domingo, 12 de octubre de 2008

EL TALLER DEL ESCRIBA 3


( LIBRO COMPLETO)


PRÓLOGO




Escribir es una búsqueda de sentido. Tal vez, es encontrar el sentido oculto que tienen las cosas y los acontecimientos que dependen de nuestra relación con ellas.
Cuando dejamos que las palabras corran por el papel estamos expresando nuestra concepción del mundo, nuestra forma particular de entender y sentir la vida; y muchas veces al escribir descubrimos lo que estaba oculto aún para nosotros mismos.
Borges dice: “lo grandioso no está en lo fabuloso de algo, sino en imaginarlo” lo grandioso está en lo cotidiano, en las cosas que nos rodean, en nuestra propia vida, sólo necesitamos verlas y contarlas de una manera diferente “imaginar otras posibilidades de lo común” “Es lo común tratado imaginariamente lo que constituye la excepcionalidad de un buen cuento” o un buen poema.

Escribir es también, emprender un viaje y en este viaje los escribas han alivianado la nave, llevan las especias que dan sabor, pero sólo las palabras imprescindibles son suficientes, ellas alcanzan su significado. Ellos viajan libres, dejan que su interior fluya sin ataduras, sortean con tesón las dificultades de la travesía, pero después, cuando llegan a la tierra prometida, recogen los frutos.

Lanzarse al mundo de lo imaginario permite vivir otras vidas. Las palabras son un nexo entre el mundo real y ese otro, que fabricamos en nuestra mente y que surge de la propia experiencia.
La memoria es entonces el arcón del escritor, al que acude a buscar los elementos que le servirán para construir historias en las que se reconocerá a sí mismo, no importa lo extraña que parezca la historia, siempre en ella dejará constancia de lo vivido o leído.
Borges en su prólogo al libro titulado El informe de Brodie, dice:“He intentado no sé con qué fortuna, la redacción de cuentos directos. No me atrevo a afirmar que son sencillos; no hay en la tierra una sola página, una sola palabra, que lo sea, ya que todas postulan el universo, cuyo más notorio atributo es la complejidad”.
Así, el complejo mundo de las palabras, es el lugar hacia donde emprendemos el viaje en busca de aventuras. Cada enunciado puede resolverse de mil maneras, cada pensamiento puede ser descifrado según el mundo interior de cada autor, de cada personaje o de cada lector.
Pero para partir como Ulises en busca de nuevas emociones, los escribas debieron soltar amarras, atreverse a soñar, a imaginar mundos posibles, a alejarse de los lugares comunes que suelen atraparnos .No intentan lo prodigioso, en las cosas simples está la belleza. No intentan persuadir a los compañeros de viaje sólo tratan, como dice Borges, de distraer y conmover.

Los invito a compartir el viaje que han emprendido los integrantes del taller en las páginas del tercer libro de: El Taller del Escriba; impulsados por el viento de la imaginación, navegaremos mares sombríos y luminosos, y conoceremos diferentes puertos, donde la vida madura como una fruta.

Belén Antuña nos lleva a buscar en la “memoria, el olor de la gente”, en las tardes de verano de su pueblo: “el olor a tierra mojada que antecede a la lluvia”, en los niños que mira jugar desde su ventana, “el olor a mandarinas robadas”. Con un lenguaje despojado y con un reloj dibujado en un papel, nos marca el tiempo de la nostalgia donde recuerda a Elena, nuestra amiga ausente. El amor, una constante en su escritura, emociona con sus imágenes poéticas y descubrimos, en lo cotidiano: la belleza.
Un consultorio donde el absurdo encuentra su lugar y el humor aparece desde la anécdota, es el ámbito donde nos sitúa Hugo Caparroz. En el mismo viaje nos internamos en el sórdido mundo de Romero que vive una vida sin tiempo, “como vindicación, usó la fragilidad de un papel y dibujó un reloj al dorso de una hoja blanca”. Hábilmente el autor nos lleva de la alegría a la tristeza con historias verosímiles y conmovedoras.
Elsa Carranza, notable narradora, con fluidez permite observar el mundo desde una mirada íntima, el dolor de la casa paterna en el adiós y la persistencia de la vida “Todo estaba en mí, partiría conmigo, en mi alma, en mi sangre”. El amor imposible, el humor y la ironía que cobran vida en los objetos inanimados. El amor y la muerte en cuentos donde la realidad y la fantasía florecen como “una pequeña rosa blanca entre sus dedos.”
La poesía aparece de la mano del joven poeta de Mercedes San Luis, Agustín Edmé, y nos acerca la ciudad con sus desvelos y sus fantasmas. El poeta inicia allí un viaje interior donde se busca a sí mismo y presenta un universo de preguntas: ¿Quién camina en círculos por la noche?.La palabra asume la dimensión de una materialidad intangible que se persigue y se interroga
Ahora es la muerte con su carga de angustia la que nos busca y sumerge en los laberintos de un destino fatal .Una muerte que también mira con ternura y que “se fue alejando en puntas de pié”. Es Luis Garay, con sus historias donde el dolor, el amor, la ternura y el espanto, se convocan en un aquelarre de visiones de ultratumba. Nos sitúa en el límite de la existencia, pero con la magia de una narrativa sólida y experimentada.
“Grabaré en el aire un epitafio para que vuelvas” dice Karina Godoy, y todos volveremos seguramente a esta poesía de ausencias, donde la palabra nos acerca un mundo lírico sin dudas, donde el prosaísmo aparece como marca ritual de lo vivido. Joven poeta, pero dueña de una voz madura y una poseía conmovedora.
“Esa, la que escribe, con pulso débil y tinta fina en una noche eterna”.es María Luz Guzmán, con apenas quince años nos sorprende .Ella es la que se busca entre palabras, es la que pregunta quién es “¿La que derrama pétalos y polvo de estrellas en tu almohada?” Es la que “permanece frente a su hoja desnuda con la vista perforando el muro y una lágrima pendiente”. Es Luz y como su nombre nos dice nos ilumina con su poesía.
“Me transformo en la piel de mi amado como un huracán que lo arrasa todo.”, así apasionado es el hondo lirismo de esta poeta, Fany Jaretón, que permite adentrar en los intersticios del amor y del erotismo a través de la fuerza evocadora de su palabra poética, la entrega, la ausencia y el desgarro se conjugan en una voz íntima y personal donde “el amor se hace verbo en su pecho y ella obsecuente escriba; escribe para no morir.”
“La espuela de la noche clavó su aguijón, y el hombre alucinado abrió los ojos” como un aguijón son estos cuentos de profundo lirismo, donde la vida cotidiana se vuelve tangible en las acertadas palabras de María Moreno. Los personajes del pueblo, la maravilla del campo, el perro negro, la orfandad del pájaro, la mujer y la rutina, se hacen realidad en estos textos profundos. Cuentos que convocan, como a esos niños que “corrían detrás de la ilusión, de atrapar entre sus manos la grandeza de la luz.”
Alicia Osuna nos lleva al mundo de la infancia, en sus historias las palabras huelen a frescura, a inocencia. El amor es una flor que se abre en el recuerdo de tiempos idos. La vida renace entre las ramas de un árbol. Las palabras están atravesadas por una profundidad tal, que invita a beber algunas gotas de rocío y mecernos con el viento fresco de la tarde.
Los equívocos, la trampa, los milagros, son la materia con que Nilda Paz elabora estos cuentos donde la intriga y la sorpresa se unen en historias que conmueven. Con un lenguaje de oculto lirismo, la autora escarba en las fibras más íntimas de sus personajes. “Mis ojos ven un pedazo de cielo color azul intenso” expresa y podríamos decir, que en sus cuentos, nosotros los lectores también.
Como pequeños aguafuertes Dora Piñero, pinta las escenas de la vida. Son retazos de un acontecer que se desgajan como pétalos de una flor .Dueña de un lenguaje sencillo, reduce el trazo de la realidad a pocas y certeras palabras. No necesita más para contarnos del juego, la sorpresa de la muerte, la siestas veraniegas, la maravilla del duende o la coartada del crimen .Y también el lirismo que aparece detrás de un croar incesante que sube desde el río, como marca del tiempo.
“Brotó un sueño envejecido y desnudo, una flor con pétalos de seda”, así como esos pétalos que nombra Florencia Rodríguez, son los poemas que nos regala desde su juventud, esta poeta. El espacio interior de la poesía se abre hacia el ámbito de lo vivido, con el dolor de la búsqueda incesante del amor. “Una lágrima entre el espejo y yo”. Una realidad que se muestra en la imagen especular donde todos alguna vez nos miramos.
Amante de los cuentos policiales, Francisco Salaris nos asombra: “¿Seré, como dice mi profesor, el caos?” Con sus quince años no deja espacio a la duda: ya es un escritor. Con un talento precoz, da vida a estas historias donde la intriga y la sorpresa muestran las cualidades de un buen cuento. Asombra por el despliegue de imaginación con que resuelve argumentos, que se apoyan en un lenguaje maduro y de sólida factura.
“Cebollas rehogadas, luego el chirriar de la carne al contacto con el aceite, pimientos, después laurel, azúcar”.Como una verdadera receta de alquimistas cuyo perfume queda grabado en la memoria, son los cuentos de este excelente narrador. Daniel Santoro nos devuelve a la infancia con el perfume de una salsa casera .Nos lleva al mundo de los deseos incumplidos, en la piel del joven enamorado .Y enhebrados con la magia de sus palabras intensas y expresivas recorremos el país de pasado descubriendo con él la poética del lenguaje.

El discurso tiene el poder de retener la flecha ya lanzada, en un retroceso del tiempo que es su propio espacio. El tiempo del relato es aquel que rescata la vida con sus mínimos detalles, y el de la poesía es el tiempo del mundo interior que se manifiesta, y todo discurso que busca una estética particular, es el tiempo que no envejece.
Grande es el desafío del papel en blanco, los escribas buscan en él la posibilidad de trazar el puente que una las palabras y las cosas.
Los invito a un encuentro con la palabra, a descubrir el universo ficcional de estos autores, encontrar el reflejo del mundo interior que los convoca, y en él, a nosotros mismos, como parte de ese todo que nos contiene y nos justifica.



Leonor Mauvecin













BELÉN ATUÑA













María Belén Atuña:
Nació en General Cabrera Provincia de Córdoba.
Ha participado en mesas de lectura de la feria del libro de Córdoba en los años 2006 Y 2007.
Publicó en la antología El taller del Escriba 2. Ciclo 2006, Córdoba.




EL OLOR DE LA GENTE


Azul medianoche, azul traición,
azul engaño, azul despedida.Nada…
El vestido era de un azul ausencia….
Daniel Santoro



Busco en mi memoria el olor de la gente, va apareciendo de a poco, el primero en llegar es el olor a tabaco de pipa de mi abuelo, un olor intenso que aún guardo en una lata amarilla…
Seguido a él me llena de nostalgia el olor a tierra mojada que antecede a la lluvia, esa lluvia añorada en las tardes de verano en mi pueblo, es el olor de mi padre… En cambio mi mamá olía a ropa secada al sol y a torta recién horneada…
Por la ventana veo jugar a los niños de mi barrio, Natalio con una remera naranja debe oler a mandarinas robadas, Marianito a tarde de diciembre y Pedro casi seguro a caramelos de fruta…
Desvío la mirada y me encuentro con la foto de mis amigas, ellas tienen aroma a abrazos y a flores recién cortadas, mi esposo tiene el olor de la esperanza de un niño recién nacido y mi perra el perfume de la compañía incondicional y la ternura…
Ahora intento recordar tu olor; es en vano, no aparece…Entonces me doy cuenta de que no conozco tu perfume, solo tu color y es azul, azul ausencia…
















EL RELOJ


El reloj sin manecillas dibujado en un papel, para no contar las horas de encierro, en Romero, el maravilloso cuento de mi amigo Hugo Caparrós.
Un reloj dibujado con lapicera en la muñeca de un niño pobre de Perú, que además atrasa un poco, en el relato de Galeano.
El reloj de Joaquín que le da las diez y las once, las doce la una las dos y las tres…
En mi mano, el reloj que heredé de mi madre, que se detuvo justo hoy 28 de septiembre, en su primer cumpleaños lejos de casa…




















NOCHE SERENA

A Elena Riskin



Noche serena, llego a mi casa después de un viaje largo pero maravilloso, que me regaló muchos amigos nuevos, un viaje lleno de emociones…
Noche serena, me siento frente a la computadora a leer mis mails de los días de ausencia…
Noche serena que se cae en un pozo de estrellas apagadas, tengo miedo…
Noche serena, Elena se ha ido, quizás montada en el lomo de una gran paloma blanca, a un lugar lleno de paz…
Noche serena, al mirar su foto, llega hasta mi su perfume, su inocencia de niña a los noventa años…
Noche serena, las lágrimas corren por mis mejillas…
Noche serena, la voy a extrañar…


















NUMEROS


Sabina tardó diecinueve días y quinientas noches para olvidar…
Sherezhada mil y una noches para salvar su vida…
Yo llevo setecientas treinta noches escribiendo cartas de amor, para tratar de convencerte…
La princesa del libro, relató historias fantásticas y también de amor durante mil noches y en la noche mil uno el rey, enamorado, conmutó su pena y vivieron felices para siempre…
Joaquín la fue poco a poco dando por perdida…
A mi me restan doscientas setenta y una noches para develar el misterio de tu corazón o me sobran doscientas treinta para olvidarte…


















LIMPIOS DE CORAZÓN

A Nacho

Mas de las 4.30 a.m., sentada frente a la computadora, con los auriculares, suena lentamente alguna letra de Arjona que te trae a mi memoria…
Leo en Internet un reportaje al mejor poeta contemporáneo que tiene España y el mundo; el cronista pregunta ¿Cuál es su público? El autor solemnemente responde: Mi público son los limpios de corazón…
Y la frase se queda merodeando en mi mente ya cansada por las horas de vigilia… a qué edad uno deja de tener limpio el corazón…
Limpio el corazón… limpio de rencor, limpio de mentiras, piadosas y no…
Corazón limpio de traiciones, limpio de tristezas, limpio de razón…
Un corazón limpio de momentos infelices, limpio de palabras nunca dichas…
Limpio de sentimientos encontrados, de pensamientos ahogados por temor…
Un corazón limpio de historias para no dormir, limpio de amores imposibles…
Limpio y libre de besos guardados y de lágrimas sin derramar…
Limpio de promesas incumplidas, limpio de injusticias, limpio de escondites…
Sigo pensando en vos, en mí, en esas personas que éramos y en estas que empezamos a ser cuando nos vimos… Y es entonces cuando comprendo que todo aquello que te hace a vos limpio de corazón, me lo regalaste sin saberlo esa tarde de primavera en que se cruzaron nuestras miradas y allí mi corazón ajado y cansado de latir, se reseteó y ahora está tan limpio como en mi niñez…






AMOR MINIMALISTA


La pregunta de Daniel aún retumba en mi cabeza. El tema del día en el taller es el minimalismo, estilo literario caracterizado por frases breves, párrafos breves, “algo vislumbrado con el rabillo del ojo” y sigue resonando la pregunta de mi compañero: ¿Cómo será un amor minimalista?
Y surgen algunas respuestas.
Será un amor con pocos besos. Un amor de lejos, con caricias en el aire y palabras jamás dichas. Un amor sin estridencias, sin susurros al oído.
Un amor lleno de sombras y vacío de estrellas.
Un amor de cielo gris y de camas siempre hechas.
Un amor de medias tintas y de pasiones pequeñas.
Un amor con mil preguntas y carente de respuestas.
Un amor sin vino tinto, un amor de flores secas. Sin canciones de Joaquín, sin poemas de Neruda, sin cuentos para dormir pero con muchas recetas.
Un amor para no morir, un amor sin tu presencia.














HUGO CAPARROZ
















Hugo Caparroz:

Licenciado en Ciencias Políticas, Sociales y Diplomacia, Docente, sus cuentos han sido seleccionados y publicados en el concurso de cuentos policiales del diario Hoy día Córdoba. Ha participado en mesas de lectura en la feria del libro Córdoba 2005, 2006 y 2007.
Publicó en la antología El taller del Escriba 2. Ciclo 2006, Córdoba.







