregrinos y los comparaba con esa vieja fotografía de su padre, al que unas huellas indelebles bifurcaron su destino.
Ante la infructuosa búsqueda, decidió viajar hacia la gran ciudad, acompañada de una vieja dirección.
El hombre que la recibió le contó que todos los años, su hermano viajaba para las celebraciones de la Patrona del pueblo de donde ella venía.
Regresó, acompañada de un secreto.
Al año siguiente, en los mismos días, observó a todos los penitentes. Allí estaba él, expectante, con su ceguera y las manos desdibujadas por el fuego que envolvió su cuna de niña, una noche tormentosa.
Se acercó y depositó una moneda en la palma de esa mano rígida...Lo llamó por su nombre y lloró el de ella.
José Luis Oliva
José Luis Oliva:
Nació en Río Tercero- Córdoba en el año 1979
Cursa quinto año de Licenciatura en Letras modernas- Facultad de Filosofía y Humanidades- Universidad Nacional de Córdoba
Primer Premio del Concurso de Literatura organizado por C. E del Instituto “Domingo Savio1997
Participó en el staff y publicó poemas en la Revista Disculpen La Demora, publicó poemas en La Revista La Candelaria Números 3 y 4. Participó en Papel de armar. Foro de editoriales autogestionadas en el año 2003, como parte del Staff de Disculpen la demora.
MÁSCARA DE PALABRAS
Corrugo
la extensión de mis latidos
con la comezón de palabras
que agruma
la página
y busca los fanales
que esperan
su visita.
Enhebro
la luz
que me aloja
en el leudar de una belleza
que sea
boulevard
y no esquina.
PARLANTE DE SILENCIOS
Desafino el
desatino
(desde adentro)
con
cables
que
(desde afuera)
alisan
todo vértigo
con sus
inocuos estrépitos,
descargas de rebaño
mudo,
decrépito.
PINTOR DE HORIZONTES ( versión libre de un cuadro de Berni )
Carita sucia
del hollín que pidiendo
entre los autos
se pegó.
Pie
entre una caja de leche,
una cubierta quemada,
un tarro de pintura
y una botella de aguarrás.
Remontas un barrilete
de hojas de diario,
nylon,
papel de aluminio y celofán,
sobre palitos de helado
pegados con poxipol.
y con cola y flecos
de envoltorio de Bon-o-Bon.
Pero tus ojos miran más allá;
pintan
las chapas
con colores que no están
y un cielo
con lugar, para muchos más.
Mientras tu barrilete vuela
y tu ilusión remonta
yo me cuelgo a tus flecos.
No quiero quedarme acá.
PLEGARÍA TIESA
Desde la asfixia de este yeso mudo,
bombo legüero que toca con el sonido del dolor,
corazón que bate plagas
porque ya no escucha
el eco de las esperanzas que lo acercaban a vos,
y se aturde con la risa, escéptica por tanto carnaval.
Busco algún tintineo que me rescate
del batifondo
de mis parches que se burlan
envolviéndome con tu ausencia,
alguna campana que no sea madrina
de la distancia que se arrastra por el verdor de la rabia
y rodea los caminos que suben hacia vos.
Pero siempre termino batiéndome en retirada
o escondiéndome en el aporreo de las quejas
como
un asma distrae con las cosquillas de la tos
la ausencia de tu amor.
CONFESIONES DEL DEDO QUE QUISO TAPAR EL SOL
Estoy cansado
de ser
pergamino de las nubes.
Siempre el mismo barrilete
que no puede subir al sol.
¿Cómo podré borrar
ese libro antiguo
atascado
en palabras mohosas que tapan el amanecer?
necesito rayos de sol
que desvistan las sombras.
I
Cambio esta vida incunable
por partituras que mecen al sol.
Este bongó quejoso
por mandolinas que bailen
al ritmo
de la picazón, de Dios.
SALSA RIMBAUD
Esperamos a Dios como golosina
Rimbaud
Esperamos a Dios como un caramelo
que derrita las acequias agrias
que nos sorben la vida.
Trituramos
las cebollas
hasta hacerlas llorar
por sus heridas- más introvertidas,
por sus anhelos -menos somáticos,
el suspenso
de lo que se perdió.
Mezclamos todo
con sapos
que creíamos príncipes.
Acullicamos
la decepción
aunque
nos agujeree
y nos vuelque la vida.
Para que Él entre
por nuestras oxidadas
caídas
a llenarnos
con una
irrebalsable
alegría.
Alicia Osuna
Alicia Osuna:
Fue seleccionada en el Concurso Literario de poesía y cuento del año 1997 para autores inéditos de la Municipalidad de Córdoba Obtuvo la primera mención en el concurso internacional de poesía y cuento de la SADE Córdoba 1998. Obtuvo el segundo premio en el concurso literario organizado por profesionales jubilados de la ingeniería 2003
MIRARSE
La cuadra se deshacía bajo el calor de la tarde. Las baldosas calientes, pegaban las suelas al piso sucio y desparejo. No era fácil caminar con tacos aguja sin perder el equilibrio, también estaban el hambre y las moscas, pero sobre todo el hambre y la rabia, ni un peso desde ayer a la noche -qué dura la calle -susurró para si.
Dos veces perdió el equilibrio, la segunda vez con suerte, una mano gruesa y firme la detuvo, logró sostenerse -muchas gracias -dijo sin mirarlo, después, sintió una herida seca, sin dolor, y el calor de su cuerpo la detuvo. Lo miró y esos ojos la hicieron dudar, pero era cuestión de urgencias primordiales.
-Está sola, la puedo invitar con algo fresco? -apuró el hombre, el aroma a glicina en la piel de ella y esos ojos grandes casi transparentes, le trajeron a la memoria otra piel y otros ojos. Entraron a un barcito cerca del bajo, por donde pasa el tren.
–Ha empezado a llover. –dijo él.
Una niebla rara empaña el vidrio de la ventana, ella apaga su cigarrillo en un cenicero de aluminio que está sobre la mesa.
Se miran, ella se queda con los ojos quietos sobre su rostro, le parece conocerlo desde siempre, hasta se sonríe, por un rato olvida su cansancio; la cosa es sacarle algo –piensa.
Él es un hombre triste, ella le ve la curvatura de la espalda, su forma de hablar, siente el silencio entre sus frases, le quiere decir algo pero se contiene o no sabe qué palabras, él necesita oír.
Ella se levanta despacio con la excusa de ir al baño, pasa por su lado y le desliza la mano desde el hombro hasta el bolsillo, toma la billetera y se va. Cierra la puerta del excusado y revisa la cartera, encuentra unos pocos pesos y una foto, en ella se ve un hombre y una mujer de risa franca, el hombre es el que está sentado en su mesa, pero más joven y parece feliz también hay un niño, su carita está borrada de tanto manoseo, o de lágrimas.
Cierra la billetera sin sacar nada y se dispone a devolverla, -para qué ensuciarse por tan poco –piensa – y vuelve al salón.
Lo busca con la mirada pero la mesa está vacía, una sensación de amargura le recorre el cuerpo, siente que podría salir a la calle correr bajo la lluvia, encontrarlo, devolverle la billetera y lavar su culpa, pero sabe que no lo hará. Siente de lejos el sonido del tren, sale a la calle, apura el paso.
Un relámpago ilumina la noche, luego la oscuridad se hace más intensa, corre a ciegas, piensa que tal vez si lo encuentra, él la perdone y después se conozcan y lleguen a quererse. Se para, sabe que es mentira, ella ya no puede querer a nadie, no hay redención en su arrepentimiento.
Otra sirena, esta vez de una ambulancia, mira al otro lado de la calle por donde pasó el tren, un tumulto de gente se amontona alrededor de algo que hay en el corredor de las vías. Ahora la lluvia es más fina casi imperceptible, ella se acerca con la certeza del presentimiento y lo reconoce.
PENTIMENTO
Una vieja pintura, con el transcurso del tiempo, a veces pasa a ser transparente, entonces es posible ver los primeros trazos, aparecerá el rostro de una niña a través de un cielo espejado, o quizás, un pequeño cofre entre las manos de una mujer, es ahora un ramo desparejo de flores. A esto se le llama Pentimento. También podría decirse que es una manera de descubrir cosas ocultas debajo de la inocente apariencia de un objeto.
Cuando yo era muy chica me fascinaba ver a mi hermana escribir su diario íntimo. La observaba desde un rincón del cuarto, a veces a altas horas de la noche, escribir con un afán incansable. Era tal su dedicación que no notaba que yo la miraba sin poder dormir acompañando desde mi silencio nuestras desveladas. Una noche, la quietud de la casa se sentía en el tic tac del reloj de pared, casi sonámbula, me levanté y fui tomar agua, pasaba por la sala del comedor, y vi. otra vez a mi hermana de espaldas, escribiendo. Cuando me acerqué apretaba un pañuelo entre las manos y tenía los ojos demasiado rojos -¿Inés estás llorando, que te pasa?-le pregunté mientras ella cerraba su diario discretamente sobre su pecho.-vamos a dormir que es tarde-me reclamó y abrazadas nos fuimos a la cama .
Me costó conciliar el sueño por el resto de la noche, en el cuarto de Inés , me pareció escuchar la voz de mi madre discutiendo con ella. Por más que agudicé el oído no alcancé ni a sospechar de qué se trataba la conversación.
A los pocos días se precipitaron diversos acontecimientos de los que por mi corta edad, quedé al margen .Preparativos de viaje , compras, paquetes sin abrir, preguntas sin responder, silencios ,iban conformando el cuadro acabado que quedó en mi memoria. Después el anuncio: Inés había ganado una beca por un año ,y partía a Estados Unidos , en un programa de intercambio.
La despedida en el aeropuerto fue eterna me parecía imposible separarme de ella por tanto tiempo, nunca habíamos estado ni un día alejadas Pasarían cinco años antes de que la volviera a ver.
Cuando bajó del avión se veía cambiada, muy parecida a mamá y ahora que no estaba entre nosotros, ella la devolvía a nuestro recuerdo. Papá lo sintió así y se le reflejó en la cara, lo había visto llorar otras veces, pero en esta ocasión fue distinto. Inés lo besó en su mejilla, la noté demasiado formal con él, ella que era la luz de sus ojos, traía en sus brazos a Tomy, mi sobrino, un niño de ojos castaños y piel muy blanca. También la acompañaba John su marido Americano. Sólo cuando nos abrazamos la sentí tan cálida como siempre, su cara se distendió y fue mi hermana ,como la que yo recordaba. Estuvieron muy pocos días sólo el tiempo necesario para saludar a la familia y compartir la pena por la muerte de mamá.
No pude hablar con ella de todos estos años, contarle de mi vida y saber sobre la de ella. Nunca pudimos estar a solas, yo la buscaba pero siempre había alguien: Tomy la reclamaba, o su marido que no entendía lo que hablábamos y ella debía oficiar de intérprete, en fin, se pasaron las semanas y sin darnos cuenta la estábamos despidiendo de nuevo.
Han pasado treinta años, Inés viene de vez en cuando a la Argentina está muy establecida, vive en Boston con John, Tomy es un joven abogado que comparte el buffet de su padre y otros asociados .Él si viene, por lo menos una vez por año se da una vuelta, dice que se siente en parte muy argentino, tiene la simpatía y el carisma de Inés y una sonrisa que le llena toda la cara.
Papá está muy viejito por eso hemos decidido mudarlo de la casa grande a un departamentito cerca de la mía, soy la única mujer que queda aquí y pensamos que es mejor tenerlo a pocas cuadras. Ya casi he terminado de levantar la casa, me falta acomodar su biblioteca, y deshacerme de viejos libros y papeles.
En esa ardua tarea estaba cuando encontré el diario de Inés. Al principio lo tuve un rato largo entre las manos, acariciándolo y recorriendo con las yemas de los dedos, sin atreverme a abrirlo. Ha pasado tanto tiempo -pensé para justificar mi curiosidad- ¿qué puede esconder el diario de una chica de diecisiete años? además con Inés no teníamos secretos. Con este último pensamiento di por finalizadas mis dudas.Reconocí enseguida su letra redonda y pareja, y en las primeras páginas, todo el candor de su gran amor por Pedro, las primeras salidas …el comienzo del noviazgo… seguí pasando las hojas, ya todo lo recordaba con claridad, como en un viejo cuadro cuando se transparentan los primeros trazos.
Estaba por cerrarlo, cuando me llamó la atención una hoja muy borroneada, algo desprolija, y un tanto arrugada como cuando un papel se seca.-Lágrimas, éstas son las lágrimas –pensé- de Inés, de aquella noche en que la vi.
Sentí una tristeza vieja, la misma de hace tanto tiempo. y entonces leí:
“Ya todo lo han arreglado, mi viaje y la excusa para dar a la familia y a los amigos. Me exilian en la casa de June la amiga de mamá que vive en Boston. No quiero hablar con Pedro y menos decirle de mi embarazo, no puedo hacer nada, no tengo fuerzas más que para estas lágrimas….”
DICIEMBRE
Por fin terminaron las clases! Subo corriendo a mi cuarto, me saco los Gomycuer, los odio, con cordones y pesados, pero mamá dice que son los únicos que duran todo el año. Vuelan por el aire las medias azul Francia junto con el moño del cuello, el jumper gris y el saco.-Acomoden las cosas del colegio -manda mamá desde la cochera, adivina el desorden mientras carga las últimas cosas en el auto. Guardo el uniforme completo en el placard, las medias debajo de la cama y escondo los zapatos.
Ya está todo listo, la camioneta de Don Mario con la heladera, el lavarropa que desde que salieron los automáticos lo cuidan más que a nosotros y en la casa somos nueve.
Llegamos a la Villa, el olor de los durazneros me despierta. Me bajo del auto corriendo, estoy en vacaciones
.-Chicos ayuden -se siente la voz un poco cansada de mamá. Yo ayudo, pido la llave de la piecita donde se guardan las herramientas y mi bicicleta negra, compañera inseparable que está llena de tierra. La sacudo, por suerte la cadena está puesta, la goma de atrás un poco desinflada pero me aguanta hasta la casa del abuelo, él tiene inflador.-Si ya voy –digo-. Bajo mi bolso lo dejo sobre la cama y salgo volando con mi bicicleta, yo ayudo.
Paso por lo de Any: -Esta tarde nos juntamos en el bosquecito de los eucaliptos, llevá los cigarrillos, yo los caramelos de menta para después. Sigo mi recorrido anunciando a las amigas mi llegada y el programa de la tarde, lo de Martita es más lejos, voy a tener que inflar la goma para llegar.
La casa de los abuelos está muy cerca de la nuestra, a la vuelta, llego con la bici en la mano, la goma no aguantó el esfuerzo. Don Juan está dándole de comer al pavo que tiene atado en la quinta. Hace un mes que lo alimenta a nuez y vino blanco. Es el festín de la navidad.
-Abuelo no lo maten, este año comamos pollo -le digo abrazándome al ave con voz suplicante.
Sigo mi camino hacia la cocina donde me lleno las manos con las pasas de uva, las nueces, las frutas abrillantadas, las almendras y todos los componentes del exquisito pan dulce de la tía Rosa, que de casualidad no se encuentra con las manos en la masa.
-¿Dónde estará? – me pregunto, si jamás deja su cocina, salvo que esté vigilante, al asedio de los depredadores, como nos llama. Sigo el recorrido, mientras repaso mentalmente, los planes para estas vacaciones, la pileta, el bosquecito, este año me dejan ir a la fiesta de fin de año en el club, ojala vengan los sobrinos de Marucha. Pedrito es el que a mí me gusta.