GOTAS OFTÁLMICAS



Patricia Navarro era una persona allegada a la medicina. Era licenciada en Kinesio-Fisioterapia y se había especializado en vías respiratorias, alcanzando alta profesionalidad y prestigio. En el hospital, escaló posiciones, y tenía a su cargo, la coordinación de un equipo de terapia intensiva y cada paciente, para ella, era único.
Un día decidió consultar al oftalmólogo en el mismo hospital donde trabajaba porque sentía fuertes dolores de cabeza. Ella ya tenía el diagnóstico casero de una vecina, que le había recomendado un método infalible: “Sólo tienes que tomar una hoja de papel blanco y un alfiler, hacerle una perforación y a través de ella, observar un objeto bien iluminado, si este se vuelve más claro, es que necesitas anteojos.”
El día de la consulta debió esperar que tres personas fueran atendidas. No todo lo que vio le gustó, varias veces cambió de asiento cuando la asistente del médico se aproximaba a los pacientes con el gotero en la mano como si fuera una antorcha. Éstos asumiendo una dócil posición, levantaban la barbilla, hasta que los ojos ganaban una horizontalidad generosa y la nuez adquiría una prominencia inusual para facilitar la puntería. La auxiliar, tomando el párpado inferior del paciente, con el dedo anular, lo plegaba hacia abajo, asegurándose que la gota diera en el blanco. A reglón seguido, con el bollito de algodón, ajustado entre el pulgar y el índice, secaba el derrame, pues en vez de una gota, se le iba un chorro.
Patricia, que ya estaba muy nerviosa, era consciente de que, en general, para problemas oculares, había que utilizar gotas y conocía algo sobre la complejidad fisiológica del ojo. Pero el tema de las gotas…, era asunto tabú para ella. Las veía peligrosas y más de una vez había confiado a sus compañeras, que esta partícula acuosa, disfrazada de lágrima, podría llegar al cerebro o a la pituitaria.
—No es difícil que la gota entre por el nervio óptico, el que a través de un túnel óseo emerge justo debajo del cerebro, en la zona de la pituitaria, y.. - solía decir- de ahí a cambiarme el olfato, inundando la glándula, o humedecerme la ideas, hay un solo paso…Además me siento invadida por esa persona, que, prácticamente, se me hecha encima, en actitud beligerante con sus armas en la mano…¡No, no! Yo reconozco que la gota es un método terapéutico eficaz, pero sepan: ¡voy a resistir!
Cuando ingresó al consultorio, el oftalmólogo la recibió con una sonrisa. Ella recorrió rápidamente con su mirada el entorno, y puso su atención en una pequeña vitrina. Esta podía haber pasado desapercibida, si no hubiera contenido una variada cantidad de cajitas, con las peligrosas gotas oftálmicas. Patricia, aceptaba la necesidad del auxilio médico para la dolencia, (aunque le saliera más caro que con la vecina), pero aquella vitrinita, era sinónimo de tormento.
Después del diálogo previo, el oculista la ubicó en el sillón.
—Vamos a comprobar primero, la agudeza visual —le indicó.
Patricia, clavó su mirada en el optotipo de SNELLEN, y comenzó a leer por fila, las letras de diferentes tamaños. La dificultad se presentó en las dos últimas, cosa que le empeoró el humor. La prueba del agujerito en el papel, comenzaba a ser respetable.
—Vea Patricia, —le dijo el doctor-, el poder de acomodación de sus ojos, es bueno hasta casi la última línea, y por un poquito, podríamos considerarla emétrope pero…
—¡Yo veo bien!- le interrumpió Patricia, mirando de reojo la vitrina.
—Tenga paciencia Patricia, el epitelio está bien, y la cantidad de lágrimas que tiene, nos asegura una buena protección de la córnea, y resto para afrontar desilusiones con abundante llanto…
—Sí, pero el tratamiento…, usted sabe…, mi humor…, las gotas…—Ya un poco angustiada.
—No, no se preocupe por su humor vítreo.
—¿Vítreo? ¿Tan brusca le parezco? —inquirió fastidiada— simplemente no me agradan las gotas —remató.
—No Patricia, me refiero al humor vítreo, que es una sustancia gelatinosa, que da al ojo una consistencia firme y elástica, -y muy seguro agregó:
—Puede quedarse tranquila. Su córnea está bien abombada…
—¿Qué dice doctor? ¿Cómo abombada? ¿Me está diciendo hedionda? —interrumpió agraviada.
—Pero no lo tome así, me refiero a la curva de la córnea. Lo que tiene Patricia, es presbicia… —explicación que enfadó más a la paciente, sobre todo por la rima, que le sonó a cargada.
— Para más seguridad vamos a hacer un fondo de ojo…
—¿Qué? —gritó Patricia y rápidamente abandonó el sillón.
—Cálmese …—usted sabe que soy muy amigo de su padre, y me ha pedido que haga todo lo necesario para solucionarle el problema.
—Bueno…pero si me hacen ese fondo, sin ponerme gotas…-dijo resignada.
El médico la miró compasivo, esbozó una sonrisa, y salió del consultorio. Unos instantes después, regresó y le pidió que se ubicara nuevamente en el sillón. Patricia obedeció no muy convencida y sin perder de vista la pequeña vitrina, él se colocó detrás de ella y con gesto paternal le apoyó una mano sobre el hombro. En segundos se abrió la puerta, y como una aparición, entró la auxiliar blandiendo frasco, algodón, gotero…y por si fuera poco, los dos bolsillos del guardapolvo, llenos de frasquitos
—¿Qué es esto? —dijo casi gritando e intentó salir del sillón, pero la acometida fracasó, pues la mano firme del médico la sujetó y la volvió a su lugar. La auxiliar, tratando de acelerar el trámite, acortó distancia, pero antes de que tomara la posición de apuntar con el gotero, con rápido movimiento de su brazo derecho, Patricia se sacó de encima el peligro y las gotas se desparramaron sobre ropa y rostro de los presentes, como en sagrada bendición.
Como el desborde entre profesionales y paciente, había adquirido ribetes violentos, el doctor, en extremo contrariado, gritó:
—¡¡Llámenlo a Walter!!
La auxiliar, que no salía de su desconcierto y frustración, salió de inmediato en busca de Walter. Este no era ni más ni menos que el guardia de seguridad del hospital. Un joven corpulento, con resultados visibles de un riguroso trabajo de gimnasio, y que en varias oportunidades, había hecho intentos infructuosos por conquistar a Patricia.
Pero la razón por la cual el doctor lo convocaba no era esa, sino por la bien ganada fama que Walter tenía, de “tipo pesado” y no bien entró en el consultorio, vio a Patricia con los ojos crispados, bastante despeinada y en actitud agresiva. El doctor, quizás pensando en el compromiso adquirido con su amigo, no retiraba sus dos manos de los hombros de Patricia, como quien asume la posición del que va a empujar un automóvil.
—¡Walter!—le dijo imperativo. Sosténgale las manos sobre el posa-brazo. Tengo un propósito y lo voy a cumplir. Necesito el fondo de ojo, y para ello, tengo que dilatar las pupilas —subrayó.
Walter, que hubiera preferido tomar las manos de Patricia en otras circunstancias, se acercó con cautela a la paciente que lo miraba con espanto sobrecogedor. Walter, hombre avezado en estas lides y otras como “patovica”, midió distancias, hasta que tomó las manos de Patricia mirándola con ojos de verdugo. Afirmando las manos al posa-brazos, se dispuso a asegurarse en el piso, para tomar fuerza. Abrió sus piernas con firmeza y con la recta del piso, formó un perfecto triángulo isósceles. Todo indicaba que Patricia, finalmente, iba a sucumbir. Ella, no podía dejar de pensar, no sólo en las gotas, sino en el rencor que podría guardar, el reiteradamente rechazado galán de portería.
La auxiliar del oculista, se había recuperado de su fracaso, y con mirada vengadora, estaba erguida con todo el equipo en las manos y los repuestos en los bolsillos. Íntimamente, se regocijaba por la previsible derrota de la paciente rebelde, y sólo esperaba la orden del doctor, que no había aflojado las manos, que atenazaban los hombros de Patricia. El oculista miró fijo a Walter y a la auxiliar y, como si fuera comandante de los infernales de Güemes, lanzó la orden.
Patricia, con el rostro desencajado, forcejó infructuosamente, mientras el terrible gotero se aproximaba a su cara, y el dedo profesional de la ayudante había tomado posición justo sobre la ojera derecha, dispuesta a cumplir las posibilidades de dar en el blanco.
A todo esto, Walter resistía el tironeo de la paciente, sin dejar de mirarla a los ojos y muy bien afirmado en su posición. Todo parecía indicar que inmovilizada la indócil paciente, el momento había llegado, sólo faltaba la faena de la auxiliar y de su certera puntería. Pero cuando nadie lo esperaba, Patricia hizo un fuerte movimiento de caderas y demostrando que no sólo Walter había medido distancias, envió un fuerte puntapié, justo al vértice más agudo del triángulo isósceles de Walter, quien aterrado, se encogió y con las dos manos se tomó el ángulo afectado y se desplomó, quedando en el suelo decúbito dorsal, entre quejas y alaridos de dolor.
La auxiliar, sacudida por los desesperados movimientos de Patricia, recibió un fuerte golpe en las pantorrillas con el extremo inferior del sillón que giró en forma brusca y le hizo perder la vertical, cayendo sobre sus posaderas en el granito, sin mucha elegancia y a los gritos.
A todo esto, el oculista, desprendido ya de Patricia por el fuerte empellón, quiso sostener a su auxiliar en la caída, pero fue arrastrado por ésta… y triunfando junto a la ley de la gravedad sus kilos de más, cayó de rodillas al lado de su asistente, quejándose de un fuerte dolor de rótulas desacomodadas.
Era tal el jaleo en ese consultorio, que el hospital se puso en alerta y en medio de la confusión y el escándalo, la amotinada aportó al estrépito con sus chillidos y enfiló hacia la puerta, entonces emprendió la retirada, saltando sobre el cuerpo convulsionado de Walter. Dejaba atrás, la desolación de un conjunto de profesionales, impedidos de ejercer su praxis.
En la puerta del consultorio, chocó violentamente con el director del hospital que acudía, ante tanto desorden. Era tal su desconcierto, que cuando trastabilló ante el empujón de Patricia y vio semejante espectáculo, solo pensó en una bacanal o juerga frustrada por la huída de la dama.
El momento culminante para el director fue cuando vio al oculista de rodillas agarrado de su auxiliar y al guardia retorciéndose sin poder resolver sus problemas de geometría.
El oculista, se incorporó como pudo, y con mirada agónica, dirigiéndose al director dijo: no es lo que parece doctor…
Entonces manoteó el teléfono y llamó a su amigo que lo atendió alegremente. La alegría de éste quedó congelada en el aire, cuando el oftalmólogo le dijo secamente:
—¡Hola! Juan Carlos. Voy a ser breve y terminante, y no me pidas explicaciones. Debes buscar a otro oculista para tu hija. Adiós —y colgó.


ROMERO

Romero siempre pensó que el tiempo era un eterno presente, un devenir de ahoras entrelazados por hechos cotidianos. Lo cierto es que su vínculo con él, fue siempre su reloj pulsera. Éste marcaba cuándo ingresar a su trabajo, cuánto faltaba para salir, el horario del “clásico” de fútbol por la TV y muchas otras divisiones de sus días. El reloj pulsera, el gran fraccionador del tiempo, compañero de rutinas, compartía incluso la ducha y el agua clorada de la pileta de natación. Se podría decir, que había tanta identificación entre ambos, que los latidos del agitado corazón de Romero y los de su reloj habían perdido sus libertades individuales. Estaban unidos por el tiempo compartido y por ese tirano llamado “horario”, que era en el eje de su vida.
Romero ya no era tan joven, y atacado por el “stress”, la plaga embriagadora del ya, del celular, del aquí y ahora y del tiempo es oro, caló hondo en sus estados de ánimo y comportamiento. Sin embargo aquella estabilidad de su vida-horario, en oposición a lo que podía suponerse, derrumbó en él ciertas murallas interiores y cuando nadie lo esperaba, la vida de Romero hizo un viraje.

En su nueva vida el horario se había simplificado, y por suerte lo manejaban otros. La tensión del minuto a minuto fue desapareciendo lentamente, Pero a él no le resultó fácil después de tantos años de esclavitud, y como vindicación, usó la fragilidad de un papel y dibujó un reloj al dorso de una hoja blanca. Lo dibujó como el que recordaba que presidía, con acompasado señorío, el austero decorado de la sala paterna. Un reloj con números romanos, y péndulo de bronce.
Pero Romero había aprendido la lección, y dejó solitarios los números dibujados al carbón, sin las manecillas, siempre preparadas para clavar agudeza en el corazón de cada uno de ellos y Cronos, se sintió defraudado.
Aquel jueves de octubre lo único que le preocupaba a Romero, era la prometida visita de Adriana. Se afeitó con prolijidad. Ahora en vez de ahorrar tiempo, invirtió los términos .Su reloj de papel, era el mudo ejemplo de ello.
Entonces recordó: aquel día sintió que se hacía tarde, los ejecutivos esperaban por la reunión y cinco minutos eran demasiado.. Así, el automóvil excedió los límites urbanos de velocidad. Amarillo... y dio rojo el semáforo.
Salguero, un viejo jardinero en su bicicleta, iba a trabajar.. Al parecer, murió en el acto, no sufrió al besar el pavimento, ni escuchó las voces enardecidas ¡Pobre hombre! ¡Asesino! ¡Asesino!.
Ahora, tal vez por la arraigada costumbre, Romero, mira el mudo reloj de papel, Adriana está por llegar y con ella el recuerdo de momentos felices.
Acaso, al cruzar las miradas, sus manos se entrelazarán plenas de ansiedad y surgirán reflexiones sobre la crueldad de la vida, tratando de explicar lo ocurrido en aquella tarde de Junio.
Romero, sumido en sus cavilaciones, se sobresalta al escuchar un ruido metálico y la voz del guardia cárcel. Adriana, ha llegado.









ELSA CARRANZA












Elsa Carranza:

Licenciada en pintura de la Escuela de Artes de la Universidad Nacional de Córdoba. Docente .Profesora de plástica
Publicó en la Antología Gente de Palabra Año 2004
Publicó en la antología El taller del Escriba 2. Ciclo 2006, Córdoba.




EL ADIÓS




Y al decirlo, echó a andar pesadamente hacia la puerta. Luego oí que conversaba con Eusebio, oí sus pasos y los de Eusebio por la escalera. Escuché la puerta que se cerraba.
Pronto iba a entrar Catina en el cuarto. Cerré los ojos. Quería guardar ese momento para saborearlo cuando me hubiera ido.
“Esta será siempre tu casa” había dicho mi padre antes de bajar. Era mi casa y era mi vida. Se me llenaron los ojos de lágrimas ¡quién sabe cuándo podría volver! Abrí mi valija con unos deseos enormes de vaciarla, pero no podía ser. Caminé por el cuarto tocando cada objeto. Alguien cantaba a la distancia. A través de la ventana podía ver el campo. Los hombres cortaban la cebada al ritmo de la canción. Una bandada de pájaros volaba hacia el cielo, asustados por el ruido. ¡Y ese olor a pasto, a tierra y a vida!
Todo estaba en mí, partiría conmigo, en mi alma, en mi sangre. Bastaría con cerrar los ojos y encontraría a Eusebio, a papá, a la nona Emma.
Catina entró en mi cuarto. Traía entre sus manos el pan redondo y chato que tanto me gustaba. “¡Déjame probarlo!” Corté un trozo y lo puse en mi boca, lo comí despacito, con los ojos cerrados y las manos juntas.







IRMA


Te miro a través de una ventana, mi rostro pegado a las cortinas de encaje. Juegas con mi perra en el jardín, tus manos largas y morenas acarician su lomo. ¡Cuánto te amo!
“¿Qué miras Irma?”, interrumpe la voz cascada de mi suegra desde la puerta de la sala. Sus ojillos aviesos me observan como siempre, con desconfianza. A veces creo que lo sabe, pero yo me hice experta en el disimulo a través de estos años.
“Me pareció ver que el encaje se estaba deshilachando” le contesto con tranquilidad, “voy a poner la mesa para el té”.
Esta mañana, hice como otras veces, la tarta de manzanas que tanto te gusta. Puse todo mi amor hacia ti en la tarea. Tú no lo sabes pero siempre te sirvo una porción que llené de besos.
No sufro cuando te vas porque no es indispensable tu presencia para sentir lo que siento, desde el momento en que llegaste a casa para ser presentado a la familia.
¿Existirán otras vidas? Porque yo te conozco desde siempre. Sentada en mi sillón de terciopelo, he conversado y converso contigo cada día. La primera vez que lo hice, hace tiempo, mi suegra me sobresaltó con un: “¿Qué haces allí Irma, sentada en la oscuridad y hablando sola?”. “Estoy rezando por todos ustedes, Mari” le contesté y dio resultado. Hasta la he oído reprender a los niños por hacer ruido cuando estoy orando. Así gané tiempo para estar sola, próxima a ti, cada atardecer.
Tu vida llenó mi vida con tanto amor que soy feliz, a pesar de todo. Porque siempre supe que jamás vas a ser mío y que lo que siento por ti partirá conmigo cuando yo muera. Quiso el destino que tu fueras el marido de mi hermana y yo una mujer casada.