Paso por la puerta del cuarto de la abuela y siento voces, son las de la tía y de Gladis, la íntima de mamá:
-No debías esforzarte tanto con la mudanza, este año te tendrías que haber quedado tranquila en tu casa. –dice. Me asomo sin que me vean, mamá está acostada, con una bolsa de hielo sobre el estómago, Gladis está con una cara que me asusta, tía Rosa tiene de la mano a mamá: -Tenés un embarazo de alto riesgo, deberías estar en reposo absoluto.
Escucho las palabras embarazo, alto riesgo y entro en pánico. Una angustia me cierra la garganta, decido entrar. El abuelo que estaba detrás me toma por los hombros y me distrae hacia el jardín.
-¿Qué pasa? Papá nos habló del nuevo hermano, pero no nos dijo del riesgo. ¿Se va a morir mamá abuelo?
Las lágrimas no me dejan ver, voy de la mano del abuelo arrastrándome.
-Sabés, he pensado Payita, esta navidad no sacrificaremos el pavo.
Nilda Paz
Nilda Paz :
publicó el libo de cuentos “Sentimientos Plenos” año 2000 y en diferentes Antologías.
Obtuvo los siguientes premios:
Del Centro Internacional de Escritores Noveles: IV Certamen Internacional Roberto Arlt Mención de honor II Certamen Internacional José Martí Mención de Honor I Certamen Internacional Pablo Neruda Mención Especial
I Certamen Internacional Jorge Amado Mención Especial
III Certamen Internacional José Martí Mención de Honor Del Centro de Arte “La Quimera”:
II Certamen Nacional de Literatura
“En los alrededores del olimpo” Mención al Mérito Literario
III Certamen Nacional de Literatura “Yo, el reflejo en el agua... La flor” Mención al Mérito Literario
Participó en mesas de lectura en la Feria del Libro 2005 y2006
MI CREACIÓN
Me levanto temprano, voy al taller y observo mi trabajo.
-Hola Ramiro ¿Como estás hoy?
-Bien, Clarisa, estoy muy bien. - me responde sentado contra el marco de la ventana. Lo levanto en mis brazos y le acaricio la mano, parece que fuera ayer que comencé a crearlo. Ese día pensé en mi vida solitaria, en que ningún amor había golpeado a mi puerta.
Fui a la plaza, allí los niños, corrían de un lado para otro, con globos multicolores. De pronto uno de ellos, llorando y confundido, se arrimó y me dijo:
-Mamá, mamá…
Una enorme congoja se apoderó de mí y regresé a casa muy triste. Fui al taller, había tomado una decisión. Preparé la arcilla, al palparla sentía que se comunicaba conmigo y poco a poco fui modelando el niño que deseaba tener.
Comencé por los pies, marqué las uñas en forma suave. Sus talones y tobillos bien redondos, sus piernas cortas, lo fui diseñando con ternura, día a día me sentía más excitada.
¿Qué es lo que me intranquiliza? Mi niño tiene que hablar, pensé. Empeñosamente me puse a la tarea, continué por la cabeza. Sus rizos en perfecta armonía fueron apareciendo ante mis ojos, su frente amplia, inteligente. Bajé hacia el mentón, este tenía que ser enérgico, me empeñé en eso hasta lograrlo, subí hasta su boca, esta debía ser pequeña y con una sonrisa permanente, marqué sus labios entreabiertos que me dejaban ver sus pequeños dientes.
Tenía que apurarme, su nariz respingada, quedó completa luego de tener la arcilla entre mis manos y cuando formé sus pequeños orificios, me dio la impresión de que despedían suspiros suaves y rítmicos.
Sus mejillas regordetas le dieron más vida. Me dediqué después a los huecos de los ojos, puse el globo de sus ojos sin vida, y agotada pensé, mañana les daré luz.
Caminé hasta la puerta del taller y escuché una voz muy triste que decía:
-¿No me crearás como niño ciego, verdad?
Volví inmediatamente, me acerqué a la mesa de trabajo y vi que su boca se movía, pero en vez de tener la sonrisa que yo le creara, mostraba unos labios caídos de pena.
-Me quedaré toda la noche y tus ojos tendrán vida. - respondí
-Gracias. – contestó.
Entonces charlamos, me contó lo que sintió cuando creaba cada parte de su cuerpo, que mis manos trabajaron en forma de caricias, y que podía decirme gracias, no sólo por los hermosos ojos que ponía en su rostro.
Era mi creación, no dormí esa noche, seguí todo el día siguiente con mi trabajo. Mi niño no sólo tenía ojos y veía, sino que hablaba, se comunicaba conmigo.
-Conocerás el mundo. -le propuse
—Clarisa, - me dijo mientras me abrazaba muy fuerte-. ¿Te gustaría ser mi mamá?
LA PUERTA DE HIERRO
Martín corre entre las tumbas y tras él va “Castor” su perro. El pecho en ritmo alocado sube y baja en forma veloz. Brota del piso una espesa neblina azulada, que queda suspendida en el aire sobre los infinitos mármoles del tiempo. En la noche agazapada, un suave murmullo se escucha con el movimiento de las hojas.
En su mano derecha, el chiquillo aprieta fuertemente una pata de conejo que le regaló Rubén, su amigo, el viejo mendigo del pueblo, que le aconsejó el camino más corto. Él le haría caso, lo quería mucho, aunque un ojo bizco de distinto color y un hombro más bajo que el otro y una pierna más larga , le daban un raro aspecto, Martín se sentía bien a su lado.
Se la ofreció el día que hicieron la apuesta con sus amigos. Ésta consistía en cruzar solo el cementerio una noche de luna menguante. Tenían que encontrar la puerta de hierro. No podía negarse porque pasaría por cobarde. El miedo estaba latente en el ranchito de paja propiedad del “Búho donde se runieron.
La leyenda decía que el que encontrara La puerta de hierro se haría inmensamente rico, pues había allí un gran tesoro.
Se hizo el sorteo y él fue el agraciado.
Llegó la noche fijada. Se encaminó al portón del cementerio, pero éste no estaba, se dijo temeroso: ¿Para qué poner uno si de allí nadie se escapa?
Ingresó corriendo hasta el Cristo y dobló a la derecha hasta la tumba de “Paula Centeno”, la conocía por la paloma que había sobre ella. Se dirigió hasta la de “Carlos Rodríguez” que tenía un pescado grandote, y a la de “Carmen Mendieta” que siempre tenía velas encendidas. Iba de una a otra tumba en forma veloz.
Rubén le había dicho que si descubría la puerta de hierro encontraría a sus padres, que su vida cambiaría, que ya no sería el pobre huerfanito del pueblo. Todo esto pensaba mientras corría asustado. Había perdido el rumbo desplazándose de prisa de un lado a otro, con temblores turbios y despojos de sueños, cuando de pronto tropezó con algo duro y cayó, había localizado la puerta de hierro. Permanecía inclinada, se notaba que el tiempo la había vencido. Un grito salió de su garganta:
-¡La encontré! Pero, ¿Cómo abriré esta puerta tan pesada? – se preguntó. Tomó dos de los hierros y tiró de ellos, la puerta se abrió suavemente e ingresó al lugar más maravilloso que pudiera nadie imaginar.
Una luz suave iluminaba un jardín lleno de flores, avanzó lento pero sin pausa, sin perder detalle. Avanzó y encontró gente que lo saludaba con la mano en alto diciendo:
-¡Llegaste Martín!
¿Cómo lo conocían? se preguntó el niño, mientras caminaba entre casas de distintos colores. Delante de una de ellas había una pareja que le sonreía, les respondió con la mano el saludo, y entonces la mujer le dijo:
-¡Hijo querido, viniste! Lo embargó una emoción intensa y abriendo los brazos su madre lo tomó entre ellos. Todo pasó con prodigiosa prontitud, no sintió cansancio, sólo felicidad.
Su madre, llevándolo de la mano, -¡Aquí es! -le dijo, abriendo con facilidad la puerta. -Pasa, desde hoy nada te faltará, podrás tenerlo todo.