JUSTICIA


Hace ya dos meses que mi vida es un infierno. Día a día pido al cielo que “él” no venga, pero no me escuchan.
A las ocho de la noche se abre con estrépito la puerta del bar. Su enorme cuerpo cubre la abertura, tapando la luz que entra desde la calle. Yo me estremezco mientras siento vibrar el piso con sus trancos que se acercan a mi mesa, alrededor de la que ya están esperando sus amigotes. “¡Vikingo! ¡Vikingo!, le gritan con sus cervezas en alto. Entonces empieza mi calvario. Yo vivo en este local desde hace muchos años. Cuando se inauguró era una coqueta confitería. Ahora es un bar con asientos y mesas de plástico. No se por qué quedé yo. Soy la única silla de madera, con respaldo y asiento tapizado, como eran mis compañeras de épocas doradas. Y el Vikingo me quiere a mí, sólo a mí.
Ya son las ocho de la noche. La puerta se abre con violencia y el corpachón se presenta con los brazos en alto mostrando su musculatura. Hoy trae su pelo teñido de rojo, recogido en una trenza. La camiseta negra sin mangas que siempre usa, permite ver los tatuajes de barcos y anclas que decoran sus bíceps. Un cinto grueso de suela le sostiene el enorme vientre. Termina su atuendo con rotosos borceguíes y manojos de cadenas y medallas cuelgan de su cuello de toro.
La gente lo mira de reojo. Yo tomo fuerzas para lo que me espera.
¡Ahí esta tu silla Vikingo!, le gritan sus compañeros. Yo siento que es mi último día. ¡Cómo quisiera vengarme!
De un manotazo me toma por el respaldo y me arrastra hacia la mesa. Desde sus dos metros de altura se arroja sobre mí para sentarse. Mis pobre patas se estremecen.
Oigo a una señora que desde la mesa vecina dice: ¡Pobre silla! y me mira con pena. Entonces empieza el balanceo de sus posaderas, que cuelgan a mis costados como volados de grasa. No puede hablar sin moverse. De pronto se levanta para hacer un brindis, después se deja caer otra vez sobre mi asiento, como un peso muerto. Oigo crujir mis patas. Entonces vienen las risotadas, se tira sobre mi respaldo, yo soy empujada hacia atrás y quedo balanceándome sobre mis patas traseras, mientras él grita, levanta los brazos, se palmotea el vientre. Su arrebato de risa lo lleva ahora hacia adelante y yo quedo parada en mis patas delanteras, mientras él golpea la mesa con sus manazas. Yo ya se que este martirio durará por horas, pero mi esqueleto ya no aguanta. Oigo a la misma señora repetir: Pobre silla, pobre silla ¡Con lo linda que es! Le agradezco desde mi alma su comprensión. Ya no soporto más, siento que me desarmo.
¡Cómo me gustaría que sintiera en su cuerpo mi dolor! Sería mi venganza. Por lo menos podría morir en paz.
En este momento se para con torpeza y me tira al suelo. La señora de la mesa vecina se apura a ponerme de pie. Él que ya esta borracho, me grita: ¡Vamos nena, no te hagas la loca! y se deja caer sobre mi asiento con las piernas separadas y tirándose hacia atrás. Esto provoca mi fin: las patas, mis patas, ceden ante su peso. Asiento y respaldo se estampan contra el piso y alcanzo a ver al hombrón caer como un estropajo hacia el suelo, golpeándose el cabeza, con violencia, contra la mesa vecina, empujado por su propio impulso. Las piernas se ven dobladas en un extraño ángulo. Grita de dolor como un condenado. ¡Se ha quebrado! Ahora puedo morir en paz.
En medio del tumulto, veo acercarse ha mis despojos a la amable señora de la mesa vecina, con una bolsa negra de consorcio entre las manos. Comienza a levantar mis partes, las observa y me va metiendo dentro de ella mientras me dice: yo te dejaré como nueva, ya vas a ver de lo que soy capaz.
Antes de que la oscuridad me cubra alcanzo a ver al Vikingo llorando como un niño, mientras entre diez hombres lo suben a una camilla. Me siento feliz.




YULKO

El “polaco”, apodaban a Yulko los compañeros de la fábrica donde trabajó desde su llegada a Buenos Aires. Tenía veinte años entonces, la cabeza llena de ilusiones y proyectos, que no pudo cumplir.
Polonia, el pueblo, su familia y hasta aquella primera novia que le enseñó el amor, anidaban en su alma con la fuerza de la nostalgia.
Pero aquel atardecer, después de más de cincuenta años de ausencia, Yulko regresó a su tierra .Parado en medio del antiguo puente de piedra observó el caserío. Las imágenes se nublaban por las lágrimas .Se asomó y miró el río; en la orilla jugaban dos niños, le asombró notarlos tan parecidos a él y a su hermano menor, muerto en la guerra. Ellos también cazaban ranas al atardecer. Apoyado en la baranda siguió los chapoteos y las risas de los muchachos. Retardaba, saboreando, el momento de llegar a su casa. El olor a humo y a flores se mezclaba en el ambiente. Yulko aspiró profundamente los perfumes de su niñez. Se sentía tan feliz que hasta habían desaparecido los dolores que tanto le molestaban los últimos meses
Cuando la tarde se convirtió en una noche diáfana y estrellada, el anciano continuó su camino por las calles de tierra de su pueblo natal. A través de las ventanas podía ver los humildes interiores, iluminados ahora por bombitas eléctricas, único adelanto en la aldea. No se veía gente en las acera, salvo una pareja de enamorados que pasó sin notarlo. Finalmente, se detuvo ante una modesta casita de puerta verde, rodeada de flores.
Mi casa –pensó. Esperó un momento hasta dominar la emoción y tomó del picaporte. La habitación estaba levemente iluminada. Al fondo sobre el fogón hervía una sopa, como ayer, como siempre.
Las vigas están más oscuras – se dijo. Sentada en una mecedora una mujer de cofia dormitaba sobre el tejido.¡Mi hermana! –pensó, al notar sus arrugas murmuró: ¡Cómo ha envejecido! No la despertó, para qué, se la notaba muy cansada y él iba a estar sólo un momento.
Al lado izquierdo del fogón había una cama, se dirigió a ella.
—Yulko, hijo —se oyó una voz baja y cascada.
Desde la almohada limpísima, dos ojos azules lo miraban con amor.
—¡Madre! —dijo Yulko, y arrodillándose junto al lecho, hundió la cabeza junto al rostro de ella y un gran suspiro se desprendió de su pecho.
Entonces todo fue: cuchicheos, risas, recuerdos.
—Ahora puedo morir, hijo mío —dijo la anciana.
—Y yo también, madre.
Toda tribulación, toda angustia se había borrado.
—Llévate una flor del altar de la virgencita, para que te proteja Yulko querido.
La imagen, que posaba sobre una repisa en la pared blanca, estaba rodeada de flores e iluminada por una vela.
El “polaco” cumplió el deseo de su madre y encerró una pequeña rosa blanca entre sus dedos. La anciana dormía ahora con una sonrisa en su boca.
Yulko emprendió el regreso.

Al mismo tiempo, pero con otro horario, en el barrio de Boedo en Buenos Aires, la nieta predilecta de Yulko subía corriendo las escaleras hacia el dormitorio del abuelo.
Qué raro —pensó la niña— todavía está durmiendo. Le tocó el rostro estaba frío.
—Mamá —gritó desde arriba —el abuelo está frío.
La hija se abrazó al cuerpo exánime, llorando amargamente.
No notó que una rosa blanca caía debajo del lecho











AGUSTÍN EDMÉ



















Agustín Edmé:


Nació en Villa Mercedes (San Luis) el 11 de Septiembre de 1987.
Autor de la letra del Himno al Colegio Nacional de su ciudad natal. (2005)
Obras Inéditas: “Primeros Poemas” (2005), “Soy Pensamiento” (2006), “Diario Cordobés” (2007).
Cursa traductorado de Francés en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba,






Córdoba en la noche
es una ciudad de fantasmas
temerosos del viento
que los enreda en las ramas.
Todo es sueño.
El otoño nocturno
está en las estatuas,
y en las grietas los nidos
de vagabundos y ratas.
Santo Domingo y la Compañía.
Por las calles ulula mi alma.
“Ten cuidado con los muertos”
me susurra un vampiro
y me acaricia la espalda.






















¿Quién camina en círculos por la noche?
Le llaman: luna, luna...
Le digo:
Quédate, que estoy llorando.
Porque en alguna parte amanece
la sigo llamando:
luna, luna...
Que no te ahogue el río,
mis manos detienen su cauce
se cae de tu dedo el anillo
y tú me llamas:
sauce, sauce...






















“...eras el solitario en el Jardín terreno...”
Romilio Ribero

Fue ella quien cortó el hilo de la luna
en la noche de las flores de azufre.
La sala quedó vacía.
Eras el solitario del jardín terreno
que subió por una escalera
a colgar el grito.
No enciendas la luz.
Me quedaré a oscuras.
Quiero llorarle a la luna un poco más.
Déjame.
Vete a descolgar otros sueños.
Me quedaré aquí
hasta que el niño suba a las estrellas
y me vuelva a gritar.


















SOY PENSAMIENTO
Al Dios que habita en mí.


Con el crepúsculo, con las nubes,
van los pensamientos.
Y tú, artesano, no descansas
delimitas tu soledad y trabajas lo de adentro.
Cincel de sueños.
Nadie verá los cayos de tus manos
ni las heridas de tus dedos.
¿Quién puede ver tu corazón?
Al final de la jornada observarás tu obra
y la amarás.





¿Eres tú el pensador?
¿Quién sino?
El que escribe con tinta triste en las paredes
luego de oscuras noches
¿Eres tú?
Yo te comprendo, arduo es tu trabajo:
retirarse en soledad para perseguir lo invisible.
¿Si eres tú el pensador, soy yo tu pensamiento?
¿Quién eres cuando duermo? ¿Quién?
Y acaso tú... ¿duermes?













¿Dónde comienzas?
En una letra griega y en un círculo que aún no cierra.
Allí, allí comienzo, en el alfabeto silencioso
y en el gesto remoto de una tristeza.
Pero no sé, aún no puedo saber qué significo
ni cómo se pronuncian este par de letras.
Pero así comienzo, soy lo que precede al sonido,
y al dedo que a punto está de tocar la cuerda.
Yo soy lo anterior.
Soy el rumor de un sueño que en tu corazón se enreda
y para liberar su cuerpo aletea
en los tejidos de tu existencia. Yo Soy,
el niño que da vueltas en tu espalda
y busca un par de alas. Yo Soy,
el silencio y la garganta muerta,
la imagen y la pupila abierta. Yo,
soy el sueño del que te alimentas,
Yo Soy donde comienzas.
Yo soy lo anterior.












Fragmento de “Uno”

Regreso al hueco donde estaban mis ojos.
Me miro.
Una pupila cuelga de un gancho
escurre imágenes.
Ya nadie piensa.
Giro el iris
me miro y miro el mundo.
Pasa un pensamiento
y por fuera un pájaro rasga la tarde.
Salgo del hueco donde estaban mis ojos.
¡Qué esfuerzo tan grande!
En la lengua se humedece la sílaba
y en el cerebro se rompe la imagen.
Ya no quiero decir nada.
Es que ya no tengo los ojos
que se echaban a andar en las palabras.
Si no puedo ver por estos huecos,
iré a buscar otra mirada.






LUIS GARAY




















Luis Garay:

Participó en mesas de lectura en la feria del libro años : 2005, 2006, 2007.
Participa del grupo literario El caldero de los cuenteros.
Publicó en la antología El taller del Escriba Ciclo 2004, auspiciada por agencia Córdoba cultura.
Publicó en la antología El taller del Escriba 2.Ciclo 2006, Córdoba.



ATARDECER


Como todos los viernes al atardecer, Octavio visitó la tumba de su amada. Sentado sobre el césped, observó la planta cargada de lirios morados. Pensó si ella, lo estaría mirando.
Este pensamiento lo retrotrajo en el tiempo, y recordó cuando se conocieron, se amaron y compartieron todo aquello que embellece la vida: sus cuerpos, sus actividades artísticas, el teatro, el cine, las reuniones de amigos.
Ella, Guillermina, fanática lectora y amante de la poesía, lo inició en la literatura aprendiendo a disfrutarla juntos. Parecía que todo se inclinaba a un final feliz, pero el destino había tirado las cartas de otra manera, y ella, se fue yendo poco a poco. Cuando tuvo conciencia de lo irreversible de su dolencia, habló con su amante:
—Octavio, necesito pedirte algo sumamente especial, y quiero irme con la tranquilidad de que cumplirás mi deseo.
—Cuenta con ello, querida.
—Sabes que me apasiona la poesía de Juana de Ibarbourou. En uno de sus poemas dice cómo quiere ser enterrada.
—Si, sé a que poema te refieres.
—Bien entonces, cumple en mi persona lo que ella pide.
—Pero...
—No amor mío, por descabellado que te parezca dame esa última felicidad.
-Está bien, cumpliré con tu deseo.
Lo hizo. No la llevó al campo santo, la enterró a flor de tierra para que sus ojos subieran a ver los ocasos encendidos y sentir la frescura del viento. Y le arrojó semillas para que se enraizaran en sus huesos y pudiera subir a mirarlo desde los lirios morados, con sus manos inquietas arañando la tierra.
Pasaron los años, cinco para ser exactos. A lo largo de ese tiempo las visitas de los viernes a la tarde se convirtieron en un rito. Hasta que en ese quinto año otra mujer entró en su vida. Se inició como una simple amistad, pero luego el amor, reclamó sus fueros.
Sin embargo, Octavio acostumbraba a monologar con su mujer, tanto había significado en su vida. Entonces habló con Amanda, su actual novia, le dijo que quería contarle a Guillermina acerca de ellos dos y de la nueva vida que iban a emprender juntos, como una especie de catarsis destinada a tranquilizar su espíritu. Ella se mostró de acuerdo, incluso quiso acompañarlo, pero él prefirió hacerlo en soledad.
Volvió al presente mientras miraba los lirios. Le había contado todo, su nuevo amor, la posibilidad de rehacer su vida, los proyectos que compartían con Amanda.
Atardecía. Se levantó, giró para retirarse, fue entonces cuando algo atrapó su pié por encima del tobillo. Extrañado miró, “parece una raíz” pensó. Miró con mayor atención, “no, tiene la forma de una mano”. Recordó una línea del poema:
“ Por la parda escalera de las raíces vivas... ”
La fuerza irresistible de esa mano enraizada lo fue enterrando de a poco, arrastrándolo mientras la tierra lo iba absorbiendo. Con horror, alcanzó a exclamar mientras su cabeza iba siendo tragada:
-¡No Guillermina, no!..
Por unos instantes, una de sus manos, crispada, quedó afuera; luego, con un sonido de succión desapareció bajo tierra.


NO DESPIERTEN AL NIÑO


Los médicos le habían dado la mala noticia: Carlitos, su hijo de diez años padecía leucemia. Claudia regresó a su hogar con el niño tomado de la mano por veredas invernales mojadas por la lluvia. Con los ojos tibios por las lágrimas, puso a su hermano Francisco al tanto de la dolorosa noticia.
Acordaron aunar esfuerzos para alegrar y distraer a ese niño que caía en momentos de abstracción y melancolía, y parecía intuir que algo no andaba bien.
El tío, amante de la lectura, puso a Carlitos en contacto con los clásicos de la literatura infantil. Excelente narrador oral recreaba en clave de humor para un auditorio unipersonal y deslumbrado, a los personajes que han poblado la imaginería de niños de todas las épocas, a los que sumaba cuentos y sucedidos pertenecientes al folclore literario y musical del país.
Claudia, recreando los cursos hechos de actuación en el arte de la mímica, lograba la risa amada mimando trozos de lectura o recitados que resonaban en la voz de su hermano.
El niño se deterioraba, ambos percibían que estaba intuyendo cual iba a ser su final. Entonces la madre y el tío empezaron a acercar, a ese pequeño condenado, poco a poco la idea de la muerte
Muerte, que entonces era muy particular, a veces cómica, a veces despistada, a veces tierna. Y Carlitos empezó a incorporar a la parca como un personaje de la galería fantástica, que habían creado esos dos seres que constituían su universo amado
—Tío, preguntó en una oportunidad, ¿Qué aspecto tiene la muerte?
— Nadie lo sabe.
— ¿Pero por qué?, Insistió el niño.
—Porque la muerte siempre llega en puntas de pié.
La respuesta regocijó al pequeño, que volviéndose a su madre dijo:
— ¿Escuchaste mamá?
—Sí, sonrió Claudia, tu tío tiene razón, la muerte siempre llega en puntas de pié por lo tanto no puedes escucharla.
—No. Yo la escucharé, de algún modo sabré que ha llegado. Los hermanos se miraron, la seguridad del pequeño los desconcertó.
Un tiempo después el destino decidió poner fin a la espera, y en un atardecer de otoño en que los hermanos conversaban cabizbajos en el comedor, el niño se incorporó en el lecho, algo había percibido. No podía precisarlo, pero alguien con sumo sigilo se acercaba a él, mas que escucharlo lo sentía dentro de su cabeza; y entonces lo supo, él había tenido razón, de algún modo sabría que había llegado. Una sonrisa resplandeció en su rostro, y con esa sonrisa cerró los ojos e inclinó la cabeza.
La muerte lo miró con ternura. Lo alzó en brazos silenciosamente, y como si temiera despertarlo, se fue alejando en puntas de pié.


AVIÑÓN


Era un hombre que tenia sueños premonitorios. En ellos siempre había seres en situaciones de peligro. Cuando se trataba de personas que le resultaban conocidas, se ponía en contacto con ellas para advertirlas, pero éstas se quedaban mirándolo y preguntándose si ese fulano estaba en sus cabales, para luego alejarse molestos por la intromisión.
Así morían, como lo había soñado Efraín. Angustiado decidió consultar a un psiquiatra de nota recomendado por un médico amigo. Luego de varias sesiones, el especialista le expresó:
—Señor González, es indudable que usted es poseedor de lo que denominamos poderes paranormales. Freud solía decir, los sueños encierran significados y profecías.
—Lo estoy escuchando doctor.
—En horas de vigilia usted es un hombre común, pero sumido en el sueño elabora acontecimientos; muertes, que en lo inmediato o a posteriori se cumplen inexorablemente. Ahora bien, haga memoria, ¿hay alguna situación pasada por alto inconscientemente por usted? Efraín quedó pensativo, luego contestó:
— Sí, la voz gritando dentro de mí.
— ¿Cómo es eso?
—Cada vez que alguien va a morir escucho una voz gritando, advirtiéndome sobre la muerte de la persona soñada.
—¿ Puede individualizar la voz ?.
—No. Sólo es una voz gritando dentro de mí.
Además cuando estoy en desacuerdo con un hecho, de cualquier tipo, me sumerjo en él para demostrar que las cosas no sucedieron de esa forma. No sólo en hechos históricos, sino incluso en las letras de canciones infantiles. Por ejemplo“.En el Puente de Aviñon”. Para nada estoy de acuerdo en que las cosas sucedieron como nos cuenta la canción. La realidad fue otra, y se decidió ocultarla para no poner en evidencia lo sucedido realmente. El psiquiatra lo miró pensativo.
—Entonces usted está en un problema serio. En sus experiencias oníricas, todos los que la pueblan mueren ¿qué va a pasar la noche en la cual sueñe su propia muerte? Espero que la voz gritando dentro suyo sea lo suficientemente fuerte para despertarlo, si no lo consigue usted es hombre muerto.
Semanas después, el interrogante planteado por el psiquiatra se concretó. Efraín, fue el protagonista de su sueño.
Se encontró caminando en búsqueda del puente. Recordó que la canción era de autor desconocido y databa del siglo XIV tomando su nombre de la ciudad de Aviñon, conocida no sólo por sus conjuntos monumentales sino por el hecho de haber sido sede pontificia desde el mil trescientos nueve al mil trescientos setenta y ocho.
Por la gente con que se cruzaba y su vestimenta, percibió que se encontraba en plena revolución francesa. Tuvo la sensación extraña de que había sangre en el aire. A lo lejos divisó el puente, grande por cierto, con mucha gente sobre él. Lo rodeaba un caserío infame en el cual sobrevivía esa multitud entre colorida y gritona.
Pasó entre la gente y vio mujeres lavando, fregando, entonces recordó la canción: “hacen así, así las lavanderas”, y lo hacían muy cerca de un armazón erigido al costado de un enorme viaducto. Una ráfaga helada pasó por su interior. “¡La guillotina murmuró!, las mujeres están lavando manchas de sangre”.
Siguió recordando, hacen así, así los carpinteros, martillando, trabajando para mantener la tenebrosa máquina en las mejores condiciones para su funcionamiento.
Hacen así, así, los militares, pero en ese lugar sólo estaban las milicias revolucionarias, tan despiadadas y frenéticas como el resto de la población.
En el puente de Aviñon todos bailan, todos bailan. Observó el bailar frenético de esa multitud, cada vez que la siniestra máquina golpeaba, separando una cabeza del cuerpo, chispeando sangre a diestra y siniestra. Inmediatamente las víctimas eran tiradas al tumultuoso Ródano seguidas por sus cabezas, las cuales iban tras sus cuerpos en un desesperado afán de reunirse con ellos, mientras el agua del río se vestía de rojo.
Volvió sus ojos hacia la gente. Todos se habían detenido al tomarse la máquina un descanso. Fue entonces que repararon en él. Lo miraron, y en sus ojos relucía la sospecha. Lo interpelaron a los gritos al constatar su condición de extranjero. Para peor no podía defenderse, la única palabra en francés que conocía era Aviñon.
La xenofobia se olía en el aire. Se abalanzaron sobre él y lo subieron al patíbulo, lo exhibieron preguntando a la multitud qué actitud seguir.
Rugió esa Hidra de innumerables cabezas:¡mátenlo! Observó al verdugo, detrás de la capucha negra lo miraban dos ojos muertos, es inútil, pensó.
El matarife lo puso de rodillas, le hizo colocar su garganta en la hendidura, bajó el cepo que inmovilizaba la cabeza, y se dispuso a accionar la palanca que soltaba la guillotina. Un silencio de muerte se apoderó del puente. El verdugo liberó la traba soltando esa hoja de metal afilada al máximo. Al empezar ésta a caer, Efraín escuchó aquella voz dentro suyo gritando enloquecida:
—¡Despierta Efraín, despierta!

















KARINA GODOY


















Karina Godoy:

I

En nuestro cercano pasado
voy a encontrarte
dentro del amanecer,
y oiré tu voz en el alma del viento.
Sé que viajas por campos migratorios;
aún así, te regalo la risa de mis manos,
el perfume de una lágrima,
mi mirada que ya te pertenece
y una pregunta: ¿Esto, también pasará?





























II

Al atardecer
creíste atrapar al ocaso
en el bolsillo de tu chaleco
y te despediste sin notar la diferencia.
Las palabras
terminaron antes de comenzar
despertando en vos una mirada
que observaría al mundo
con otra memoria,
una prestada.
No lo pensé,
me di cuenta de que el ayer incluyó al presente
en algún trayecto del desencuentro.
Entonces, agarré mi vida,
la envolví en mi corazón,
fabriqué un cigarrillo
y se lo di al primero que me pidió fuego.
Porque reconocí
que,
en algún lugar del tiempo
nuestras huellas
ya se habían separado.







III
(a Sergio)

Te encontré en la zona franca del olvido,
indomable, rústico, combatiente,
seduciendo a la libertad.
Y a pesar de ser escapistas tradicionales
la fuga era la excusa para un reencuentro.
Aunque terminamos antes de comenzar,
creo que valió la pena mandarte
la estampita de Nietzsche.
Y tal vez esta noche
brindaré por el deseo no traicionado,
por lo que fuimos y pudimos llegar a ser
y por el retazo de una fotografía inconexa
que no sabe disimular.



















IV

Espero
un preaviso de eventual soledad.
Un secuestro express de mi sonrisa.
Un final que se escribe en tu mirada.
Con el eterno retorno de tu espalda alejándose
entre mil caras sin rostro
que te nombran.

Grabaré en el aire un epitafio para que
vuelvas
cuando la novedad deje de ser lo que nunca fue.

























V

Constantemente enviuda la niebla entre las hojas.
Y los muertos gritan,
y su duelo es eterno.
Ahora creo que lo único que posee humanidad
es el silencio; su silencio.






DELIRIO A LA CANELA
(a Mariel)

Al delirio se le agrega canela
y es quizás
el café más afrodisíaco del mercado.
Lo saboreas de a poco
en su justa medida.
Hasta intentas describir con un color
esa intensidad,
ese frenesí
que las manos recuerdan único.
Dudas volver a compartirlo,
temes expresarlo,
lo reprimes sin darte cuenta,
un anuario de lágrimas te invade.
Es quizás, el mejor café que has tomado.















MARÍA LUZ GUZMÁN



















María Luz Guzmán:


Reside Córdoba, tiene 15 años y Cursa 5º año de la Escuela Normal Superior Dr. Alejandro Carbo.Participó en mesas de lectura en la feria del libro Córdoba en el 2007




Vivir es despertar el secreto perfume de las cosas Roberto Kovadloff Hoy abrí los ojos, y descubrí que era tarde.
¿Cómo justificar dos horas de retraso?Me incorporé de inmediato,y quedé
con la mirada fija en la pared.Entonces, descubrí que vivir es despertar,que uno es testigo de un misterio.Descubrí, en un proceso casi orgásmicoel secreto perfume de las cosas.Y aprendí a moverme si paraguaspara no impedir, que el agua me bendigao que la luz de los relámpagos me ilumine.


















¿Quién es la que visita tus noches?
¿La que derrama pétalos
y polvo de estrellas en tu almohada?
Esa, la que el orgullo no te deja ver,
luciérnaga que trepa la ventana
hasta tus sueños
e ilumina las noches.

Esa, la que escribe,
con pulso débil y tinta fina
en una noche eterna.





Soy mis sensaciones,
mis cosas
mis disfraces.
¿Por qué me desconozco?
¿Quién es la que me observa
desde el fondo del río?
No quiero volver a ser la ausente,
la invisible,
la que se esconde en su propia sombra.













Poeta de los sentimientos suicidas...
Acaso no hay palabras que canten su interior.
Permanece frente a su hoja desnuda
con la vista perforando el muro
y una lágrima pendiente,
mientras su Dios crucificado
lo observa desde la pared
a sus espaldas.



























En la rama de qué árbol
te encuentras.
En la nervadura de qué hoja,
en las venas de qué hombre.
No eres más que polvo
esparcido por el viento,
abandonado en la montaña,
en la llanura,
en el río,
en mí.



























Noche de desvelo...
Prendí un cigarrillo y miré su humo.
Dibujaba un barco,
luego una rosa que se desvaneció al instante.
Luego:
Niños pobres,
niños ricos,
sangre,
palomas,
y un espejo...

Sentí miedo.
Sacudí el aire,
el espejo volvió a formarse.





















Te vestí de ausencias
en el eterno ritual de la lámpara
que ilumina mis encierros.
La mirada fija en el cuadro inconcluso,
la respiración entrecortada del felino,
la humeante taza de té.
Sólo un suplicio ingenioso.
Velorio tal vez,
de los recuerdos.














FANNY JARETÓN











Fany Jaretón:

Lugar de Residencia: Córdoba- ArgentinaPertenece a los grupos:El Caldero de los Cuenteros, La trova del Laurel, el Andén de los Juglares. . Publicó en diferente sitios de Internet. Traducida al Catalán por Pere Bessó.
Participó en diferentes mesas de lectura de la Feria del libroCórdoba, 2002, 2003, 2004, 2005, 2007
Publicó en las antologías: Sensibilidades III Y IV. De puño y Letra antología poética edictorial Brujas(2002). V Antología el Andén de los juglares (2004).
Publicó en la antología El taller del Escriba Ciclo 2004, auspiciado por agencia Córdoba cultura.
Publicó en la antología El taller del Escriba 2.Ciclo 2006, Córdoba.





AL BORDE



Estoy cansada
de tanta madrugada incandescente
de repasar los lugares que no tienen asidero
de hurgar en la memoria y saberme un nicho de renuncias.

Vuelvo a la monotonía
sacudida al filo de la farsa
soy feliz y todo es aceptado.
Represento en el teatro de la máscara.

Pecados capitales
que sobrevuelo entre desencajes y visiones.
Parpadeo otras existencias
y por momentos el espejismo me renace.

Demoro en el traspié de lo evidente:
no hay universo de amor para estos labios.
Sutura por donde me ha partido
el miedo atroz a la condena.

Estéril yazgo en el borde del abismo.










BESTIARIO


Pedaleo tu sabor con insistencia
quiero llegar lejos de mí
perderme en tu subconsciente
así, como depredadores de lo aprendido
que no pienses lo que se debe
que hagas a paso lento
muy lento
lo que tu tensión quiere y sabe,
vértigo del cuerpo
la humedad de las bocas;
salvándonos
de nuestra Sed, de nuestro hambre.
Sumergidos en éxtasis
silabeándonos la respiración
sosteniendo el ritmo: arriba, abajo
que nos conducirá al ensayo de la muerte
tantas muertes pequeñitas
ensamblados, yo en vos
como estos salvajes
-a puro instinto-
animales que somos.













DILUVIANA

Me transformo en la piel de mi amado
como un huracán que lo arrasa todo.
Desprendo mis ropas de manera simultánea
con un canto vertical que le susurro
para morir de a ratos entre sus piernas.
Relajado el paso en la palabra placer
sus dedos me vieron enrojecida.
Y un aire, un aire, un aire pido:
respiro de su boca
que me devuelva donde danzaba la serpiente.
Génesis del fuego.
Volcán donde hundo mis manos
cuando el orgasmo es lluvia.



FELINO



Te arrojas en el trampolín del vacío
caes en mí sin remedio
ni fracturas.
Como un gato caes
parado, frente a mis ojos.
Te miro con un temblor diferente.
Dudo entre tu boca y en lo que no me decís.
Apagas con un beso todo rumor de sospecha.







ENARDECIDA

“te lo digo torrencial cosa que te duela”
Gonzalo Rojas




Mi boca busca el estallido de ese beso
línea sublingual
que marca desde donde me perteneces.
Mis manos, ahorcajan el grito de tu piel
cuando la desesperación es libido derramada.
Mi ritmo desata el desenfreno del tuyo
que agitado descansa en la cresta del deseo.
La mirada que perfora la mirada,
el olfato absorbiendo al instinto
el clímax derribándolo todo.
Y el deseo de volver a empezar
cada vez que trasciendes y te alojas
en el fuego de mi cuerpo.


















LA MUERTE NO ME LLEVA VENTAJA

a A.G.M

“…El conoce un alfabeto
que la guarda de la muerte…”
Sonia Rabinovich




Él abre su boca en la palabra precisa
en ella repercute el aleteo.
Con la presencia, los Ángeles orquestan
el testimonio en la sinfonía del Milagro:
Él la resucita sílaba a sílaba
asesta con su mirada melancólica
lo que del mundo se oculta.
Por los caminos del secreto
se despabila la unión que se tenía por dormida.
El amor se hace verbo en su pecho
y ella obsecuente escriba
escribe para no morir.










REDONDEANDO

“… cobra filo el cuchillo de lo vivo…”
José Saramago

Anteponiendo el sigilo a esta boca
se calla, por discreción,
lo tibiamente hallado
y dejo al descubierto otros valores
aquellos que por íntimos
quedaron atrapados en su memoria.
Doy vuelas y más vueltas
y se resuelve
que puedo ser la misma en los derroches:
el sueño que nunca me abandona
la tristeza que vuelve inacabada
el cuento que otra noche fue contado.
Aparecer en este desaparecer de las cosas
cuando creí perder la magia del encuentro
tenaz de un testimonio fiel y firme
aferrada a la posesión del “todo mío”
corte brutal de estas dos manos
cuando el diagnóstico de lo establecido
te hace saber que es la misma muerte
lo que le da valor a la existencia.









MARÍAMORENO














María Moreno:

Cursó el seminario anual de literatura hispanoamericana del anexo de la facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba.
Participó en mesas de lectura en la feria del libro de Córdoba.2005, 2006, 2007
Publicó en la antología El taller del Escriba 2. Ciclo 2006, Córdoba.