Lo que había adentro de la casa era asombroso. Vio todo lo que el soñó y mucho más. En el centro, un cofre abierto mostraba un vientre lleno de monedas de oro.
-¿Puedo llevarme algunas mamá? -Dijo
-¡Todas las que quieras! -contestó ella.
Martín abrió los ojos incrédulos en forma desmesurada, empañados de sombra y desaliento, una sucia tristeza lo embargó. Una mezcla de reproche y ternura había en su voz, cuando se dirigió a Rubén:
-¡Me mentiste! Dijiste que la encontraría. Que mi vida cambiaría.
Con movimientos torpes, su amigo le tomó la mano y señalando el campo santo dijo:
-¿Qué ves? ¡Mira a tu alrededor!
Entonces Martín, vio a “Castor” su perro, y a su lado el enorme cofre.
CRIMEN POR ENCARGO
El palacete donde vivía Catalina Lacroce, señora muy adinerada, era bastante grande. Martín Chazarreta, su yerno, había decidido heredar lo antes posible, ya que por las deudas de juego peligraba su vida. Los tahúres que frecuentaba, le habían dado dos meses para que devolviera el dinero que debía, de lo contrario lo matarían.
Martín Chazarreta, buscó mafiosos para poder solucionar su problema y dio conmigo, hombre de captura recomendada. Cuando me contrató, yo pedí una cantidad abultada de dinero y me dijo:
-Debe ser algo limpio, que no deje sospechas. Si lo logras te daré el doble.
El palacete estaba en una zona apartada de la ciudad de Córdoba. Al llegar vi salir a una joven empleada, y caminé hasta alcanzarla, avancé unos pasos, le dije algo bonito y me sonrió haciendo un mohín. Dio resultado.
Lo demás fue fácil, la conquisté y pude entrar en las dependencias de la casa.
Pasaron unos días de idilio, y la convencí, le ofrecí los diamantes para que pusiera, noche a noche, somnífero en el té de Catalina Lacroce. Así pude conocer sus aposentos. Me llamó la atención una hermosa planta llena de hojas anchas, que para adornar la habitación, había hecho poner entre la cama y la mesa de luz.
Su yerno Martín y la hija viajaron a Europa. La señora comenzó a sentirse mal. Había llegado el momento. En la semi penumbra de la habitación, vi que la taza se había caído sobre la maceta, y pensé: ya está lista. Con la almohada en la mano me acerqué despacio y se la apoyé en la cara haciendo fuerte presión. Comenzó a patalear y forcejear. De pronto un ruido y un dolor lacerante en el pecho me hicieron aflojar la presión.
Vi. mi pecho rojo... y mientras me deslizaba por la cama hacia el suelo, contemplé las manos de Catalina Lacrote empuñando el revólver.
Dora Piñero
Dora Piñero:
Profesora de inglés y bibliotecaria egresada de la UNC. Egresada del taller de bellas artes para adultos de la Esc. José Figueroa Alcorta.
JUEGOS PELIGROSOS
Mariela y su marido invitaron a la familia a comer una parrillada en la casa de fin de semana . Era un cálido y hermoso sábado de marzo y el jardín lucía con sus árboles y con sus flores.
Cuando todos habían arribado, decidieron que los hombres prepararían el asado, y las mujeres la ensalada. Los chicos de acuerdo a su edad, andaban en bicicleta, jugaban, escuchaban música o conversaban.
Así pasó la mañana. Al mediodía Mariela comenzó a preparar la mesa y mientras iba colocando los platos, los cubiertos, los vasos, le llamó la atención las palabras que los asadores, formando un grupo cerrado, decían:”somos de la partida”,”lo mejor es tener un as en la mano””¿tienes oros suficientes?”,”¿no estaremos entre la espada y la pared?” “Esto es azar”
Cuando ella terminó se dirigió hacia ellos y preguntó impaciente :¿pero qué pasa?¿Y el asado?.
-No te pongas así -dijo su marido- ¡Estamos hablando de negocios!.
EL DISFRAZ
Su marido y los chicos partieron, ella se apresuró para realizar las tareas de la casa. A la tarde quería terminar de preparar su traje de ”asaltante”,para el baile de disfraz esa noche.
Se puso unos pantalones gastados, zapatillas, una camisa negra; se ató un pañuelo
tapándose la cara ,sólo se veían sus ojos, se colocó guantes y un sombrero de ala ancha.
Finalmente portó un revolver de juguete y una bolsa en bandolera.
Mientras se observaba en el espejo llamaron a la puerta. Creyendo que era su vecina, le dijo que pasara Luego hubo un segundo llamado, entonces bajó la escalera disfrazada y abrió.
¡Oh!.Era un verdadero ladrón y le apuntaba.
El asombro entre ambos fue tal, que le dio tiempo a cerrar y trancar la puerta.
LA FOTO
-¡Cada uno en su lugar!
-¡La foto tiene que salir bien! -dice mi padre.
María llama a todos y trata de ubicarlos en el mejor lugar para que se luzcan hasta el perro está en el grupo. Sus voces, sus risas, las ocurrencias de tío Pancho; y mis tías preocupadas por los helechos, y por las plantas de yerbabuena para el mate.
¡Qué hermosa tarde pasamos en Cabana!
¡Qué manera de comer higos en casa de Juan!
¡Qué higueras enormes y con tanta fruta!
-¡Por favor apuren! El sol va cambiando y es el mejor momento - insiste mi padre.
-¿Todo listo?¡Bueno, ya va!
Vuelvo a mirar la foto y pienso: ya no están.
ÉXITO Y FRACASO.
Había gran alboroto en la cárcel al descubrir que un preso atacó a un guardia, vistió su uniforme, tomó su arma y salió por la puerta principal,
perdiéndose entre la maleza de las cercanías.
Inmediatamente se escucharon voces dando órdenes y se encendieron reflectores. Los guardiacárceles recorrieron los alrededores, pero no tuvieron éxito. Mientras esto sucedía, un patrullero, con un oficial y tres gendarmes, se detuvo en la puerta de la prisión descendieron y entraron.
Cuando el chofer quedó solo, el prófugo lo golpeó hasta desmayarlo, y muy seguro partió rápidamente... en auto oficial.
NOCHE EN PENUMBRAS
Noche tormentosa y oscura. Se corta la luz. La oscuridad, con abrazo atenazador parece envolverlo todo. Los relámpagos iluminan el entorno formando sombras y claros oscuros fantasmales. La imaginación trata de descifrar y personalizar esas figuras. El miedo crece, hace temblar, deja sin habla. La tormenta aumenta, los truenos son estrepitosos.
-¡Un estampido!¡Un rayo! -grito
Se oye un quejido y de pronto un relámpago semi-ilumina una forma a mi lado. Temo mirarla , pero dos puntos luminosos me atraen. Otro trueno y eso se acerca y me roza. Continúo inmóvil y horrorizada. Ruego que vuelva la luz y
de pronto, voces, mi hermano y su vecino Juan vienen con una vela.
-¿Quién está ahí?
-Yo.
-¿Sola?.
-Si.¿qué pasa?.
-El perro de Juan escapó durante la tormenta.
El animal, al ver a su amo, salta y sale alegremente debajo de mi silla
pero a mí, nadie me quita el susto.
UNA LUZ EN EL ESPEJO
La luz solar artista de los espejos de agua, nos regala sombras, luces, siluetas y reflejos, maravillas irrepetibles. Obras que cambian de acuerdo al lugar, la estación y la hora.
Obras que no se pueden abarcar en todos los detalles y sutilezas.
Obras difíciles de representar en una tela o en un cuento.
¡Cuánto hay que aprender aún!.
Riskin Elena
Elena Riskin:
Con sus maravillosos 89 años , concurre al taller hace ya dos años. Ha participado en mesas de lectura en la feria del libro Córdoba 2005 y 2006
LA EXCURSIÓN
De pronto Roberto se sintió mal. Médico mediante, su salud en estudio, dio por resultado: agotamiento.