LA ESPUELA DE LA NOCHE


Evaristo Bardales, yacía en su cama, con los párpados apretados, y un rictus de espanto desdibujaba los rasgos de su cara, donde subyacía el don de la belleza.
El escorpión venciendo todos los obstáculos y como una pluma de pájaro, recorrió el brazo, hasta alcanzar el pecho del hombre, para allí anidar.
Éste, con sus ojos de cielo se miró en dos espejos, que como en un parpadeo se superponían dejándole ver su propia calavera encapsulada en el abdomen de un artrópodo.
En el fatal vaticinio, los huesos eran recorridos por una serpiente de ojos endiabladamente hermosos y piel sedosa, que luego de humedecerlos con su trompa que rezumaba una viscosidad maloliente, roía amorosamente. Quizás por su mirada, esa criatura le recordaba a su mujer, que a veces lo aguijoneaba con palabras sarcásticas, como: “al unicornio se le está apagando el falo de luz” y otras, se adhería a su cuerpo, aprisionándolo entre sus brazos, como queriendo triturar...o extinguir para siempre sus calores de macho.
El caudal de rencor largamente contenido, desbordó.
Los entumecidos brazos de Evaristo, atraparon esa garganta resbalosa que se le ofrecía para perderse en los labios entreabiertos de su mujer, de los que salieron unos sonidos roncos, apenas audibles, que silabearon su nombre.
La espuela de la noche clavó su aguijón, y el hombre alucinado abrió los ojos.



“LAS AGUAS BAJAN TURBIAS”

Mayo. Época de fiestas patronales. El pueblo, como un volcán dormido que acuna en las entrañas las cenizas de sus antepasados, desperezándose entreabrirá su boca en un largo bostezo y arrojará el fuego de la fe que blanqueará las almas y encenderá la esperanza de los hombres simples. El cura ecónomo oficiará misas e impartirá sacramentos.
Y llega el gran día, el de la celebración mayor. La iglesia con voz metálica llama a los fieles al oficio religioso que comenzará a las cinco en punto de la tarde.
El ritmo del pueblo se acelera. Los concurrentes por distintos medios terrestres pueblan las calles que lanzan al aire, quizás con disgusto, nubes de polvo.
Y comienza el sacrificio incruento. Con el micrófono dando énfasis a la palabra, el predicador pronuncia el primer sermón que versa sobre la honestidad.
Teodoro y Silvestre, los dos lecheros del pueblo —servicio puerta a puerta— se mueven nerviosamente en sus asientos. Es que uno de ellos le ha contado al predicador sus miserias humanas, confiando en el “secreto de confesión”.El cura con picardía llamó a la reflexión sobre el tema advirtiéndoles a los escuchas, que solamente él con los poderes que le confiere su investidura, tiene la facultad de bendecir el vino; la leche (aquí remarcó las palabras) y todos los dones que la tierra ofrece.
Los otros devotos, perdidos en su fe, no alcanzaron a percibir el tono burlón ni la alusión encubierta a los vendedores ambulantes que estaban siendo juzgados públicamente.
Don Silvestre y mi abuelo en una reacción primitiva se buscaron con la mirada cómplice de los que se saben culpables y no sin cierto resquemor. Es que, a pesar de ser amigos de toda la vida, los separaban algunas clientas de humilde caserío, casquivanas por necesidad. Se contaban ciertas historias…parece que todo quedaba en falsas promesas, ya que las amenazas de cambiar de lechero, si persistían en el cobro de las deudas de amor, hacían desistir a los hombres sobornables.
Cuando terminó la misa estos personajes se dirigieron hacia sus jardineras de reparto —que vaya coincidencia— casi se rozaban. El límite lo marcaban sus perros que se miraban con recelo. Mi abuelo acarició a “El Truhán”. Así llamaba a uno de sus caballos y cuando algún curioso le preguntaba el por qué del nombre, con seriedad contestaba: “En honor de mi abuelo, prestigiado por su honradez”. El preguntón se alejaba murmurando: viejo ladino.
Mientras tanto, en el atrio de la iglesia, muchos feligreses sintiéndose libres de culpa, fueron testigos involuntarios. Los dos lecheros, parados en el pescante de sus carruajes lanzándose fuertes epítetos, sacaron sus armas que las sombras incipientes no dejaron precisar.
No hubo detonaciones, pero sí desconcierto. Algunas mujeres cerraron sus ojos, varios hombres apretaron sus puños.
Mi abuela paterna no quiso perder protagonismo y se provocó un desmayo de esos que sacaban de quicio a su marido. Los niños ajenos a los por qué, de los hombres, al grito de “tuquito, tuquito, tomá pan y queso” corrían detrás de la ilusión de atrapar entre sus manos la grandeza de la luz.
Pero, vaya sorpresa, desde el lugar del duelo, se escucharon sendas carcajadas y al grito de arre, arre, los dos campesinos enarbolando sus armas fustigaron a los caballos que sintieron sobre su lomo el escozor de los infames latigazos y perseguidos por una gran polvareda rumbearon hacia el boliche de don Elías Carnero, más conocido como “Las aguas bajan turbias”.


NO ES UN CUENTO


En el patio de la casa de campo, debajo del ramaje inalcanzable de un árbol en plenitud, guardián de nidos de pájaros, está echado “El negro” en su cuna de tierra. Mira expectante a los escribas, así nos llaman a veces, que con la cabeza bullente de ideas que quieren ser versos o río de leyendas, rodeamos una mesa pletórica de manjares y vinos espumantes.
El guardián, en algún momento ha sido liberado y se aproxima confiado al dueño de casa. Luego, con sigilo, nos olfatea y acepta a los demás. Apoyado en mi hombro, cara a cara, recibe mi ternura. Un gemido quiebra el abrazo. Sobresaltada miro a los demás. Alguien dice: “Son ayes de alegría”. Quizás la que lo dijo, tenga razón. Yo podría jurar que he sentido el temblor de su orfandad o de la mía, qué sé yo.
Al agotarse el día, los visitantes hemos regresado a la ciudad, y el negro ha vuelto a su cuna de tierra. La noche serrana se acerca con sus murmullos y gritos agonizantes, y él con la cabeza altiva, mostrando sus dientes afilados, espera tenso que el hombre de ojos claros —dueño de una montaña— deje libre la pluma que aferra entre sus dedos con delirio y lo libere de su destino predecible.
No es un cuento: Es un recuerdo. Es una espera.


PLUMAS AMARILLAS


Estoy aquí junto a este nido desgajado de un árbol y no he podido sustraerme al impulso de buscar en él, sobrevivientes.
Como testigo de la devastación he encontrado un huevecillo frío y seco. Desde entonces ha estado adherido a mi cuerpo y mis sentidos han sido alertados.
Tiene el olor de todos los huérfanos, el sabor de las cosas perdidas, la textura de la fragilidad.
Mi boca vacía de palabras lo ha circundado con su aliento.
Mis ojos lo han estado esperando.
Mis oídos han estado atentos al anuncio de su llegada.
Al despuntar el alba del decimoquinto día, tenuemente, luego en forma apremiante, ha comenzado a picotear su refugio.
Esa es la señal.
Ya puedo divisar su abrigo algodonado.
Ni bien se yergue sobre la hierba me observa con sus ojitos inocentes y con cierto desparpajo viene hacia la palma de mi mano.
—No temas pájaro, así te llamaré. Yo te guiaré, para que transites la fracción del tiempo que dispones.
Un trino melodioso salió de su pico y pude entenderlo.
—Eres diferente a mí, dijo.
—Sí, le respondí. Es que pertenezco a otro reino. Quizás algún día te hable de él.
Tú eres rey alado, y un punto del espacio infinito te pertenece, con su quietud y sus turbulencias.
Puedes anidar en la cima de las montañas o en la copa de los árboles.
Lo que te rodea despertará en ti sensaciones que nosotros llamamos sentimientos. Algunos de ellos traerán claridad a tu existencia. Otros, la ensombrecerán.
La tierra generosa te proveerá de alimento. Cuando te acerques a ella, manéjate con cuidado, porque hombres de otro reino surcarán los cielos con sus miradas ávidas en pos de tu vuelo.
Una jaula de oro te mostrarán y una copa engañosa te ofrecerán.
Beberás del rocío del amanecer.
Si la soledad te agobia busca compañera, pero no te encadenes a ella, puede herir tu corazón.
Si el anhelo de tener hijos detiene tu vuelo, engéndralos. Pero no lo olvides, le pertenecen al mundo.
Pájaro volvió a trinar:
—En mis días sombríos, ¿puedo regresar a ti buscando consuelo?
—Inténtalo, dije conmovida. Quizás para ese entonces, el tiempo ya me haya absorbido, pero recuerda: Cuando sientas que tus fuerzas flaqueen y tu canto enmudezca, tus días y las estrellas de tus noches estarán próximos a apagarse.
Un silencio confidente nos envolvió.
Cerré mis ojos anegados…
Un aleteo sedoso rozó mi mejilla…


SIETE NOTAS DE AMOR


La mujer, encendida por el calor de Diciembre, se disponía a calentar el agua para el mate de la tarde. Ella y él repetirían la ceremonia ancestral que sólo sería interrumpida por acotaciones triviales, porque la atención se centraría en el noticiario de la seis de la tarde. Luego, resignados tratarían de enfrentar el hastío.
La mujer quizás leería un libro y él miraría algún partido de fútbol de esos que repiten a través de los años y que los hombres miran todavía con el asombro de la primera vez.
Fue la llave que ingresaba a la cerradura de la puerta de calle la que la inquietó. Ceremonia que también se repetía desde hacía incontables años, la llave y la inquietud.
— ¡Hola chancha! ¿Cómo estás? Siempre sacrificada vos.
Y la aludida movió su robusta cola golpeándola en el suelo siete veces, ni una más ni una menos. Después acarició el lomo de la gata que ronroneó siete veces, ni una más ni una menos.
Mientras la mujer ejecutaba la rutina de cortar el caserito en finas rodajas, escuchó muy cerca, casi al oído: ¿Y a Ud. como le va?, pero vaya la mala suerte del hombre, una rodaja rompió fila y corriendo fue a esconderse debajo de la mesa y él, en un gesto instintivo se agachó a recogerla.
La mujer miró la espalda que se le ofrecía y con el cuchillo entre sus dos manos —el que heredó de su abuelo, buen marido si los había— lo levantó siete veces y siete veces lo dejó caer con todo el peso de su ley, mientras musitaba…do re mi fa sol la si.

¡Contestá che! —dijo él— La perra movió la cola…la gata ronroneó. ¡A ver si hacés algo vos!
Ella burlona, dijo: do re mi fa sol la si y el hombre, avergonzado recordó la canción de los dos:
“……………………………….La escala musicalque siempre te ha de cantartodas las cosas bellasque a ti te han de gustar.
……………………………….”








ALICIA OSUNA



















Alicia Osuna:

Fue premiada en el Concurso para autores inéditos de la Municipalidad de Córdoba año 1997 Primera mención en el concurso internacional de poesía y cuento de la SADE Córdoba 1998.
Segundo premio en el concurso literario organizado por profesionales jubilados de la ingeniería 2003.
Participó en mesas de lectura en la Feria del libro de Córdoba años 2006, 2007.
Publicó en la antología El taller del Escriba 2. Ciclo 2006, Córdoba.












EL APOCALIPSIS



Muy temprano, podía ver todavía algunas estrellas colgadas entre los primeros rayos. ¡Cómo me gustaba mirar el cielo! Limpio, profundo, casi transparente, “que raro”, decía Franco asombrado: “el sol y la luna juntos”.
Por las noches de espaldas en el pasto mirábamos el cielo tratando de descifrar los misterios del universo. “El Apocalipsis está por llegar, mañana, pasado...repetían susurrando Ana y sus amigas.
—¿Qué quiere decir Apoca,aalisis?, cómo se dice?—preguntaba tratando de comprender tan rara palabra.
Por ese entonces las clarividentes contaban con doce años y las profecías eran las declaradas por Horangel en las revistas de tejido que mamá olvidaba en algún lugar de la casa. En ellas el profesor y astrólogo afirmaba que ese verano llegaría el fin del mundo.
Seguíamos al pie de la letra las instrucciones de las mayores. . Debíamos suprimir por un tiempo los juegos lejos de casa, las bicicletadas, el escondite, la casa del árbol, las visitas. “¿A lo de los abuelos también?”
—Vayan con los abuelos pero ni una palabra de todo esto, si no los primeros en desaparecer serán ellos —sentenciaba la mayor.
Un frío me recorría la espalda y permanecía horas en silencio esperando el gran estruendo. Teníamos que rezar toda la noche sin dormirnos para que no nos sorprendiera el Apocalipsis desprevenidas y sin la gracia de la virgencita de Lourdes, que ese verano misteriosamente se les había aparecido a mis hermanas con las profecías de Horangel entre las manos.
Una mañana temprano, sentí ruidos desacostumbrados, mucho movimiento y la voz de mamá:
—Vamos chicos, se hace tarde, hoy es el día, vamos...
Iba sentada atrás en el auto, peinado el pelo muy tirante dividido al medio con trenzas a los costados y sobre la ropa, un delantal celeste tan almidonado que parecía un caparazón. Me llevaban a un lugar llamado “jardín de infantes.”
“Permanecerás unas horas con niños de tu edad y una señorita”. Sentí la voz de papá como una letanía.
— ¿Mamá estarás conmigo?
—No m’hija
— ¿Ana tampoco?
—No
—Y Franco…
—Es muy chico.
— ¿Yo sola, sola, por qué, qué pasó?
Lloraba en silencio cuando Ana me deletreó con los ojos muy abiertos y la sonrisa a flor de labios:

-E l a. p. o. c. a. l. i. p.. s.. i.. s.




RACCONTO




—Gracias Isabel, no quiero las tostadas, solo el té con leche.
Le costaba tragar y esa mañana se había despertado con una tenue insensibilidad en las piernas. Bueno -pensó- pero todavía puedo ver.
—¿Quiere que le corra las cortinas? El día está claro y tibio, hoy se va a poder levantar.
—Por ahora abrí las cortinas. Fijate Isabel, el Jacarandá está floreciendo, se adelantó la primavera.
Después de iluminar el cuarto, Isabel, acomoda los restos de la noche anterior en una bandeja
—Casi no probó la comida, eso está muy mal, si no come no podrá ir al bautismo de la beba de Marita.
—Ni al bautismo, ni a la comunión de Bautista, le costó decir y respiró lo más profundo que pudo buscando alivio para sus pulmones.
— ¡Mamá, por favor! Dejá de una vez la cocina, después terminás con el flan, te dije que lo hicieras en el microondas, ya sé, “no es lo mismo”.
—Me faltan muchas cosas, se nos viene la fecha encima, no tengo todo el día y María nos espera para llevarnos a la modista, hoy le hacen la primera prueba, después nos toca a nosotras, bueno, aquí estás,¡¿Qué te hiciste en el pelo?!
—El pelo, la modista, el cotillón, “el disk jockey”, hasta un salón hay que alquilar, estas fiestas de ahora, si no tienen todos estos complementos es como si no fueran festejos, no se divierten sin animación extra .Antes, querida en mi época...no era con tanto ruido.
—Si ya sé, en tu época, la fiesta era en casa, con la familia, el “disk jockey” era el tío Alberto que cambiaba los discos 78 del tocadiscos y la tía Paquita animaba con la guitarra, pero ahora estamos en el dos mil, vos te casaste hace un siglo vieja…
—Dale Paquita, ya se armó la joda, faltas vos con la guitarra, pedirle a la Susi unos pasos de flamenco, y la fiesta está completa. Beto, bajá la música, la pusiste muy fuerte y el abuelo hace rato que está con las manos en los oídos, para colmo lo sentaron justo al lado del Wincofon. Vení Inés que nos sacan la foto con los suegros, estás preciosa “señora”, este es el día más feliz de mi vida, no veo las horas que se acabe el festejo y podamos irnos a la luna de miel, tengo el Citroen en la puerta y la primera noche en el Hotel Crillón, que nos regaló tu cuñado...vamos que nos toca el vals, después Alberto me prometió nuestra canción…
—Tienen que editar el video, ¿dónde tenés fotos tuyas y del papá?..
— ¿Nuestras, Para qué?, si la que se casa es tu hija...
—Ya sé, pero ahora se hace el video con la historia de los novios, fotos de los abuelos, los padres, después ellos cuando eran chicos… cuando están de novios , con el diploma, en fin ,una síntesis.
Y si, toda una vida en cinco minutos —pensó Inés— en realidad a mí me gustan las fotos, —dijo para tapar sus pensamientos.
— ¡Abuela, nos entregaron el video pero también hice fotos, te armé un álbum como vos querías! Mirá que linda la encuadernación, nos costó un huevo pero dura para toda la vida...

—Isabel, por favor, ¿me podés alcanzar el libro de fotos, ese que está en la biblioteca de abajo? el de las tapas de cuero.”el que dura toda la vida”... ahora habrá que agregar las del bautismo ..
— ¿Quiere que se lo sostenga, así puede verlo mejor?, es muy pesado…
—Mírese, que linda está con el vestido de gasa celeste, ¿se acuerda como peleó cuando se lo puso?