No era para menos, desde el mes de febrero trabajó sin descanso, su doctor, a más del tratamiento le aconsejó que se tomara anticipadas vacaciones.
Viéndose obligado, se decidió por un viaje al sur. Su socio quedaría a cargo, todo el tiempo que fuese necesario.
Ya en Bariloche y a medida que pasaron los días, Roberto recuperó energías; le encantaba caminar a orillas del Nahuel Huapí, que es un paseo muy concurrido por turistas de todas partes del mundo. Le interesó una excursión por todo un día que incluía una visita a una mansión construida a principios de 1900, es decir más de cien años, cuyo interior resumía toda una época del pasado.
Se presentó hermosa aquella mañana y desde el transporte en que viajaban, se maravillaron, durante tres horas, viendo distintos paisajes con todo su esplendor. En medio de un bosque de pinos, llegaron a la antigua mansión de grises piedras y Roberto como buen profesional, valoró el trabajo de arquitectura de quién la construyó.
Ante la puerta principal los recibió un guía, pasaron a una gran sala, su moblaje de época lucía como en sus mejores tiempos, sobresalían las gigantescas arañas de cristal de roca y era admirable la cantidad de antiguas porcelanas. Tanta riqueza y finura sorprendía a los visitantes mientras recorrían el interior de la mansión siempre acompañados por el guía explicando los detalles. Una de las salas tenía las paredes cubiertas de cuadros, con las imágenes de los antepasados de los que allí moraron.
A Roberto le impactó la figura de una hermosísima joven que un desconocido artista, en pintura al óleo, fijó con gran perfección en 1840.
Finalizado el recorrido, no lejos de allí, en el bosque de pinos, a los visitantes les esperaba un suculento almuerzo atendido por jovencitas vestidas de aldeanas, original ambiente para disfrutar el momento.
A pesar de las animadas conversaciones con sus vecinos de mesa, Roberto no podía alejar de su mente la imagen de la bella joven del cuadro. Terminado el almuerzo, interesado por conocer los alrededores, tomó una dirección cualquiera alejándose .De pronto entre los árboles apareció un ciervo que lo sorprendió, por lo visto el animal estaba habituado a la cercanía de la gente y sin apuro fue tras él. Roberto decidió seguirlo a cierta distancia, el panorama de las montañas y la serenidad del lugar lo subyugó, junto a un bosque de alerces y pinos que completaba el paisaje.
Mientras el ciervo se iba alejando al encuentro de alguien que bajo un enorme sombrero lo esperaba, Roberto se acercó y la vio, era una mujer vestida de blanco que entretenida con el ciervo no escuchó llegar al desconocido. Al oír que la saludaban levantó la cabeza. Roberto al ver el rostro de la joven quedó paralizado, delante de él tenía la viviente réplica del retrato
ESTRELLAS
Noche serena. Miro hacia el cielo que brilla por millones de estrellas que agolpan los sueños y me atraen. Es muy difícil medir con exactitud la distancia Luego de varios intentos alcanzo una, con sumo cuidado la encierro en la palma de mi mano, luego otra y otra más .
Ahora trato de alcanzar la estrella más brillante para asirme a ella. Entonces, la piso con firmeza corriendo el riesgo de caer al fondo de un pozo, que nada tiene de agradable pues está lleno de estrellas apagadas, estrellas que fueron muy brillantes en un ayer y ya no tienen un mañana.
EL DESPERTAR
El hombre abre los ojos y una vaga
inquietud se apodera de él .
Alejandro González
El hombre abre los ojos y una vaga inquietud se apodera de él. La oscuridad es total, el aire casi irrespirable. A pesar de sus esfuerzos por conservar la calma, la visión de la muerte se hace presente, clara y aterradora.
Frenéticamente golpea la tapa del ataúd, no logra alcanzar su propósito y este esfuerzo disminuye sus energías. Jamás imaginó encontrarse encerrado con vida dentro de un ataúd, ya más calmo se dice : “mientras me quede un hálito de vida no me daré por vencido , en este mundo hay todavía mucho que hacer”
Hombre de fuerte carácter, Fermín González ingeniero, físico nuclear, mundialmente conocido por su talento inventivo basado en sus conocimientos sobre experimentos nucleares, es quién se encuentra en esta terrible situación que le parece toda una eternidad.
Mientras piensa qué hacer, consigue mover sus manos a ambos lados de su cuerpo .Su mano derecha toca un aparatito muy conocido por él, su último invento, todavía sin patentar que “su reciente viuda” como un homenaje a su amado esposo había colocado junto a él.
Este aparatito nuclear abre brechas si peligro de derrumbes, está pensado para las profundidades de las minas donde tantos mineros perdieron sus vidas enterrados vivos.
EL ALMACÉN de DON JOSÉ
A finales de los años treinta del próximo pasado siglo, entre los inmigrantes europeos que llegaron a nuestro país, se encontraba José, joven italiano, con un bagaje de poco dinero, mucha fe y esperanzas.
Se afincó en la ciudad de Córdoba, alquiló una casa con salón para negocio en un barrio de gente trabajadora. Puso un almacén y comenzó con poca mercadería, pero a medida que aumentaba la clientela, los estantes se completaban con mayor surtido. Su nuevo idioma era una mezcla de piamontés y castellano.
Varios años después, don José, el almacenero, compró la propiedad, reformó, amplió, modernizó su negocio y cambió la escalera por una más alta, para alcanzar el último tramo de la nueva estantería.
Uno de sus más asiduos clientes era Luisito, el gordito del barrio, simpático y travieso. Cuando la madre lo mandaba a buscar algún artículo, él salía siempre dispuesto, atraído, como los demás chicos del lugar, por los dos frascos con caramelos que se exhibían en uno de los mostradores. Éstos sabían más ricos que los comprados con sus monedas. Eran la consabida “yapa” que recibían los menudos clientes.
Un día , Luisito se sorprendió al encontrar los frascos vacíos y observó en el último estante del almacén , un recipiente lleno de caramelos. Sin que nadie se percatara subió la escalera, escalón tras escalón, pero cuando pisó el último, se abrió una puerta que daba a un parque con hermosos árboles y coloridas flores. Allí todos sus amiguitos estaban montados en enormes palomas blancas, entonces él subió a una y todos emprendieron vuelo.
De pronto Luisito se encontró solo sobre la gigante paloma que seguía elevándose hacia el cielo, sus amiguitos habían desaparecido en la inmensidad del espacio. Sintió miedo y frío. Comenzó a llamar a su madre y cuando pudo entreabrir los ojos, ella apareció con los ojos llenos de lágrimas.
Luisito alcanzó a escuchar las voces de su padre y de don José que decían : “ Al fin despertó”
Despertó… sobre una blanca cama de hospital.
UNA MADRE EN EL BRONCE
Con últimos retoques de pulido a las tres figuras de bronce, el escultor dio por terminada su nueva obra de arte: una joven madre, caminando, tomada de las manitos de sus dos pequeños hijos.
Damián miró su trabajo y se preguntó: ¿caminando hacia dónde? Su madre no había llegado a la distancia del tiempo futuro. Esta madre de bronce si llegará –pensó.A la suya la perdió en un accidente automovilístico cuando su hermano Marcelo y él asistían al Jardín de Infantes, la recordaba llevándolos de la mano y despidiéndolos con un beso.
Por ese entonces la abuela, que lo veía disfrutar modelando figuras en plastilina, intuía su futuro y decía:”será escultor”.Esta fue la abuela, que al quedar sola no había aceptado vivir con ninguno de sus hijos, pero sí se instaló en el truncado hogar donde un padre desolado y sus dos nietitos la necesitaban. Se hizo cargo y una de sus amigas le presentó a alguien muy especial para que la ayudara, Marisa que conquistó a todos con su simpatía y alegría personal.
Con los años, el dueño de casa se fue recuperando del vacío sufrido al perder a su esposa. “El tiempo ayuda a cicatrizar las heridas” y en este hogar lentamente resurgió el calor y la alegría, en gran parte gracias a Marisa que prodigaba su amor a los niños como una madre. Pasó el tiempo y Damián y Marcelo entraron a la facultad, cada cual con su vocación y a la abuela no le sorprendió que su yerno y Marisa anunciaron la buena nueva, con amor de madre bendijo la boda de estos dos seres que se amaban.
Marcelo se decidió por la escribanía como su padre, con el que se complementa perfectamente. Damián es un conocido escultor, varios de sus trabajos han merecido premios .La anciana abuela junto a Marisa recogen de la buena semilla que sembraron y observan con cariño la escultura: Una madre en el bronce.
Daniel Santoro
Daniel Edmundo Santoro:
Licenciado en Psicología UNC .Fue premiado en el certamen literario de Autores Inéditos de la Municipalidad de Córdoba 2005, seleccionado en el 5ºconcurso Nacional de Poesía y Prosa Ed 2005 de la Ciudad de Merlo Bs As. Fue seleccionado para la publicación en el certamen de cuentos policiales del diario Hoy Día Córdoba . Ha participado en mesas de lectura en la feria del libro 2004, 2005 y 2006
Publicó en la antología El taller del Escriba Ciclo 2004, auspiciado por agencia Córdoba cultura.
Publicó en la antología El taller del Escriba 2.Ciclo 2006, Córdoba.
AROMA DE JACINTOS
Pude sentir el olor de la muerte en la casa de los Tesio cuando Fedra llegó a vivir con ellos. Porque para mí la muerte tiene un olor que la anuncia. A otros, les avisa que vendrá con un gesto de su mano levantada, tal vez amistoso tal vez amenazante. Para mí la muerte huele. Esteban Tesio y su hijo Hipólito llegaron al barrio hace diez años. El padre era un hombre muy alto, siempre bien vestido, con una actitud respetuosa pero distante. La soledad lo rodeaba como una nube que sombreaba su rostro aún a pleno sol. A mí me gustaba esa cabeza orgullosa y todas las mañanas cuando él abandonaba la casa para ir a su estudio de abogado, yo esperaba cerca de la ventana de la sala para verle pasar. Mi marido que salía de casa más o menos a la misma hora nunca advirtió mi interés en el vecino nuevo. Cuando llegó a vivir al barrio, Hipólito era un niño tímido. Con el paso del tiempo se convirtió en un adolescente retraído que se comportaba de manera diferente a la de otros jóvenes. No demostraba interés en las mujeres a una edad en que ellas suelen ocupar el centro de la atención.
Aún desde lejos olía a desdicha. Eso no le impidió convertirse en un joven bello al que las vecinas siempre miraban por segunda vez. Mi fascinación creció con el tiempo. Intenté algún acercamiento pero siempre tropecé con la actitud distante del padre y la conducta esquiva del hijo. Finalmente renuncié, pero me quedó el placer de mirarlos desde lejos, en forma disimulada, y saber de ellos más que nadie.
Podría haber vivido secretamente seducida por estos personajes que despertaban en mí inquietudes olvidadas de los remotos comienzos de mi matrimonio. Muchas veces me dije que hubiera sido feliz por tener un hijo como el hermoso Hipólito y quizás Esteban Tesio hubiera sido para mí un esposo fiel, diferente en eso a mi marido. Todo cambió con el casamiento de Esteban. Fedra era una mujer hermosa a la que desde el comienzo odié. Los olores, que me dicen del mundo y de las personas lo que otros desconocen, para mí no son metáforas. Aunque despertara mis celos hubiese querido percibir el aroma a jacintos de las enamoradas, pero Fedra no olía de esa manera. En una oportunidad en que ella estaba en la puerta de la casa, él arribó y luego de estacionar el auto se acercó a la mujer e intentó besarla; ella con un movimiento rápido giró la cabeza y le ofreció la mejilla sin retribuirle la caricia. Desde entonces presté atención a esos detalles y otros muchos se sumaron, tales como cierto envaramiento cuando él la tomaba del brazo o del hombro para caminar por la calle. O el hecho de que la sonrisa de él, al hablarle, era un gesto sin respuesta y cuando el hombre abandonaba la casa por la mañana no salía a despedirlo. En cambio era ella quien le abría el portón a Hipólito cuando éste partía en moto después que su padre. Curiosamente él tenía la misma actitud huidiza con ella, que ella con Esteban. En una oportunidad vestida con ropa de cama, intentó despedirlo con un beso pero el joven apartó su rostro. Hace unos días Hipólito estaba en la vereda y Fedra se acercó para hablar con él, tal como lo hacía en los últimos tiempos, apoyó su mano en el brazo del muchacho, que no demoró en apartarse. Sospecho que la mujer aprovechaba cada oportunidad para tocarlo. Desde la puerta Esteban se quedó por largos instantes con la mirada fija en ellos, aún sin verlo adiviné su ceño fruncido y percibí los celos y la amargura que emanaban de él. Sí, la casa de los Tesio olía a tragedia. La turbia pasión de Fedra, las sospechas y el odio de Esteban, y la insondable envidia de Hipólito por la feminidad de esa mujer, se sumaban en el metálico olor de la muerte. Los gritos desesperados de Esteban, que muchos vecinos escuchamos, me indicaron que lo que yo recelaba había sucedido nuevamente. Días pasados el barrio se conmocionó por el final trágico de Hipólito. Ahora, entramos a la casa y allí estaba Fedra, la espalda apoyada en una puerta, las piernas y los brazos inertes, los pies a veinte centímetros del piso. Su cuerpo pendía de una cuerda que le enlazaba el cuello y, pasando por arriba de la puerta, se anudaba en el picaporte al otro lado. Muerta ya no la odié. Después de lo ocurrido con Hipólito yo había percibido los remordimientos de Fedra. Ella terminó atribuyéndose la culpa del suicidio del joven.
Estaba equivocada, no fue su culpa. Hipólito embalsamaba el aire con olor a jacintos… cuando su padre estaba cerca.
ARROYO RUMOROSO
Todo comenzó en el taller literario de Jorge. Había insistido en sus prevenciones contra la adjetivación: “los adjetivos obvios, sáquenlos; los necesarios, sáquenlos también; conserven sólo los imprescindibles”. La receta era precisa. Igual que su recomendación de evitar los lugares comunes como a sitios malditos. En el silencio de la sala la voz de Jorge sonó sugerente: “Busquen en sus recuerdos ese lugar entrañable que en algún momento los impresionó de forma duradera. Cuando lo hayan encontrado evóquenlo con todos sus sentidos. Busquen olores, colores, sonidos, texturas y hasta sabores que estén asociados a él. Cuando hayan llegado a este punto, entonces escriban todo lo que están percibiendo. En este momento van a tener la agobiante vivencia de que no saben por donde empezar, porque estarán frente a un abigarrado conjunto de sensaciones. Y bien, en ese caso, pregúntense que es lo más característico, lo que de la nota fundamental. Cuando lo hayan atrapado partan de ahí. Descubrirán entonces que la descripción se hace posible. Recuerden lo que les he dicho acerca de los adjetivos y los lugares comunes”
No dudé en cual era el sitio que trataría de describir. No podía ser otro que el arroyo que bordea el predio de la casa de Cabana. Evoqué la imagen del lugar que se me fue representando con una claridad cada vez mayor. Tuve la impresión de lejanía con la sala, como si la viese a través de un cristal empañado. La postal campestre llegó a ocupar mi conciencia hasta que no dejó espacio para nada más. De pronto ya no estaba en la sala sino inmerso en el paisaje. Fue llamativa la nitidez anormal con que vi cada brizna de hierba, la hiedra sobre la pirca, los árboles, cada mancha verde de musgo destacándose sobre la negrura de las superficies pétreas. Al final me sentí sobrecogido porque ya no estaba más en el lugar sino que ¡yo era el lugar!