—Este vestido que me hicieron coser con la modista “de onda”, como dicen las chicas, me queda ajustado, el escote está mal hecho, mirá el ruedo, está torcido. Isabel, traeme aguja e hilo, voy a ver si lo arreglo con dos puntadas en los costados. Lo hubiera hecho con la Pola que conoce bien mi cuerpo, y me hizo el traje de novia. Te acordás Alejandro, como me marcaba la cintura parecía...
— ¡Vieja eso fue hace treinta años!, qué importa ahora la cintura, para mi todavía, sos la más linda, .Vamos rubia que llegamos tarde y nos perdemos parte del show...
—Alejandro, por favor, la ceremonia de la Iglesia no es un espectáculo…
— ¿ah, no? y el coro, hasta música en vivo, y los chiquitos tirando flores al paso de la novia, ojala no se retobe la nena de tu hermano… ¡ah, no me lo pierdo por nada!.

—Mire Inés, que bonita está en esta foto Morita, mire, hasta las alitas le pusieron, si parecía un ángel .¿Se acuerda que no quería entrar con los anillos para llevarle a la novia? cómo pasa el tiempo, ya cumplió los quince.
—Morita, ¿de quién es hija?.
— de Gustavo, su hermano.
—Ah, son tantos…
—Dejemos por ahora, la veo muy cansada, antes de irme le voy a poner esa música que tanto le gusta .cualquier cosa me toca la campanita y vengo.

“Vamos Inés, están tocando nuestra canción.”



RENACER


Es el amanecer, se descuelgan las últimas estrellas
el cielo está más claro.
La luna se dibuja inmensa.
Hace días que escucho los pequeños latidos de la lluvia,
una y otra vez bebo las gotas que me alimentan.
Corrientes subterráneas empujan los poros de la tierra húmeda,
llevando la savia por las ramas del árbol
donde ahora vive mi nueva sustancia.
He vuelto a nacer.
Mis brazos ahora son ramas, están llenos de azahares.
Siento voces infantiles, pegadas a mi tronco.
Quedaré para siempre en esta quietud, me llenaré de nidos,
el canto de los pájaros será mi voz.
No tendré otra voz que estos trinos.
Será el viento quién acompañe la danza ritual de mis estaciones.
En primavera las floraciones.
En verano la dulzura de los frutos.
En invierno la desnudez sin hojas.
Una danza circular que se repetirá infinitas veces.
Estiro mis tallos, me desperezo del tiempo oscuro
sostenida por los recuerdos y la memoria de los otros.
Rodeada de ausencia, mi cuerpo se deshacía en soledad.
Ahora con piel rugosa, habito este lugar
como un corazón adentro de un cuerpo.
Deseo acostumbrarme a este cielo que me cobija,
en la tibieza de los primeros rayos,
beber algunas gotas de rocío
y mecerme con el viento fresco de la tarde.




LEYENDA



Mi madre adoraba el sol, estar cerca del agua y los jazmines blancos. En cada casa de sus cinco hijos hay una planta.
Siempre en primavera, cuando asoman los primeros soles y riegan las primeras lluvias, florece un jazmín en cada planta de las cinco casas, sólo uno. Después de muchos días brotan los demás.
La leyenda familiar asegura que en esa primera floración ella visita una casa detrás de la otra.
Igual que cuando estaba entre nosotros.
















NILDA PAZ















Nilda Paz :

Obtuvo los siguientes premios:
Del Centro Internacional de Escritores Noveles: IV Certamen Internacional Roberto Arlt Mención de honor II Certamen Internacional José Martí Mención de Honor I Certamen Internacional Pablo Neruda Mención Especial
I Certamen Internacional Jorge Amado Mención Especial
III Certamen Internacional José Martí Mención de Honor Del Centro de Arte “La Quimera”:
II Certamen Nacional de Literatura
“En los alrededores del olimpo” Mención al Mérito Literario
III Certamen Nacional de Literatura “Yo, el reflejo en el agua... La flor” Mención al Mérito Literario
Participó en mesas de lectura en la Feria del Libro 2005 ,2006 y 2007
Publicó el libo de cuentos “Sentimientos Plenos” año 2000.
Publicó en la antología El taller del Escriba 2. Ciclo 2006, Córdoba. Y en otras Antologías.
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IMAGEN ERRÓNEA


El día destemplado, hace que apriete el abrigo contra mi cuerpo. Veo las últimas hojas que el viento transporta de aquí para allá. Por fin aparece el ómnibus, ya tengo los huesos calados. Por la larga espera, pensé que vendría completo, pero, al contrario sólo dos personas ocupaban de pie el pasillo. Contemplé a los pasajeros, y uno me llamó la atención. De edad mediana, de contextura fuerte, pelo parado cortado a lo cepillo sin gel. Sus dedos eran largos y finos, lucía tres anillos de oro en la mano izquierda y las uñas muy cuidadas, impecables. El rostro alargado tenía las mejillas surcadas por dos arrugas, pero la boca sensual mostraba unos dientes muy blancos y, -no sé si decir cautivadora- una sonrisa fácil que atraía.
Con voz grave me ofreció el asiento del pasajero que había bajado en la parada anterior. Ensimismada como estaba contemplándolo, no me había dado cuenta que estaba libre.
Luego se fue adelante, a charlar con el conductor, pude contemplarlo sin disimulo. Todo en él mostraba elegancia, su ropa de buen corte y sus zapatos brillantes me indicaron que no era un hombre común.
Como el viaje era largo, mi mente fantasiosa pudo divagar: ¿Será pianista? No, usaría cabello largo. ¿Será ingeniero? No, tendría auto, ¿Abogado? No, tampoco ellos viajan en ómnibus, tienen dinero. ¿Será escritor? No, no lleva ni un libro, además los escritores no tienen plata, a excepción de algunos y estos viajan en auto.
De su boca salió una carcajada de hombre feliz. Volví a la realidad cuando escuché al conductor que le decía:
“¡Ramiro vos sí que tenés suerte!”
Él le contestó con esa voz grave que ya había escuchado:
—No qué suerte, ni suerte.
Mi mente comenzó febrilmente a trabajar, perdiéndose en un murmullo la conversación de ellos.
Su nombre: Ramiro, profesión: desconocida, aspecto: muy bueno, posición económica: yo diría excelente a pesar de viajar en ómnibus, quizás lo haga para disimular.
Observé su camisa bien planchada y alcancé a visualizar unos gemelos de oro. ¿Habría ganado la lotería? ¿Habría heredado de una tía solterona?¿Qué tal si me levanto la pollera sobre la rodilla? A lo mejor se fija en mí. ¿Pero qué me pasa? Nunca he tenido este proceder.¡Oh!, Dios mío me observa, disimulo y miro por la ventanilla, “no vaya a pensar que lo estoy provocando”. Con el rabillo del ojo lo miro, me sigue contemplando. Estoy muy nerviosa, es un desconocido, siento que me pongo colorada y la cara me arde. ¿Por qué no se baja de una vez? Espero llegar pronto a destino. Disimuladamente giro la cabeza y veo que el conductor le hace una seña. —Me estaba mirando por el espejo. Éste le dice:
—Ramiro tu parada. ¿Qué pasa te flecharon?—Éste bajó los escalones del ómnibus diciendo:
—Chau Carlos. Y haciendo una reverencia me dice:
—Adiós­ señorita.
En ese momento el chofer le grita:
—Ramiro, esta noche como siempre te esperamos en la mesa de -Póquer.
¡Oh no, era un tahúr! Vi sus manos repartiendo cartas, las vi amontonando el dinero contra él, vi su aspecto, su sonrisa...


EL ROBO


Con los labios entreabiertos, resopló por lo bajo para no
ser escuchado y sujetó con la mano izquierda el revólver. Marcos Solís se apoyó en la pared del zaguán, trató de esconderse. Creía que los había despistado. Mientras los minutos pasaban esperaba impaciente, la penumbra lo envolvía, sólo rogaba que no encendieran la luz.
Había sido tan fácil seguir a Rubén Corrales Pobre tonto, lástima que tuvo que matarlo.

Rubén Corrales estaba cambiando unos cables, oculto dentro de unos caños enormes, escuchó una conversación entre dos hombres que lo dejó inmóvil:
—Carlos Marconi, ¿Cómo estás?
—Bien che, bien.
— ¿Sabías —dijo la otra voz— que hoy pagan los sueldos, los premios grandes anuales que son muchos y el aguinaldo de todo el personal, aquí en la fábrica?
— ¿Cómo que aquí en la fábrica? —dijo Marconi.
—Me lo comentaron los de arriba, me pasaron la información en secreto, recuerda los líos que hay en los bancos del país. Trajeron plata de afuera y nos pagarán en este lugar. No pongas esa cara de incrédulo, la plata la recibiremos en la oficina del capo, —como él viajó, está libre.
—Y el dinero, ¿Cómo lo van a ingresar para que nadie se dé cuenta? —Preguntó asombrado Carlos Marconi.
—Lo trasladarán en camiones de residuos, en bolsas negras y le pondrán llave al lugar hasta la tarde, y nos llamarán para pagarnos en efectivo. Bueno mejor no hablar más, las paredes tienen oído, estimado amigo.
—Verdad, Solís, verdad.

Rubén Corrales no podía creer que por fin había llegado el momento de su vida. Par de tontos, hablar de paredes, si estaban parados en medio del galpón de mantenimiento que abarcaba montones de metros. ¿Quién podía escucharlos? Él, que estaba arriba de ellos y no lo vieron.
Había estudiado largamente los planos de la fábrica. Trabajó entre los hierros y caños de los techos armándolos pieza por pieza. Sabía como actuar. Esa mañana, Rubén Corrales pensó que se había levantado con suerte, y esperaba que ésta lo acompañara de ahora en más.
Mientras se deslizaba como un gato por los tubos enormes que atraviesan toda la fábrica, recordaba sus días de estudiante. Esos días crueles de frío, amontonando aire en el estómago y sueños, para llegar a ser alguien. Viviendo de changas y de lo que su vieja le mandaba desde Tucumán. Ella que vivía en un rancho donde lavaba ropa para poder ayudarlo.
De ahora en más, Su madre tendría una vida digna, de eso se encargaría él. Viviría con altura. Todos la respetarían. Nunca más las lágrimas cruzarían su rostro.
Bajó por el caño que lo comunicaba al sótano, salió por la puerta trampa que daba al patio de atrás Allí tomó la vieja camioneta, en la que trasladaba cables y rollos de madera. Estiró la lona para cubrir todo. Se dirigió al portón de salida y saludó a los muchachos que estaban de guardia.

Entregó el pedido y regresó a la fábrica. Entró nuevamente por donde había salido. Conocía ese laberinto mejor que la palma de su mano. Sentía una música que lo acompañaba. Llegó por uno de los caños a la altura de la oficina deseada, y dejó pasar un tiempo. De pronto escuchó voces que provenían de abajo. Hubo risotadas, charlas y palabrotas. Luego, silencio. Esperó una hora. La ansiedad se estaba apoderando de él, pero necesitaba el momento más álgido de la fábrica. El ruido a esa hora se volvía ensordecedor. Este, taparía todos sus movimientos.
Rubén Corrales ató una soga a su cintura, luego hizo un nudo en una viga gruesa que cruzaba la oficina. Por el espacio que dejaron cuando tendieron el cableado, se estiró cuán largo era y se inclinó sobre el cielorraso de la oficina. En ese momento pensó, que diría el capo si viera aparecer su cara al levantar él uno de los cuadrados blancos del techo.
Lo retiró suavemente. Vio que no había nadie, sólo estaban las bolsas negras. Sin titubear saltó sobre ellas, y con frenesí las subió a todas.
Una a una las fue trasladando hasta el sótano, y de allí a la camioneta. Volvió a pasar por el portón, saludó a los guardias.
Por un capricho de la vida, él estuvo en el lugar justo en el momento justo. La bondad de Dios no tiene límites — pensó— de ahora en más la vida será bella, muy bella.

No vio a Marcos Solís— su compañero de trabajo— que lo seguía en el auto.


MILAGRO


Cuando niña amaba los colores y mi madre me decía:
—Hija algún día te regalaré el Arco Iris, —ante esto yo reía feliz.

Recorro las calles repletas de gente, pierdo la noción de donde estoy. ¿Es signo de locura? Creo que sí. Lo sabré cuando llegue al psiquiatra, tal vez él pueda ayudarme, no es la primera vez que me sucede.
He tratado de no pensar, para no trastornarme más. Tendré que recurrir a viejos trucos, como hacerme acompañar cuando salga a la calle.
A mi paso hay viejas vidrieras, me llaman la atención los colores grises y negros que están como desteñidos.
Los árboles también son grises. Miro la ropa que llevo puesta y me alivio, me doy cuenta que es el conjunto color naranja que me puse antes de salir de casa.
De pronto escucho un tropel de caballos que se acerca, el que viene a la cabeza es tostado, brilla bajo el sol, no así el cielo que es plomizo y parece cubrir el universo. Echo a correr.
Doblo la esquina y me detengo, mi corazón suena alocado, veo que se escapa sangre por mis dedos, quedo pasmada, comienzo a gotear y mancho el piso de un rojo violento. Pierdo mucha sangre, mi corazón ya no late. Solo hay silencio.
La gente que pasa se detiene y me rodea, ahora el gris a desaparecido y todo es multicolor.
— ¡Cuidado! — grito — Vienen los caballos.
Nadie me escucha, nadie se mueve. La gente no se hace a un lado.
¿No escuchan el estruendo? ¿Es que no los ven? ¿Qué les sucede?
Quiero arrastrarme y retirarme del charco de sangre, quiero salir de aquí y no puedo. Siento que algo pesa sobre mi cuerpo, trato de enderezarme, pero me es imposible.
Veo una pala mecánica enorme, que gira y deja caer tierra y casi me tapa toda la cara, quisiera esquivarla, pero no puedo moverme. Miro unos puños cerrados que se abren y arrojan una llovizna fina de tierra que va cubriéndome toda.
Mis ojos ven un pedazo de cielo color azul intenso, esto me recuerda mi infancia. Amaba los colores, mi madre me decía:
—Hija algún día te regalaré el Arco Iris, —ante esto yo reía feliz.
Pero, ¿Qué hace mi madre aquí? Me da la mano pero la mía se ha transformado, ahora es pequeña. Le sonrío, ella me abraza. Siento que me elevo a su lado. Y desde arriba veo mi cuerpo, tirado como si estuviera muerta. La tierra, está húmeda, húmeda de sangre.
Ya no hay caballos, ni gente, ni casas.
Solo está mi madre, que me dice:
—Allí está lo ves, ahora el Arco Iris es tuyo.
De pronto escucho voces y unos intensos pitidos repetidos.
“¡Hay que salvarla!”
Mi madre me sonríe, sacude su mano. Un frasco de sangre se bambolea sobre mi cabeza, esto me enloquece, grito, grito fuerte.
Veo como mi madre se va con los caballos al cielo, sin hacer ruido.
Escucho algarabía a mí alrededor.
“¡Ya vuelve en sí!”
Mi psiquiatra sonriente estira su mano, toma la mía, No se mancha, la sangre ya no se escapa por mis dedos. Alguien dice:
“¡Es un milagro!”
Busco mi cuerpo muerto. ¿Qué habrán hecho con él?









DORA PIÑERO















Dora Piñero:

Profesora de inglés y bibliotecaria egresada de la UNC. Egresada del taller de bellas artes para adultos de la Esc. José Figueroa Alcorta.
Participó en mesas de lectura en la Feria del libro Córdoba en el año 2007
Publicó en la antología El taller del Escriba 2. Ciclo 2006, Córdoba.














FOOT-BALL



El partido terminó; el público se fue dispersando en orden, pero una pandilla de jóvenes que no entiende lo que es “ganar o perder” en el campo deportivo, comenzó a cometer desmanes en los alrededores del club.
La policía trató de contenerlos, pero ellos huyeron y se refugiaron en la sede de la biblioteca del centro vecinal, se oyeron gritos de rabia, disparos de las fuerzas policiales, jóvenes arrojando piedras. Finalmente fueron desalojados y algunos detenidos.
En la calle, apenas iluminada por focos terrosos, un joven de quince años que esperaba el ómnibus en la parada quedó herido. Vio los desmanes, los cuerpos que caían en posturas grotescas y recordó el cuadro de Goya: “Fusilamiento de los patriotas madrileños” que había visto en el museo.

Abatido y dolorido por las heridas recibidas, no
sabe a quién acudir. En eso ve acercarse un guardia de artillería, vestido a la usanza del siglo XVIII, arma en mano, quién tras asegurarse que no era un patriota madrileño de la Puerta del Sol, lo levanta dispuesto a ayudarlo.
El joven desea decir algo, pero no puede por la emoción...














PARADOJA


Jorge Cortés y yo fuimos amigos desde niños; después cada uno siguió su camino. Él llegó a ser un destacado escritor de novelas policiales, y yo me dediqué al periodismo.
En un viaje a Buenos Aires para realizar una entrevista me encontré con él, a quien no veía hacía mucho. Fue una gran alegría y me invitó a pasar mi estadía en su casa. Allí me mostró la habitación de huéspedes y me dijo:
—Desempaca y baja a cenar.
Había dos placares, elegí uno y ocupé un cajón con camisas y ropa interior, colgué un traje y fui a la cocina. Nos pasamos recordando, hablamos de nuestros proyectos y actividades y quedamos en que cenaríamos juntos al día siguiente.
Terminada la entrevista compré algunos regalitos y otras cosas. Regresé a tiempo para acomodar las compras, abrí el
placard y quedé petrificado: un esqueleto con un vestido rojo colgaba de una percha, se balanceaba y parecía saltar hacia mí. Tiré los paquetes y bajé. Jorge me miró, y sonriendo dijo:
—Es mi bella y joven esposa, ahora nos llevamos bien… pero antes era muy celosa.












SIESTA



Las siestas veraniegas son largas, el calor tórrido obliga a permanecer en el interior de la vivienda. Pero ese día decidí ir a la galería protegida por la sombra del añoso roble, cercano a la acequia . Me arrellané en el sillón-hamaca y continúe con la lectura del libro.
No leí mucho, alguien apoyó una mano en mi hombro y con voz suave invitó a escuchar al abuelo relatando sus cuentos. Luego otras voces se mezclaron, saludaban e invitaban a seguir el camino sinuoso que conducía a la huerta. Las voces del monte lo envolvían todo.
El susurro de la voz continuó dulcemente hasta que dos manos me sacudieron. Un conjunto de sonidos estridentes me rodeó. Traté de levantarme.
—¡Por favor, quieta! —me dijo una voz
Abrí los ojos, miré alrededor, el lugar era extraño y caras desconocidas me rodeaban. Insistí en levantarme, me inmovilizaron con energía y la misma voz me dijo:
—No puede moverse.
Alguien amable, acariciándome los cabellos, explicó:
—Mientras dormías en la galería, el puma que vino a tomar agua en la acequia, te atacó.













DUENDE



Espíritu travieso,diablillo familiar
. Larousse Universal


Mamá siempre nos decía: cada uno tiene un ángel de la guarda, lo acompaña a todas partes y nunca lo deja solo. Y la casa tiene “un duende” que no la abandona jamás, siempre está atento a las actividades que en ella se realizan, protege y ayuda a sus habitantes.
Cuando nos mudamos a la casa, cuya construcción seguimos paso a paso, mamá se alegró porque al fin íbamos a tener un “duende propio”.Ante cualquier problema mamá nos animaba así:
-Pongan orden y piensen, “el duende” los ayudará.
No teníamos miedo de entrar a la casa ni de día, ni de noche, porque “el duende” vigilaba. Así nuestra niñez transcurrió bajo la protección hogareña del “duende”.

Pasados los años la casa paterna se vendió, la demolieron y se construyó un edificio.
Siempre me pregunto: ¿vendrá el duende a instalarse en el edificio? Lo extraño; yo quiero que vuelva a mi hogar.




COARTADA



—A la hora que se cometió el crimen yo estaba viajando hacia la capital Federal en el tren de las ocho, explicó el sospechoso.
—Pero, ¿acaso no viaja en el tren de las siete y media para ir a su trabajo?
—¡Por supuesto! —contestó el hombre— yo debo estar a las ocho y media a más tardar y me gusta llegar temprano .Mi jefe le confirmará que llegué a hora.
—¿Algún otro tren en horario posterior le permitiría llegar puntual a su trabajo? —insistió el inspector.
— Después de las ocho no y nunca lo hago —manifestó el sospechoso.
—¿A qué hora llegó a la estación?
—A las ocho menos diez, compré el diario y esperé en el andén .El tren llegó a las ocho en punto.—dijo sonriendo.
—¿Nada le llamó la atención? ¿No notó algo inusual en ese día?—volvió a preguntar el inspector.
— ¡Oh, nada! Afirmó el acusado.
—Usted no dice la verdad, usted no tomó el tren de las ocho.
—Si , inspector , yo tomé ese tren.
—No, usted tomó el tren de las ocho y media, que le permitió llegar puntual a su trabajo porque el reloj de su oficina está atrasado., nosotros lo comprobamos.
Usted tuvo tiempo suficiente para cometer el crimen.
El acusado lo miró sorprendido.
—Usted no tomó el tren de las ocho, porque en la mañana del asesinato, el tren de las ocho se accidentó en Campana y fue sacado de servicio.



EN UN RINCÓN DE LAS SIERRAS

Cercanas a las sierras
Se extienden las campiñas
Fértiles y amenas
Con arroyos cristalinos
Luis de Tejeda y Guzmán
Llovió. Fue una noche tempestuosa de vientos, relámpagos y truenos; la sequía se acabó, creció el arroyo y la oí croar, croar estridente, croar sin descanso.
Hoy el cielo está diáfano, el clima agradable, el sol ilumina y matiza el verde del paisaje saturando el color de las flores. El arroyo salta entre las piedras, las libélulas revolotean, los pájaros gorjean mientras vuelan juguetones. Un sendero y una ruta vehicular entre plantas silvestres bordean el arroyo. Y la oí croar, croar estridente, croar sin descanso.
Un conductor atiende el llamado del celular, la paz y la serenidad se interrumpen. Pierde el control y cae al agua, hay crujir de hierros, gritos, llantos, el tránsito se interrumpe, es un caos y los curiosos aparecen; y la oirán croar, croar estridente, croar sin descanso.
Llega la policía y una ambulancia, el orden se reestablece, la ruta se despeja, la tranquilidad retorna, el murmullo del arroyo acompaña el trinar de los pájaros.
Y la oirán croar, croar estridente, croar sin descanso.







FLORENCIA RODRÍGUEZ


























Florencia Rodríguez:


Nació en Córdoba, el 5 de enero de 1987 y allí resideCurso un año y medio la carrera de teatro, en la Universidad Nacional de Córdoba. Cursa en la facultad Siglo XXI la carrera de abogacía.








Cuántas ratas hay en mi cuarto
cuántas paredes dejadas.
Mujeres de sangre fría
mujer desnuda, mujer callada,
si puedes salva mi espíritu
y si quieres pinta mi cuarto
color esperanza.

.




Me aparto de la imagen de la luna,
y escondo la figura de un sol eterno que se escapa.

Una lágrima entre el espejo y yo.

El pincel arrinconado y el cuadro sin pintar.
Llora el cielo, y ellos ríen
como si aspiraran otro aire,



















Ella baila en la puerta del infierno y
canta con ella el cielo.

Se cruzan ángeles
respirando el veneno de su risa y
recuerda el frío que envolvió
de amanecer su cuerpo.
No culpa al vacío,
pues el frío se alza y crece
cuando el alma se congela por su llanto
y el amanecer se cubre de oscuridades.

Pesadillas de un infinito desvelo
y un retorno a lo que nunca vuelve a ser.
Y de nuevo el llanto
sólo el llanto de los sagrados espectros.





















Mañana será tarde para recorrer el caudal de tu mirada,
hoy será suficiente con el sarcasmo de tu voz
porque ya perdí todo control del tiempo
y sólo una débil coraza cubre mi ser.
Calendario, cábalas, estrellas,
en un sueño aturdido de inmensa soledad,
en un sueño que dibuja el llanto.
Muertas ya, las células de tu cuerpo.
susurrabas
como piel de fantasma.

Y me vestí de amanecer
mientras la culpa penetraba mi alma,
pues en esta sutil oscuridad,
el viento, ha traído los objetos de la muerte
mi ávido afán por encontrarte,
envolverte entre la magia y la sombra



Brotó un sueño envejecido y desnudo,
una flor con pétalos de seda
con ventanas de color como cereza.

Brotó el olvido
soltó la seda que envolvía su mirada,
y al hombre le ofreció soltar su cuerpo
que entre sus dedos lo tenía casi atado.
Seducía al dolor, idolatrando al viento
y se aturdía con sus propios gritos.

La lluvia despertó su arte,
la sombra oscureció sus pupilas
Lo apresó el diluvio y
caminó entre el silencio
hacia sus sueños.




















.
Soledad:

Ironía, presa del rencor que me posee,
hipnotizada y silenciosa,
sola entre caminos y miradas.
Cautelosas son las risas y por mi piel la armonía:
cantos y pájaros escondidos
entre árboles oscuros, entre atardeceres vacíos


Callo, pues el silencio me grita.
























Sentidos:
No hables,
No observes
No acaricies,
No disfrutes mi perfume
tu mirada daña,
tu roce lastima,

El encanto se disuelve,
El impacto se fuga
Absorbo el veneno de tus labios.
Me corrompe el sonido de tu voz.
Y muero, enredada entre tu cuerpo.















FRANCISCO SALARIS
























Francisco Salaris:


Nació el 4 de septiembre de 1992, en Córdoba, tiene 15 años. Reside en Córdoba. Cursa el quinto año de la secundario escuela Manuel Belgrano.. Ganó primer puesto y primera mención en el certamen literario organizado por la secretaría de extensión de la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano en el año 2007.
Participó en una mesa de lectura en la feria del libro de Córdoba 2007.




EL ASESINO



La muerte fue accidental, pese a que de buena gana hubiera asesinado a ese hombre. Era una persona malvada, cargado de hombros y con patillas repletas de canas. Reía ferozmente, y tenía pésimos modales. Trataba de alejarme siempre que advertía su presencia, pero eso era casi imposible. Él se encontraba en todas partes. Donde yo iba, él estaba. Me dirigía a un lado y él me perseguía. A veces llegaba incluso a convertirse en mi sombra.
Ese día estaba comiendo en silencio junto a mis amigos. Todo estaba tranquilo. El valle se extendía, melancólico, bajo el sol rojizo del atardecer y una suave brisa mecía las ramas de los árboles. De pronto, se acercó él. Sus pesadas botas de cuero, al caminar, chocaban contra el suelo con un gran estruendo. Se llamaba Enrique Weismann.
Dejé de comer, alarmado. Temía a ese hombre, y no era un temor vulgar, era un terror que me hacía erizar los pelos. Mis compañeros se asustaron también, pues no era yo el único que sufría a costa de esa persona.
Lanzó una violenta risotada al vernos comer tan tranquilamente, y se acercó a mí. Sacó el látigo que colgaba de su cinturón marrón para amedrentarme, luego calzó el apero y la silla de montar en mi cuerpo y subió sobre mí.
Estaba tan nervioso que no resistí más, relinché, levanté hacia delante mis patas delanteras, y lo tiré al suelo, quebrándole el cuello.



EL MERCADO



Que toda la vida es sueño/ Y los sueños, sueños son . Calderón de la Barca
El mercado estaba lleno de gente, que hacía largas colas para poder pagar la fruta y verdura que habían elegido. Esto no era extraño, puesto que era lunes por la mañana, y todos queríamos aprovechar la mejor mercadería.
Las frutas, en su punto exacto de madurez, se encontraban simétricamente acomodadas en cajones. Sus colores, se colaban en mi cabeza, produciéndome una sensación de confusión, parecida a cuando uno ve un calidoscopio. En mi fuero interno me dio la impresión de que rebosaban de alegría.
La cola avanzó un poco, pero no lo suficiente El edificio del mercado era viejo, y daba la impresión de no haber sido arreglado en años. “Seguramente fue una antigua casona”, pensé. Lo que antes era un amplio zaguán, con un techo-alero muy alto, ahora servía para exponer la mercadería. Mi tranquilidad, que vagaba inconscientemente por el mercado, se interrumpió cuando dos hombres con capuchas negras entraron en establecimiento, generando terror entre los presentes.
“¡Qué triste lugar!” Pensaba uno de ellos, mientras nos encañonaba, amenazándonos con apretar el gatillo si no le dábamos nuestro dinero.
“Las frutas están inmaduras aún. ¡Y qué marchita la acelga! También es seguro que las naranjas están agrias...” pensó y nos miró. “Dudo que pueda sacar algo de esta gente, y menos del propietario del mercado. Sin embargo, la suerte está echada.”
.
—Vos —me dijo, tomándome por un brazo y aplicando el cañón de su pistola en mi pecho.
— ¿Qué?
—O me dan sus cosas —dijo mirando a los clientes —o lo mato.
Nadie se movió. El asaltante se ponía cada vez más nervioso, y repitió su amenaza. Como nadie se atrevió a moverse apretó, bruscamente, el gatillo...

Desperté sobresaltado, y me incorporé en la cama. Estaba sudando, miré a mí alrededor. Casi grito al comprobar que mi casa y el mercado de mis sueños eran el mismo lugar. “Fue todo una pesadilla”, me dije.
Tenía la boca reseca, y fui a buscar un vaso de agua. Abrí la heladera y contemplé, asombrado, la cantidad de frutas y verduras que había; la acelga estaba marchita; las otras en perfecto estado, no recordé haberlas comprado. Deseché esas incoherencias, y me fui a dormir. Entonces, sentí un fuerte dolor en el pecho. Me palpé con la mano, y vi que estaba impregnada de una sustancia rojo oscura.
No tuve tiempo de pensar cómo pudo haber sucedido todo aquello. El líquido rojo salía borbotones y chorros de mi pecho...


CHALET EMILIANI


los fantasmas tienen poca originalidad y
“caminan” por caminos trillados.
Charles Dickens

Muchas historias rondan en torno al Chalet Emiliani, ubicado en el Barrio Alberdi de nuestra ciudad. Es una construcción Art Nouveau, cuyas piezas fueron traídas de una gran exposición en París, exposición que dio a luz la famosa torre Eiffel.
El Chalet Emiliani está cercado por gruesas rejas con formas exóticas que le dan un aspecto majestuoso. Posee una torre cilíndrica, donde se ubican las habitaciones; un zaguán que conduce a una amplia sala de estar y después, el comedor y la cocina.
Allí sucedieron muertes, como en todas las antiguas casonas. Entre ellas la de una joven mujer, que dicen, se suicidó al enterarse de la muerte de su esposo en el año 1930. Desde ese entonces, Josefina ronda la casa durante el día y la noche, luchando para que no se ponga en venta y rememorando los antiguos recuerdos. Pero la propiedad fue comprada hace una semana por un hombre y su hija.
Josefina trató de esconderse durante el día para no ser vista, sin embargo, los nuevos habitantes fueron a quejarse a la policía, argumentando escuchar ruidos extraños durante la noche.
—¿Ah, sí? ¿Y no tiene también una mancha que reaparece al día siguiente de haberla borrado? –preguntó burlón el inspector.
A pesar del tono burlesco y la poca atención que le prestó la policía, el hombre siguió insistiendo en que había un fantasma en la casa.
Josefina, se sentía cada vez más ofendida. La niña correteaba de un lado a otro, y además, arruinó el tapizado de una silla Luis XV que ella adoraba.
Es de noche, Josefina ronda como de costumbre la casa, se mueve con agilidad de una habitación a la otra, revisa los armarios y va a la cocina en busca de un vaso de agua.
Mientras bebe, el hombre se acerca detrás de ella y la ve. Lanza una exclamación, que llega a disimular con la mano en la boca.
—¿Qué... hace usted aquí? –le pregunta el hombre, visiblemente asustado.
—¡Y bueno! Algún día tenía que saberse. Soy un fantasma. Mi esposo murió hace tiempo ya, y desde entonces vivo en esta casona, en donde aún perduran sus recuerdos.
—¡Pero no puede ser!
—¿Qué no puede ser? –inquiere Josefina, ofendida-. ¿Nunca ha visto un fantasma?
—Ese es el punto –dice él-. Verá. Mi hija y yo... morimos hace más de cincuenta años, somos fantasmas. Por su apariencia. usted no lo es.
—¿Qué no soy un fantasma? Me suicidé con arsénico, joven.
—Habrá fallado –dice él, encogiéndose de hombros—.En mi calidad de fantasma, puedo asegurarle que está usted tan viva como cualquier otro. Además, sigue envejeciendo.
Josefina queda pensativa,¿Qué sensación siente entonces? ¿Felicidad? No, no es felicidad de saberse viva, tal vez le da lo mismo ser fantasma o no serlo, pero le agradaba creerse uno de ellos, “flotar” en la casa todas las noches, procurando hacer el menor ruido...Ahora tal vez se quejará si los fantasmas hacen ruido y le impiden dormir.