El arroyo en todo el esplendor de una tarde otoñal era... indescriptible. Lo más llamativo era un silencio adornado: por el gorgoteo del agua al golpear contra las piedras, por lejanísimos mugidos y relinchos, por el arrullo de las palomas, por el graznido de las loras, por las confidencias susurradas entre la brisa y las hojas.
Cuando volví al salón —porque yo hubiese jurado que por unos minutos estuve en Cabana— sin hesitar redacté el texto pedido, aunque seguía sintiéndome extraño. Aun bajo esa impresión cuando llegó mi turno ley el trabajo. La expresión “arroyo rumoroso” fue criticada por ser un lugar común. Distraídamente la taché. No debí hacerlo. Apenas había concluido la acción sentí una inquietud viscosa. Vivo desde entonces en estado de agitación.
Volví al arroyo y lo encontré raro. Seguía siendo el mismo pero había algo chocante. No era el que yo conocía y amaba. Sus colores, sus piedras, la hierba de sus márgenes hasta la última brizna estaban allí, pero había cambiado de manera irremediable: ahora era un arroyo silente.
LA LUNA EN EL ESPEJO
De espaldas a la alta ventana que deja entrar la luz del plenilunio, el hombre frota con movimientos circulares el sitio exacto del espejo en que está la imagen de la luna. Sus movimientos continúan, precisos y con una actitud concentrada y anhelante que no armoniza con lo banal de la actividad.
De pronto, la redonda figura de la luna se convierte en boca y luego en túnel, en cuyo final aparece un segundo hombre de espaldas, frotando otro espejo que igualmente refleja la silueta de la luna. Un tercero es visible ahora, a través de la entrada que dejó abierta el pulir del segundo. Un cuarto, un quinto y hasta un sexto van plasmándose, cada uno ve al que está delante de él, en tanto que el inicial observa a todos.
La ansiedad del primero, que ha ido aumentando de manera insoportable, deja paso a un sosiego grave y resignado cuando avista al último. Ha llegado al final del camino. Ahora sabrá.
Si el próximo cobra existencia de espaldas, bruñendo el cristal, entonces lo único que habrá conseguido es multiplicar su mundo, con tristezas y olvidos, al infinito. Si algo distinto ocurre, entonces tendrá la victoria de haberse convertido en hacedor de realidades.
Ya está ante él, el séptimo hombre. Permanece sentado ante una mesa y ha escrito en el centro de una hoja, a la manera de título, con prolijos caracteres: La luna en el espejo.
MARCHA NOCTURNA
Necesita llegar a la soledad de las escabrosas alturas que están en el horizonte, invisibles no sólo por la noche sino también por la distancia. ¿Qué hará una vez que llegue al lejano faldeo de las montañas, en cuya solitaria geografía espera encontrar la oportunidad de prevalecer? No lo sabe. No puede saberlo. No tiene la capacidad de anticipar futuros. Sólo posee la innata habilidad de moverse en un eterno presente. Su marcha hacia el río puede parecer errática; no lo es. No camina en línea recta, se desplaza saltando de sombra en sombra. Las copas de los árboles son como gigantescos pinceles que dibujan claroscuros.
El perro-lobo, apenas más que una sombra, camina silencioso buscando permanecer en la oscuridad. Es un hijo de la noche. Los dos ojos de un ser enorme y ruidoso, perforan las tinieblas. Vienen en su dirección, y él desnuda sus colmillos preparándose para la defensa, al tiempo que un gruñido feroz le brota de las entrañas. Cuando el vehículo está por alcanzarlo, el hombre despierta. El sueño de un hermoso perro-lobo muriendo bajo las impiadosas ruedas del auto, contiene demasiada angustia. Ya no puede dormir. Toma el libro que está en la mesa de luz, cuya lectura ha prolongado en el sueño y se apresta a continuar, pero algo extraño ha ocurrido. Mira perplejo, está seguro de que en la tapa figuraban el nombre del autor y el título del libro. El del escritor, Jack London, sigue allí, pero el título ha desaparecido. Busca en la primera página pero es en vano. Hojea el libro y observa turbado, alguien con un borra tinta ha llenado de lunares el texto. El nombre del perro protagonista de la historia, que es también el de la novela, ha sido eliminado. En ninguna parte encuentra escrito “Colmillo Blanco”. Se queda pensativo con el libro entre las manos. Allá lejos, un perro-lobo, a salvo, sigue su marcha espectral hacia las montañas. Ha logrado fugar del encierro en que estaba y sabe que no volverá.
Teté Torres
Marìa Ester Torres (tetè):
Farmacéutica. Integra también el taller de escritura "De palabra" de Villa Carlos Paz. Primer premio 2005 del certamen literario de la Municipalidad de Jovita.
Ha participado de mesas de lectura en la feria del libro 2005
LA ESCULTURA
La mujer, ordena los útiles de trabajo. Parece cumplir un ritual. Deja a un lado las ropas cubiertas de polvo, se quita la rústica cofia y suelta los cabellos abundantes y rizados. Alta, delgada, flexible, toda ella es armonía. Se aventura frente al espejo, pero sólo le dedica un instante a pesar de que éste se empeña en atraparla devolviéndole una imagen plena de belleza.
La luz de la mañana, entibia la habitación. Después de meses de trabajo la obra está terminada. La observa satisfecha, ha plasmado en ella lo más profundo de sus sentimientos. El próximo paso es la exposición.
El niño se acurruca en sus brazos, demanda caricias. Los dos tienen la mirada puesta en la escultura. Como al pasar, él dice “yo me acuerdo”. Las palabras la golpean, quisiera no haberlas escuchado y como si fuera posible borrarlas negando, le responde “no puedes recordar lo que no has vivido” Pero ella sabe que si puede. Ella recuerda. Se sirve una taza de café y se sienta junto a la ventana para recibir la caricia del sol. Aunque trata de ahuyentarlos, los recuerdos regresan. Ella ya no quiere recordar.
Pero recuerda…Al pié de la escalinata, mira hacia las estatuas de mármol blanco y las columnas de piedra y espera. La brisa del Tirreno le agita la túnica y los cabellos. El Senado discute la guerra. Siempre la guerra. Si las mujeres pudieran…pero las mujeres están para servir a los hombres, alegrarlos, brindarles placer.
Ahora está en otro tiempo, otro lugar. Los cabellos negros y lacios repartidos en dos trenzas. Camina por las callecitas angostas entre los majestuosos edificios de piedras negras. El Inca está reunido con los dioses barbados que ha traído el mar.
Poco después, llega la matanza y como si eso no fuera prueba suficiente del poder y la hombría, la toman como trofeo de guerra y uno tras otro reafirman en ella su virilidad. Recuerda otras guerras y otros soldados y también tiempos de paz. Salvo la ausencia de las armas nada es demasiado diferente. Lujosos kimonos, ropas de campesina, la cara cubierta con un velo, finos vestidos que cubren los tobillos; atuendos diferentes, vidas iguales.
Recuerda palacios, chozas, arrozales…. Transitando siempre por espacios que no le pertenecen. Espacios en los que tiene reservado un lugar, como lo tienen reservado los animales, las herramientas, los demás objetos. Una posesión más, destinada a la obediencia.
Esclava, dama, princesa, sólo un adorno, una pertenencia. Siempre sierva.
Recuerda, recuerda, recuerda…. el vientre abultado, el hijo que se acurruca en sus brazos demandando amor, alimentos, protección …y que luego se hace hombre. Como los otros.
La escultura, sublimación de sus memorias, muestra unidas a todas las mujeres que ella fue.
Unidos sus cuerpos, sus manos, sus sufrimientos, para dar fuerza y sostén a la mujer que emerge victoriosa, que se alza de entre ellas a punto levantar vuelo.