RELATO DE UNA MUERTE EQUIVOCADA



—Vas a querer matarme Fran. Perdón por recurrir a vos, pero necesito confesarme. ¿Sabés lo que hice?... Estás enterado del odio que le tengo a la vieja... vos tampoco te llevás muy bien que digamos, pero bueno...Lo planeé con cuidado. Todos sabemos que ella, a las siete y media, llega aquí, se sienta en aquel sillón, y comienza a leer. También le pide a la empleada que le deje un vaso con agua en la mesa. Bien; me decidí a... ¡Vas a odiarme! Me decidí a matarla… Entonces lo que hice fue introducir un poco de arsénico en el vaso. Arsénico que conservé de mi trabajo.¿Si temía que la policía me encontrase? ¡Bah! Todos sabemos que está mal del corazón, y que su vida no iba llegar muy lejos. ¿Quién iría a sospechar? Pero, dio la maldita coincidencia que ella nunca llegó aquí. Resulta que el perro la mordió cuando estaba entrando ¡Y sí, nunca lo quiso vacunar contra la rabia!... bueno, la cuestión es que no vino, porque pidió a los gritos un médico, y la llevaron al hospital. Entonces yo corrí en busca del vaso ¡Y cuál fue mi sorpresa al descubrir que el vaso estaba vacío! Alguien que tenía mucha sed y sabía que la vieja no iba a venir, resolvió tomarlo. Seguramente en algún rincón de la casa pronto se encontrará un cadáver, Santo Dios... Yo no sé qué hacer.
La mirada de Fran, que estaba clavada fijamente en su rostro, era una mirada acusadora, cargada de odio.
—Sí, comprendo que me mires así, estoy muy arrepentido. Pero no tengo otra opción... Tomaré un avión y me iré del país. Prefiero eso antes que me condenen como asesino. Vos conocés a la vieja, es insoportable. Adiós, y espero que me perdones.
Cuando se fue, los ojos de Fran seguían clavados en el vacío Había muerto hacía más de una hora.






LA MAÑANA QUE VI EL ALEPH




Muy pocas veces veo el Aleph, pero hoy, cuando me acomodo la corbata frente al espejo, puedo observarlo con toda claridad. Se refleja en el vidrio, pero está ubicado en la órbita de mi ojo. Me asombro, y trato de buscar alguna explicación científica y no la encuentro.
¿Seré acaso aquella masa uniforme, a la que los griegos antiguos atribuían la creación de todas las cosas sobre la tierra?
¿ Seré, como dice mi profesor, el caos?
Desde aquel punto minúsculo, puedo ver todos los puntos sobre la tierra: los que me rodean y los ubicados a una distancia de miles y miles de kilómetros.
Veo a mi vecino, que me roba la línea del cable; a un gato, que duerme sobre el tejado de mi casa, Me veo a mí, reflejado en un espejo, mirando un reflejo de mí mismo que a la vez está reflejado en otro espejo; a tres millonarios y doscientos mil pobres; a mejicanos escapando de un tsunami, a un grupo de gente ordenados alrededor de una mesa que escuchan a un chico leer un cuento; al verano en Europa, a cientos de japoneses amontonados en una pileta, a diez personas traduciendo el “Harry Potter 7”; a algunas personas tratando de recordar un cuento de Borges, a...
Y, como siempre sucede, me despierto justo en el momento de mayor apogeo del sueño, con la garganta reseca. Extiendo mi brazo, buscando un vaso de agua. Pero no hay nada; olvidé dejarlo anoche.
Me levanto perezosamente, en dirección a la cocina. Me encuentro con que ya es de día, mi perro llora en la puerta, a la espera de que alguien le dé de comer. Levanto la persiana, y diviso, a través de la cortina, cómo Adolfo, mi vecino, me roba la línea de cable de la televisión. El gato que duerme en mi tejado, asustado por el ruido de la persiana al abrirse, huye despavorido.
No doy importancia a estos detalles; y me voy al colegio









DANIEL SANTORO






Daniel Edmundo Santoro:

Licenciado en Psicología UNC .Fue premiado en el certamen literario de Autores Inéditos de la Municipalidad de Córdoba 2005, seleccionado en el 5ºconcurso Nacional de Poesía y Prosa Ed 2005 de la Ciudad de Merlo Bs As. , y en el 6ºconcurso Nacional de Poesía y Prosa Ed 2006 de la Ciudad de Merlo Bs As. Fue seleccionado en el certamen de cuentos policiales del diario Hoy Día Córdoba y en el certamen Relatos de pasión y terror del diario Hoy Día Córdoba. Ha participado en mesas de lectura en la feria del libro 2004, 2005, 2006 y 2007.
Publicó en la antología El taller del Escriba Ciclo 2004, auspiciado por agencia Córdoba Cultura.
Publicó en la antología El taller del Escriba 2.Ciclo 2006, Córdoba.



RECETA FAMILIAR



Cebollas rehogadas, luego el chirriar de la carne al contacto con el aceite, pimientos después laurel, azúcar, ese era el comienzo de la preparación de la salsa casera, verdadera receta de alquimistas sicilianas cuyo olor se quedó grabado en mi memoria. Era casi un secreto familiar. El resultado era esa salsa inconfundible; nunca podía estar en otro lugar que en la cocina de la infancia. La cocina de las tías a quienes visitábamos todos los domingos. Aquellas tías que solteras eran y solteras se quedaron.
Era el olor de la prolongada visita ritual de los domingos. Concluía a la noche cenando lo mismo que al medio día con una salsa que, ahora sí, había llegado al colmo de su aroma.
Era el olor que presagiaba también el regreso mío, de mis hermanos y mis padres a nuestra casa. La proximidad del retorno llenaba de alitas de pájaros la boca de mi estómago. No quería volver. Me hubiese gustado diluirme como el aroma de la salsa y quedarme impregnada en las paredes. Porque era también el olor de la angustia. Era el olor que precedía al regreso, a las discusiones que comenzaban en voz baja, subían hasta alcanzar el nivel de gritos que en oportunidades concluían en una bofetada.
Sólo muchos años después pude comprender por qué peleaban. Fue cuando entendí el significado de aquella frase que tantas veces escuché: “Te crees que no vi la forma en que la mirabas”. Pero ni aún entonces pude explicarme por qué volvía mamá los domingos una y otra vez. Eso recién lo he podido hacer en los últimos tiempos, después de percatarme de que escogí y perdoné una y otra vez a un marido mujeriego con el cual padezco el oscuro placer de la desdicha repetida... como receta familiar.



LA PROFESORA DE FRANCÉS



Mademoiselle Pibouleau desarrollaba su clase de francés hablándonos a un grupo de alumnos, todos varones, propio de un colegio nocturno de la década del 60. La voz de ella sonaba cantarina mientras que en el silencio del colegio, las notas de un piano lejano llegaban a nosotros. Aunque el instrumento estaba ubicado en el distante salón de actos, yo adivinaba que quien lo tañía con más pasión que talento era la insidiosa profesora de música.
Al rector, ese sátrapa de voluminosa corpulencia, siempre vestido de traje azul con chaleco, le gustaba escuchar el piano. Era por complacerlo a él que la “insidiosa” nos regalaba valses, sonatas y conciertos. Y yo podía imaginar al Dr. Allende apoltronado en un sillón escuchando, embelesado, las notas amortiguadas y enrarecidas por la distancia.
El Concierto de Varsovia era una de las piezas preferidas por el rector y la obsecuente profesora de música lo adulaba ejecutándola con cierta frecuencia. En una oportunidad pude ver como mademoiselle Pibouleau y Allende permanecían sentados, solos, en la sala de profesores mientras las resonantes paredes del colegio aterciopelaban la música. Detesté desde ese día el Concierto de Varsovia y tengo firmes motivos para sospechar que la profesora de música, la insidiosa, había adivinado mi antipatía por esa pieza y se empeñaba en tocarla. Cuando yo pasaba cerca de ella, había en sus ojos saltones un dejo de burla, mientras sus dedos vagaban por la amarillenta dentadura de marfil que convertía el mandato de sus dedos en la odiosa melodía.
En pocos minutos terminaría la clase y yo deseaba que el próximo recreo no llegase nunca para poder seguir mirando a “madame la professeur” deleitándome con los exquisitos y fugaces mohines, sólo a mí dedicados y sólo por mí advertidos, con que acompañaba la pronunciación de determinadas palabras. La forma en que decía “poulet” era capaz de generarme las más deliciosas imágenes. Y no era por la palabra en sí, ya que un pollo lo mirase por donde lo mirase no tenía nada de encantador. Era por la manera de decirlo. Cuando estaba solo, yo trataba de imitar las inflexiones de su voz: “poulet”, “poulet”, “poulet” pero era imposible, solamente ella podía pronunciar la primera sílaba dibujando con los labios un beso; que sólo yo veía y era justo que fuese así porque sólo para mí estaba destinado. Luego de la primer sílaba venía la segunda, let y con ella el beso dibujado por la primera, llegaba sutil, secreto, a mis labios.
De pronto ocurrió. Ese día habíamos estado conjugando verbos. Le preguntaron y ella respondió “Je t’aime”. Aunque la pregunta se la hizo otro, ella contestó mirándome a mí. Sí, posó sus ojos en mí y pronunció “Je t’aime”. La enseñanza era para todos pero la frase me estaba dirigida a mí, exclusivamente a mí.
Fue en ese instante en que naufragó mi propósito de mantener oculta para siempre nuestra pasión; era un acuerdo sin palabras ni esperanzas, nadie sospechaba lo nuestro; pero en ese momento mi designio se hizo añicos. Me puse de pie y con voz que se estrangulaba en la garganta, grité: ¡Me lo dijo a mí!, ¡Me lo dijo a mí! A continuación corrí hacia una panoplia que adornaba el frente del aula y de allí tomé una espada antigua y mientras tiraba tajos a diestra y siniestra salté sobre mi pupitre y pregunté: ¿Alguien tiene alguna duda de que me lo dijo a mí? Ya con la espada quieta mientras buscaba con la punta del arma una respuesta, volví a preguntar:¿Alguien duda de que me lo dijo a mí? Acto seguido salté sobre el pupitre del catamarqueño Saavedra y de un puntapié arrojé su cuaderno por la ventana, desde donde llegó a la vereda. Madame la professeur, en tanto, se había refugiado en un ángulo del aula y mientras yo seguía preguntando, algunos alumnos abandonaron la sala presurosos.
Continué brincando de pupitre en pupitre mientras agitaba la espada y pateaba cuadernos; me sentía feliz y libre como nunca.
La llegada del rector Allende produjo un instante de silencio y quietud, que duró muy poco, porque yo inmediatamente me dirigí hacia él con la espada de punta. Ambos sabíamos de qué se trataba. Él con una agilidad impensada dada su corpulencia se apoderó de la otra espada de la panoplia y dejando apoyado en la mesa el libro de temas que traía en las manos, se dispuso a imponer su autoridad. Entrechocamos los aceros varias veces pero yo comprendí que el obeso, sólo estaba tratando de ganar tiempo hasta que llegaran sus esbirros: el vicerrector, el profesor de matemáticas y el más temible de todos, el jefe de celadores, de quien yo sospechaba que era maestro de armas.
Tomé a la Pibouleau del brazo con mi mano izquierda mientras con la derecha lo mantenía a raya al sátrapa libidinoso que pretendía quitarme a la profesora. Así entre mandobles y puntazos que no acertaban en el blanco llegamos hasta la escalera. La visión de la pesada puerta de hierro fundido de la escuela, que preanunciaba el éxito de la huída renovó las desfallecientes fuerzas de mi brazo. Si trasponía la puerta estaría relativamente a salvo; en caso contrario, terminaría mi vida en alguna obscura mazmorra a la que me mandaría Allende, y “madame la professeur” seguramente sería encerrada en algún convento. De esta guisa, con ella, por ella y también por mi seguí combatiendo hasta… El timbre sonó anunciando el final de la hora y me descubrí sentado, con mi carpeta de francés abierta sobre el pupitre y la profesora despidiéndose de los alumnos.
Cuando ella se retiró yo fui hasta el frente del aula y coloqué la pesada espada en la panoplia; lo mismo hizo el rector Allende, nos contemplamos en silencio prometiéndonos con la mirada que alguna vez terminaríamos el combate.




EL MANUSCRITO INCOMPLETO




Manuscrito en árabe antiguo encontrado por investigadores de la Universidad de Córdoba en una tienda de venta de antigüedades en El Cairo. Los estudios de datación permiten suponer que se trata de la continuación de la historia inconclusa con que comenzamos esta investigación:

“deberás clasificar los innumerables libros que atesoro y entregar a la gran biblioteca de Alejandría solamente aquellos que no pertenezcan a la literatura .Si por equivocación entregas a la biblioteca uno solo de esos libros tan valiosos para mi,…. ordenaré que te corten la cabeza…”

Historia de Alí Ben Bekar , el bibliotecario de Bagdad

Cuando fue llevado frente al mercader su primer pensamiento fue de indignación pero el temor acalló su voz. En el momento de ser desposeído de su libertad se aprestaba a cumplir uno de los más importantes deberes de todo musulmán: la peregrinación a La Meca. Esta sagrada obligación es la que interrumpieron los esclavos de Ahmed Ben Malik, aprisionándolo en una jaula con barrotes de madera, como un animal salvaje y trasportándolo a Bagdad contra su voluntad.
En todo esto pensaba el joven Alí Ben Yasid mientras recorría la biblioteca pasando su mano por los lujosos lomos de libros y códices. Llegó así hasta un ejemplar de aspecto humilde, arrumbado en uno de los rincones más oscuros de la sala. Con gran devoción y suavidad tomó el texto y lo guardó junto a su corazón. Era el Corán. Luego respetuosamente agradeció desde el fondo de alma a Alá quien con su infinita sabiduría, había así dispuesto las cosas para que él fuera instrumento de castigo a la soberbia del anciano mercader. Lo que él haría sería justa retribución de quien usurpando el lugar de Dios creía poder disponer a su antojo de un año de la existencia de un creyente o aún de su misma vida. Después de orar, sintió templado su ánimo para lo que tendría que hacer.
Las llamas se propagaron rápidamente y en poco tiempo los anaqueles colmados ardían. No tardaron los sirvientes en avisar a su amo de lo que estaba aconteciendo. Cuando éste llegó y vio las lenguas de fuego devorando sus preciados libros prorrumpió en exclamaciones de ira y dolor. La desesperación puso un brillo de locura en sus ojos y la urgencia por la venganza lo arrebató.
Ordenó que trajeran ante sí al autor de la destrucción. Controlando apenas su cólera, le preguntó por qué lo había hecho. Recibió la siguiente respuesta: “ Poderoso señor, este fuego te liberará para siempre del impío y vano esfuerzo de distinguir aquello que es literatura de lo que no lo es. En realidad todos los libros que atesoras, salvo uno que puse a salvo, son merecedores de las llamas. De entre ellos hay algunos que contradicen al Corán y está bien que sean destruidos. Los otros, lo que concuerdan con él, están de más y bien merecido tienen también el final que acabo de darles.”
Ahmed Ben Malik escuchó con asombro esta declaración y antes de poder responderla, nubes de humo espeso llegaron hasta él. Percibió sus pulmones abrasados y comenzó a toser con tal intensidad que temió morir asfixiado.
Tosía sin parar el anciano en su lecho. Era algo que le ocurría con frecuencia en los últimos tiempos. Finalmente despertó, transpirado. Corrió hasta la biblioteca. Halló tranquilidad cuando vio a sus libros en los anaqueles. Retornó a la cama pero no pudo volver a dormirse. Comprendió que debía renunciar a su plan de traer contra su voluntad a su joven sobrino e imponerle una tarea ardua e inútil como era la de distinguir entre lo que es literatura y lo que no lo es. Quizás el sueño era una advertencia que Alá, en su infinita misericordia, le hacía llegar.
Por lo que sabemos no vivió mucho tiempo más Ahmed Ben Malik. Su última voluntad, encomendada a Alí Ben Yasid fue una expiación que se impuso a sí mismo ya que ordenó que la totalidad de sus textos pasaran a Alejandría. Alí cumplió fielmente este mandato. Cuando doscientos cincuenta años después la biblioteca de Alejandría fue incendiada toda la colección resultó destruida.
‘Alá se ha reservado el conocimiento de la hora en que las cosas deben acontecer’
Corán, Versículo 47, Capítulo XLI.

2 comentarios:

  1. ¡Felicitaciones por tanto trabajo, Leonor!

    Me gustaría saber si continuaste con el taller.

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  2. Estimada poetisa Leonor:

    Un placer leer tu prólogo a esa publicación del pasado año.

    Abrazos,
    Frank.

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