Termina el café y carga al niño en sus brazos. Es hora de que coma y de una siesta. Lo alimenta, lo acuesta y espera que esté dormido para regresar al taller. Sus manos recorren las figuras con creciente rebeldía. Entonces se decide y con un gesto (tal vez inútil) trata de encontrar el olvido. El propio y el de su hijo. Toma una maza y golpea y golpea, hasta transformar en polvo aquellas formas que ha esculpido con tanta maestría. Sólo deja la mujer que emerge victoriosa, a punto de levantar vuelo.
LA SEQUÍA
Los cardos rusos ruedan arrastrados por el viento, remolinos de tierra se levantan y corren sin rumbo hasta desaparecer en el horizonte. El canto de las chicharras aturde. Los animales se refugian bajo los arbustos ralos y permanecen inmóviles, el aire caliente les devora el aliento.
Las aguas del lago se han retirado dejando al descubierto el viejo valle; una extensión desolada de barro reseco que el sol ha surcado de grietas. En el bajo, débiles hilos brillantes que cada tanto se pierden bajo la arena, son el recuerdo de los antes caudalosos ríos tributarios. Más allá, el paredón del dique se alza como una fortaleza absurda, que cierra el paso entre dos cerros.
Nadie, ni los lugareños más viejos recuerdan una sequía igual.
Los camiones se internan en la superficie cuarteada a cargar tierra, en un incesante ir y venir, dejando a su paso nubes de polvo. Junto a su Ford desvencijado el Gringo con la piel enrojecida, chorrea transpiración y toma cerveza, mientras espera que el peón termine de cargar. Tiene los ojos y los cabellos claros, heredados de su abuelo polaco que vino a hacer la América. Se seca la cara con la camiseta y deja escapar su mal humor mascullando.
-¡Hacer la América!...Mejor hubiera sido que el viejo se quedara en Europa o que el barco lo dejara en Norteamérica. Pero acá.... si no fuera por Colón todavía andarían con taparrabos. Negros de mierda, vagos y borrachos. Se gastan todo en vino, después se quejan de que viven a mate y tortas fritas. -Abolla la lata vacía y la tira, abre otra, toma un interminable trago y continúa- Uno pone el camión, el combustible, los repuestos y si la guita no alcanza, que se joda el Gringo. Les importa un carajo. Quisiera ver si no les doy laburo. Se cagarían bien de hambre. -Otro sorbo de la lata- Pero no hay caso, en cuanto pueden joderte te joden, les sacas el ojo de encima y ahí no más los tenés haciendo sebo.
Es el último viaje del día, el sol va cayendo pero no refresca. Pedro acostumbrado al trabajo pesado carga el camión, la pala sube y baja rítmicamente ignorando el calor y los mosquitos que a esa hora llegan en bandas, cada tanto sonríe o silva metido en sus pensamientos. Es morocho, bajo, musculoso y elástico y su rostro de facciones armónicas tiene la típica belleza indígena.
El golpe contra algo duro lo detiene. Se inclina, recoge un trozo de cerámica y examina con interés los dibujos descoloridos en una de sus caras. Con cuidado va quitando la tierra, hasta que aparecen los restos de una enorme vasija. Los años bajo el agua han hecho su trabajo. Aún así no tiene dudas del significado de aquel objeto, junta los pedazos rotos y como quien arma un rompecabezas los va regresando a su sitio, en un intento vano de reparar el daño producido por la herramienta.
La figura inmóvil parece una escultura que emerge del barro. La expresión de sus grandes ojos oscuros se torna lejana y se van adueñando de él imágenes de un mundo de otro tiempo, en donde el río corre murmurando entre las rocas por el antiguo cauce y una pequeña población se divisa desde la orilla. Finas columnas de humo se levantan de las chozas esparciendo el aroma de los alimentos que preparan las mujeres. Los hombres forman rueda y mientras esperan retocan sus redes o tallan puntas de flechas. Alguien muele maíz en un mortero.
Desaparecen las imágenes cotidianas y dan paso a una ceremonia fúnebre. El hechicero coloca alimentos y ofrendas en la urna junto al cuerpo. Luego quema hierbas sagradas, con el humo suben al cielo los ruegos, para que los dioses reciban en su reino a un hombre bueno que ha dejado este mundo.
Es solo un instante, pero es tan real que Pedro se estremece por haber perturbado el reposo de aquellos muertos.
El rítmico sonido del trabajo ha cesado, el Gringo se acerca impaciente. -No te digo... negros de mierda... son todos iguales... -¡ Pedro! ¿qué pasa?
El peón vuelve a la realidad. -Vamos a tener que cavar en otra parte patrón... Estas son tumbas...
Las palabras de Pedro reavivan en el Gringo sueños de riquezas y corre en busca de una pala. Cava con avidez, ha olvidado el calor y los mosquitos, lo único que le preocupa es que el sol se va escondiendo y pronto no habrá luz. Remueve la tierra con la esperaza de encontrar algún objeto valioso y con cada palada va desparramando fragmentos de las vasijas.
El muchacho va hasta el camión que ha quedado a medio cargar y guarda las herramientas dando por terminada su jornada.
- Ya está oscureciendo, ¿volvemos mañana patrón?- El Gringo no contesta y sigue buscando. Cada tanto recoge algo del suelo, lo limpia con manos ansiosas y termina arrojándolo con rabia.
-Hasta mañana patrón- Saluda Pedro y se aleja tomando un atajo por el monte, sacude la cabeza y murmura acongojado -Mandinga anduvo rondando.... empujó la pala y sopló su aliento sobre el Gringo.....
En el cielo aparecen tímidamente una que otra nube, Pedro quisiera invocar a los antiguos dioses del valle, pero hace mucho que su gente los ha olvidado. Aunque no sabe las palabras cada fibra de su cuerpo se estremece en una plegaria, rogando al cielo que devuelva el agua al lago y cubra el camposanto. Que proteja con un manto líquido el descanso de sus mayores. Desde un recodo del sendero ve a lo lejos el camión y a su dueño que continúa con la búsqueda y se encoge de hombros.
LA VENTANA VACÌA Prisionero de su cuerpo gastado, se sentaba frente a la ventana en aquel sillón de respaldo alto que tan bien conocía sus dolores. A través del cristal era capaz de tender un puente hacia la vida y liberar su espíritu insaciable. Frente a ese rectángulo nada era intrascendente, nadie era anónimo. De allí se nutría su colección de tesoros. Si era una calandria, pasaba a ser: "la calandria que tiene el nido en abeto, esa que defiende sus crías tirándole picotazos al perro negro que siempre anda rondando". Si era un hornero, era: "el hornero ladrón, el que roba cemento en la obra del lado, para construir su nido en el poste de la luz". Llevaba un cuidadoso registro de los progresos de los pichones, hasta el día que partían, ya dueños de su vuelo. Desde esa ventana nos veía llegar. Entonces giraba el sillón, para que las cosas de afuera no se interpusieran con las de
dentro. Es que estaba disfrutando de un prodigio: el regreso de los pichones. La ventana le había mostrado hasta el cansancio que eso no les ocurre a las calandrias. Ni a los horneros. No, ellos no tienen ese privilegio. Cuando él se fue, la ventana se quedó sin ojos. EL VISITANTE Hay alguien afuera. Me asomo y ahí está él. Cuelga en mis ojos su mirada triste y se queda inmóvil. Quién sabe desde cuando espera sin atreverse a nada. Intercambiamos silencios. Los míos hablan de desengaños, los suyos gritan desamparo. El frío me pone piel de gallina debajo del deshabillé. Desde la tibieza de la casa, que huele a café y tostadas, siento pena por su orfandad. Los dos estamos solos. Los dos deseamos compañía. En su expresión flota la pregunta. ¿Cuál es la diferencia?
Abro y lo invito a entrar. Mis dedos juguetean en su pelo. Él camina con pasos breves, me mira agradecido, mueve la cola y se echa en la alfombra.
¡Felicitaciones, Leonor, por tan excelente trabajo!
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